A medio día, el sol abrazador y el calor se vuelven cada vez más intensos en el pueblo yungueño de Pacallo. Las pocas lluvias, los caminos polvorientos y la notable disminución del caudal del río Huarillina evidencian que ya comenzó la época seca del año.
En toda esta región, el río es un indicador de las temporadas y de lo que pasa en y fuera de la cuenca. Pero el río es también un indicador de la salud ambiental de la región. Un factor que conocen muy sus habitantes, ya que hace algunas años atrás comenzaron a notar como va desvaneciendo la vida de su río. ¿Cómo muere un río? Un río no muere cuando desaparecen sus aguas, un río comienza a morir mucho antes. Como cualquier ser vivo, comienza a manifestar cicatrices, achaques y enfermedades, que lentamente lo llevan a su muerte.
La cuenca del río Huarinilla se ubica al oeste del municipio de Coroico, en la provincia Nor Yungas, y en su totalidad ocupa el 70% del Parque Nacional (PN) y Área Natural de Manejo Integral (ANMI) Cotapata (Sernap 2005). Con una superficie de 489 km2, esta cuenca abarca desde majestuosas cumbres de 5.200 m.s.n.m. hasta los bosques montanos húmedos de Yungas a 1.100 m.s.n.m. (MMAyA 2018; Molina y Yucra 2001).
Vista del Tilata desde el Charquini, nacientes de los ríos Tiquimani y Chucura respectivamente, que luego darán origen al río Huarinilla. Dos montañas marcadas por el fuerte retroceso de sus glaciares
La cuenca del río Huarinilla forma parte de la cuenca andina del río Beni y, por lo mismo, pertenece a la macro cuenca del río Amazonas (MMAyA 2018; Molina y Yucra 2001). El Huarinilla nace de la unión de los ríos Chucura y Tiquimani en la localidad de El Choro, sobre el famoso camino incaico del mismo nombre. A lo largo de su recorrido –además de numerosos arroyos y quebradas- es alimentado por los ríos Coscapa, Santa Catarina, Chairo o Siñari, Elena y finalmente el río Yolosa para conformar el célebre río Coroico. El mismo que es uno de los principales afluentes del río Kaka y, posteriormente, el río Beni (MMAyA 2018; Molina y Yucra 2001).
A lo largo de sus 27.3 km, el río Huarinilla alberga una treintena de comunidades asentadas en sus inmediaciones o sobre sus orillas, haciendo un total de unas 2.119 habitantes según el censo de 2012 (MMAyA y PDC-RC 2021). Se destacan las comunidades de Chairo/Esmeralda, Korisamaña, Huarinilla, Pacallo y Chita Santa Elena por ser las comunidades más grandes sobre el río (PDC-RC 2021).
Pero estos datos de población, además de desactualizados, no reflejan la población itinerante que llega al río Huarinilla, sobre todo por el turismo local. A lo largo del río existen varios espacios de recreación y alojamientos, asimismo, en la comunidad de Pacallo se encuentra un importante hotel con capacidad de alojar cientos de visitantes.
Los habitantes del río Huarinilla están acostumbrados a ver su caudal aumentar estrepitosamente cuando llueve en la parte alta o disminuir en la época de estiaje[1]. Así, a sus 72 años, lo tiene aún marcado en su memoria doña Anita[2], una de las primeras habitantes de Pacallo, cuando recuerda diferentes acontecimientos de fuertes riadas de aguas turbias que, además de hacer estragos en diferentes comunidades, traían consigo abundante cantidad de peces.
Vista del río Huarinilla entre las comunidades de Pacallo y Chairo luego de una fuerte lluvia en la parte alta de la cuenca
El pescado, señala doña Anita, era hace un tiempo atrás una parte importante de la alimentación de las comunidades del río Huarinilla. Tanto así que “uno entraba al río con un mantel en mano y en cuestión de minutos se llenaba de peces de diferentes colores y tamaños”, recuerda doña Cristina, residente por más de veinte años en la comunidad de Huarinilla. Pero ahora “no hay ni un pescadito, antes incluso con la mano se capturaban, ahora si encuentras un pescado es milagro… ya nadie come pescado, los jóvenes no conocen más que el pollo frito”, lamenta la señora Luisa otra comunaria de Pacallo.
Un muestreo realizado en 2003 sobre la distribución y abundancia de peces identificó ocho especies en la cuenca baja del río Huarinilla y sus tributarios, siendo las especies con mayores registros el plateadito (Hemibrycon beni), el bagre (Astroblepus spp.) y el mauri (Trichomycterus sp.1) (Miranda-Chumacero 2006); los mismo que recuerda Luisa en añoranza a su niñez por su abundancia y su exquisito sabor. Para el año que se hizo el muestreo ya se identificaba que, por la presión ambiental, la contaminación y las perturbaciones por la carretera Cotapata-Santa Bárbara, puede producirse una gran variación en la población y consecuentemente una desaparición de especies (Miranda-Chumacero 2006).
Pero no solo los peces fueron desapareciendo del río Huarinilla, sino todo tipo de fauna y flora que coexistía con ellos y con el río. Así lo rememora don Roberto, vecino de la comunidad de Huarinilla, que recuerda que antes existía una gran cantidad de aves -como patos de diferentes colores y gaviotas- en el río que vivían de los peces, anfibios e insectos[3]; e incluso, señala entusiasmado, si uno tenía mucha suerte se veían “perros de agua” o Nutrias con sus crías pescando y asoleándose en las piedras del río[4].
Un río palpitante de vida sacudido por múltiples disturbios
La vida de animales, plantas y personas se vio paulatinamente transformada a medida que el río Huarinilla fue absolviendo diferentes presiones y alteraciones. “Sin duda”, manifiesta con absoluta convicción don Roberto a medida que se acomoda en un banquillo en su casa situado al lado del río, “una de las principales transformaciones que tuvo el río fue por la construcción de la carretera Cotapata-Santa Bárbara, allá por el año 1995”.
La carretera Cotapata-Santa Bárbara -que en efecto partió en dos el PN y ANMI Cotapata- significó entre 1995 a 1999 la remoción de más de 9.310 millones de m3 de escombros en 74 buzones (lugar específico para disponer el material, la mayoría en quebradas y arroyos naturales), con el fin de transportar el desecho hasta los cursos de los ríos Elena, Chairo, Huarinilla, Yolosa y otros afluentes. A lo que se suman taludes y deslizamientos inesperados. En total, durante este periodo, en el río Huarinilla se lanzaron 7.391 millones de toneladas de escombros, superando en 25% la capacidad de transporte del río (Molina y Yucra 2001)[5].
Afluente del río Yolosa (derecha) con el río Huarinilla (izquierda) y formación del río Coroico. La presencia de escombros de por la construcción de la carretera es aún notorio. El río Yolosa presenta claras señales de una importante afectación producto de las actividades mineras río arriba
Durante esa época “se daban riadas tremendas, como nunca bajaban afluentes enormes”, recuerda doña Cristina al respecto de la construcción de la carretera. “Una vez incluso el río Elena se llevó varias casas, puentes y casi a nosotros mismo, varios tuvieron que escapar al monte para salvarse. Las riadas de los otros ríos incluso llegaron a bloquear el río Huarinilla, como si fuera una represa, era terrible esa época.”
Esto significó una desestabilización importante del río, produciendo elevaciones del lecho, destrucción de terrazas aluviales, estancamiento y formación de nuevos cauces, desbordes e inundaciones y un desequilibrio y transformación del ecosistema acuático en general; constituyéndose así en un gigantesco pasivo ambiental en la región (Sernap 2005; Molina y Yucra 2001). Por todo ello, la carretera transformó la identidad y la dinámica del río[6].
A los efectos de la carretera, se añaden otras presiones que afectan profundamente al río, así como a sus habitantes humanos y no humanos; dentro de las cuales sobresale la minería. Dentro del PN y ANMI Cotapata existen unas 18 operaciones mineras (WSC 2020). Actualmente, según el Plan Director de la cuenca del río Coroico (PDC-RC), hay unas nueve minas en toda la cuenca del río Huarinilla (además de pasivos y depósitos mineros), más otras cinco minas sobre el río Yolosa. A esto se añaden una gran cantidad de concesiones mineras sobre el mismo río Huarinilla, el río Santa Catalina, el río Chairo y Yolosa; así como las partes altas de la cuenca, sobre todo en Cotapata y en el río Tiquimani (PDC-RC 2021).
Si bien existen registros de efectos por actividad minera en la cuenca desde los años ochenta, recién para finales de los años noventa se evidenció una concentraciones significativa de mercurio en los ríos Chairo y Huarinilla, con posible bioacumulación[7] en los peces (Quiroga y Bourgoin 1997). Al respecto, doña Anita recuerda que hace tiempo que opera una mina río arriba, en Chairo, y “siempre sabía botar químicos, diésel, aceite que llegan al río, se notaba en las orillas del río como arcoíris”.
“Siempre hubo oro en este río, siempre han sacado oro en este río”, menciona don Roberto, “la diferencia era que las familias lo hacían de forma artesanal. Ahora hay cooperativas grandes que invierten mucho dinero”, dice don Roberto, “como la de Cotapata o la que hubo en Pacallo, que no hacen un buen tratamiento de sus residuos, lo tratan como basura y lo botan al río”. “Esto es terrible”, lamenta doña Cristina, “porque mucha gente sigue metiéndose al río, se bañan, lavan ropa o incluso toman el agua del río”.
Mina de oro abandonada sobre el río Huarinilla entre las comunidades de Pacallo y La Selva
Últimamente la “fiebre del oro” tomó un nuevo impulso en la región, producto fundamentalmente del alza de su precio en el mercado internacional (Rodríguez et al, 2020). Según doña Cristina, hay una gran presión de explotar oro, la madre de familia explica que vienen cooperativistas “diciendo que el río es de todos, es del que compra la concesión, y por suerte nuestra comunidad se opuso –por ahora por lo menos- a que entren a explotar y hasta ahí llegó la intensión de la cooperativa”.
Pero hay comunidades en la región donde el conflicto por explotación aurífera no se resuelve tan a la ligera. La presión por expandir la actividad minera está generando una gran tensión en el entretejido social, causando incluso niveles violentos de conflictividad, como los sucedidos recientemente en comunidades del río Yolosa[8].
Actividad minera sobre el río Yolosa entre las comunidades de Yolosita y Yolosa
La carretera Cotapata-Santa Bárbara posibilitó, asimismo, un proceso de asentamiento humano tanto en las inmediaciones de la carretera como en la cuenca del río Huarinilla (Sernap 2005). “Antes todo esto era verde, lleno de árboles y de chume, ahora está lleno de casas, es todo un pueblo ya”, reflexiona doña Anita, a medida que ve a lo lejos cómo cambió el pueblo de Pacallo.
El aumento de la población también implicó mayor presión al río Huarinilla, sobre todo con relación a la gestión de los residuos. “Casi nadie acá tiene cámaras sépticas”, explica don Roberto y añade: “el río se volvió el basurero de todo el pueblo”. “Y no solo las casas”, dice doña Cristina: “sino que también ahora hay varios criaderos de chanchos, de pollos, que igual arrojan todos sus desechos al río”.
Mientras prepara una tasa de la tradicional sultana yungueña, Luisa cuenta cómo “antes el río era limpio, pero hoy en día ya no se puede tomar, desde Chairo para abajo, lleno de basura está, además, la gente lava sus autos y su ropa”. Al consultar sobre el hotel en la comunidad de Pacallo responde que “se sabía que antes ellos igual botaban sus desechos y aguas servidas al río, de todos los que llegaban al hotel. Ahora deben seguir arrojando”.
Pero el crecimiento poblacional no solo genera afectaciones directas al río, también presiona al bosque circundante, el cual alimenta al río con sus vertientes. Según el Sistema de Información y Monitoreo del Bosque (SIMB) del Ministerio de Medio Ambiente y Agua (MMAyA), entre el periodo de 2000 al 2017 en el PN y ANMI Cotapata se deforestaron 720 hectáreas, la mayoría en la parte media y baja de la cuenca del río Huarinilla (MMAyA 2023). Cada vez hay más presión para ampliar la frontera agrícola, donde la coca se constituye en el monocultivo principal de esa ampliación.
Al respecto, doña Anita cuenta que “recién es esto de los cocales, antes era pura fruta acá: piñas de diferentes colores y sabores, cítricos y mucho café, no había cocales”. El mismo sentir manifiesta doña Cristina, cuando dice que “eran montes cerrados, no había coca ni casas”; y explica que es un fenómeno reciente, “de los últimos años, que la gente ha construido casas y caminos, todo para producir y sacar la coca, para las naranjas nadie construía caminos”.
Desmontes para cultivo de coca dentro del PN y ANMI Cotapata en inmediaciones del río Huarinilla en la comunidad de El Chairo
Según el informe de la Oficina contra las drogas y el delito de Naciones Unidas (Unodc por sus siglas en inglés), en 2021 se registraron 78 hectáreas de cultivos de coca en el PN y ANMI Cotapata, un aumento del 100% en relación a las 39 hectáreas cultivas en 2016 (Cauthin 2021). Sin embargo, como el PN y ANMI se ubica dentro del área de producción tradicional de la coca, rigen ciertos criterios sobre cómo clasificar la legalidad o ilegalidad de los cultivos de coca en el PN y ANMI, fundamentalmente con base a dónde se realizan las plantaciones y según el uso que se le dé a la coca (Sernap 2005). Esta situación lleva a que cada vez más se vayan ampliando las plantaciones de coca en desmedro del bosque.
Naturaleza con derechos reconocidos, pero constantemente vulnerados
La situación del río Huarinillas en el PN y ANMI Cotapata no es un caso aislado. Todo lo contrario, es un escenario que se repite con mucha frecuencia en diferentes cuencas y Áreas Protegidas del país (Cauthin 2023; Villalobos 2022; Campanini 2021; WCS 2020). Ya que la instrumentalización, explotación, contaminación y destrucción de todo un ecosistema es algo inherente al modelo extractivista y explotador en el cual basamos hoy en día nuestros paradigmas económicos y sociales (Fundación Solón 2021).
Todo ello, paradójicamente, pese a que Bolivia fue uno de los países pioneros en reconocer que la naturaleza, al igual que los humanos, tiene derechos fundamentales que deben ser garantizados; siendo estos derechos la base para cualquier desarrollo integral hacia un “vivir bien”.
Este reconocimiento comienza con la misma Constitución Política del Estado (CPE), al disponer que toda persona tiene derecho a “un medio ambiente saludable, protegido y equilibrado” y donde es un deber del Estado el “conservar, proteger y aprovechar de manera sustentable los recursos naturales y la biodiversidad, así como mantener el equilibrio del medio ambiente”. La misma CPE concibe la necesidad de enunciar una protección exclusiva para las cuencas al considerarlas como “recursos estratégicos para el desarrollo y la soberanía boliviana” y, por tanto, labor del Estado evitar acciones que “ocasionen daños a los ecosistemas o disminuyen su caudal”.
Pareja de tucanes Arasari (Pteroglossus castanotis) buscando alimento sobre el río Huarinilla en la comunidad de Korizamaña
Pero este reconocimiento va más allá del mero proteccionismo y conservacionismo en beneficio de las necesidades humanas. La Ley N° 071 de los Derechos de la Madre Tierra, por ejemplo, no solo confiere a la Madre Tierra el carácter de sujeto colectivo de interés público, sino que también proclama derechos inherentes a la misma, como ser: “a la vida, la diversidad de la vida, al agua, (…) al equilibrio (…) a vivir libre de contaminación”. Además, dispone como una de las obligaciones del Estado el desarrollar políticas públicas y acciones para “(…) evitar que las actividades humanas conduzcan a la extinción de poblaciones de seres, la alteración de los ciclos y procesos que garantizan la vida o la destrucción de sistemas de vida (…)”.
A ello se suma la Ley N° 300 Marco de la Madre Tierra y Desarrollo Integral para el Vivir Bien, que pretende establecer la visión y los fundamentos del desarrollo integral en armonía y equilibrio con la Madre Tierra para vivir bien. Esta Ley dispone como bases para la conservación de la diversidad biológica y cultural “ la conservación y protección de las zonas de recarga hídrica, cabecera de cuenca (…) y áreas de alto valor de conservación (…)”. Al igual que “desarrollar políticas para el cuidado y protección de las cabeceras de cuenca, fuentes de agua, reservorios y otras, que se encuentran afectados por el cambio climático, la ampliación de la frontera agrícola o los asentamientos humanos no planificados y otros”.
El derecho del río es el derecho a la vida
La condición actual en que se encuentra el río Huarinilla -al igual que muchos otros ríos lo largo del país- evidencia un constante y premeditado atropello de los derechos de la naturaleza. Esta trágica situación significa un impedimento para que los humanos puedan tener un “buen vivir” en equilibrio con la Madre Tierra. Pero también representa una anulación total de la expectativa de los peces, las aves, las plantas, los humanos y el río mismo de poder seguir existiendo. Es decir, un ecocidio.
La sistemática vulneración de los derechos del río Huarinilla supone, asimismo, una pérdida de la identidad bioregional del lugar (Crespo et al 2020), entendida como la construcción del vínculo cultural y social en torno al río, al bosque, a los animales y al paisaje yungueño.
Pero esta pérdida no solo es la del río Huarinillas y el sistema de vida que sustenta, sino que también es la pérdida de las personas, las plantas y los animales río abajo; ya que todo y todos se ven afectados por lo que pasa río arriba.
Como alguna vez dijo el célebre naturalista Alexander von Humboldt “la naturaleza es una totalidad viva (…) no un conglomerado muerto” (citado en Wulf 2016). Y es que, desde la perspectiva de la naturaleza, el agua, los bosques, los animales, los humanos, las montañas, los ríos y los océanos son un mismo conjunto entretejida e interdependiente, una misma comunidad.
En palabras de doña Cristina “es toda una cadena de consecuencias que estamos viviendo, por tantos años de descuido y abuso al río”. Por el momento, a pesar del abuso y descuido sufrido, el agua, los animales, las plantas y los humanos que sustenta el río Huarinilla se están aferrando a la vida y luchan para poder seguir existiendo.
Imagen destacada:Vista del río Huarinilla entre las comunidades de Pacallo y Chairo. Al fondo se observa el Tilata, uno de los cerros que da origen al río Huarinilla
Referencias
Campanini, O. (2021). Minería en Áreas Protegidas El avance hacia el Madidi. Centro de Documentación e Información Bolivia (CEDIB): Cochabamba – Bolivia.
Cauthin, M. (2021). Un cuestionado saneamiento que maquilla los cultivos de coca en Áreas Protegidas. Fundación Solón: La Paz – Bolivia.
Cauthin, M. (2023). La integración del norte amazónico de La Paz ¿a qué costo? Fundación Solón: La Paz – Bolivia.
Cortez-Fernández, C. (2006). Variación altitudinal de la riqueza y abundancia relativa de los anuros del Parque Nacional y Área Natural de Manejo Integrado Cotapata. En: Ecología en Bolivia, 41(1): 46-64, Julio de 2006.
Crespo, C.O. y Crespo L.I. (2020). Elementos para una historia ambiental del río Rocha. Un enfoque ecocrítico y biorregional. Centro Andino para la Gestión y Uso del Agua (Centro AGUA-UMSS): Cochabamba – Bolivia.
Fundación Solón (2021). Basta de Ecocidio: Orígenes, debates, normas e importancia de actuar frente al mayor crimen contra la naturaleza. En: Tunupa. N° 114. 30 de marzo 2021.
González, K. M., et al. (2008). Biotransferencia y Bioacumulación de Arsénico en Vegetales, Frutos y Productos de Origen Animal en el Este Tucumano. En: Ciencia. Vol. 3, Nº 6, Octubre 2008, pp 47-64.
Miranda-Chumacero, G. (2006). Distribución altitudinal, abundancia relativa y densidad de peces en el Río Huarinilla y sus tributarios (Cotapata, Bolivia). En: Ecología en Bolivia, 41(1): 79-93, Julio de 2006.
MMAyA (2018). Gestión de cuencas en áreas con actividad minera. La experiencia en río Blanco y Chairo Huarinilla. Ministerio de Medio Ambiente y Agua y Cooperación Suiza en Bolivia Helvetas: La Paz-Bolivia.
MMAyA (2023). Gestión y desarrollo forestal. Sistema de Información y Monitoreo del Bosque (SIMB), Ministerio de Medio Ambiente y Agua (MMAyA). Recuperado el 2 de junio de 2023.
Molina, J. y Yucra, E. (2001). Impactos morfológicos de la carretera Cotapata-Santa Barbara. En: Recursos Hídricos. No. 2, agosto 2001.
Oficina de Naciones Unidas Contra la Droga y el Delito – Estado Plurinacional de Bolivia (2022). Bolivia. Monitoreo de cultivos de coca 2021. La Paz, Bolivia.
Quiroga, I. y Bourgoin, L. (1997). Contaminación ambiental por mercurio de los ríos Chairo y Huarinilla en el Parque Nacional y Área Natural de Manejo Integrado Cotapata. En: Revista Boliviana de Química. Vol. 14., N° 1., 1997.
Rodríguez, F. et al. (2020). Efectos de la minería en el desarrollo económico, social y ambiental del Estado Plurinacional de Bolivia. Documentos de Proyectos (LC/TS.2020/42). Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL): Santiago – Chile.
Sernap (2005). Plan de Manejo del Parque Nacional y Área Natural de Manejo Integral Cotapata. Servicio Nacional de Áreas Protegidas (Sernap). Programa BIAP: La Paz – Bolivia.
Villalobos, G. (2022). ¿Proteger la naturaleza para destruirla? Deforestación y quemas en las áreas protegidas de Bolivia. Fundación Solón: La Paz – Bolivia.
WCS (2020). Diagnostico Bolivia: Actividad minera aurífera en el corredor de conservación Madid-Apolobamba-Cotapata-Pilón Lajas. World Conservation Sociaty Bolivia.
Wulf, A. (2016). La invención de la naturaleza. El nuevo mundo de Alexander von Humboldt. Editorial Taurus. (15/09/2016).
[1] Nivel más bajo o caudal mínimo que tiene las aguas de un río, lago, etc. en ciertas épocas del año.
[2] Con el fin de mantener niveles de confidencialidad, en este trabajo se cambiaron los nombres de las personas entrevistadas por nombres ficticios.
[3] Un sondeo llevado a cabo en 2006 en el PN-ANMI Cotapata encontró 27 especie de anuarios (ranas y sapos), de los cuales 4 fueron nuevos registros, 8 son endémicas de Bolivia y 21 especies se encuentran bajo alguna categoría de amenaza. La mayoría de estos, 17 en total, se encontraron en el bosque montano húmedo de Yungas. Todas con un rango de abundancia entre raro, muy raro y frecuente, siendo pocas las especies abundantes (Cortez-Fernández 2006).
[4] Muchos de estos animales se constituían en bioindicadores para los pobladores del río para predecir el tiempo. Por ejemplo, según señala Luisa, la presencia de los patos río abajo señalaba la llegada de lluvias, y cuando estaban río arriba es que no iba caer lluvias.
[5] En el caso del río Elena, la carga que llegó al río fue mucho peor, superando los 8.833 millones de toneladas métricas de material, 11 veces su capacidad de transporte; lo que derivó en un profundo desequilibrio del río, alteraciones morfológicas e impactos en el ecosistema acuático, influyendo en las otras cuencas que tributaba el río Elena, como es el caso de los ríos Huarinilla y Coroico (Molina y Yucra 2001).
[6] Esto a pesar de ser el primer tramo carretero nacional que contó con un Estudio de Impacto Ambiental (PCA-CEEDI, 1990). Aunque el diseño final de la carretera fue hecho entre 1987 y 1989 y fue la misma empresa -Hidroservice-Connal-Lahmeyer- la que hizo el diseño final, la supervisión de obra y el estudio de impacto ambiental (Sernap 2005).
[7] Por bioacumulación se entiende como la acumulación por parte de organismos vivos de sustancias químicas más rápido de lo que pueden eliminarlo, generando concentraciones más altas de las que existen en el medio (Gonzáles et al., 2008)
Por Guillermo Villalobos M.
A medio día, el sol abrazador y el calor se vuelven cada vez más intensos en el pueblo yungueño de Pacallo. Las pocas lluvias, los caminos polvorientos y la notable disminución del caudal del río Huarillina evidencian que ya comenzó la época seca del año.
En toda esta región, el río es un indicador de las temporadas y de lo que pasa en y fuera de la cuenca. Pero el río es también un indicador de la salud ambiental de la región. Un factor que conocen muy sus habitantes, ya que hace algunas años atrás comenzaron a notar como va desvaneciendo la vida de su río. ¿Cómo muere un río? Un río no muere cuando desaparecen sus aguas, un río comienza a morir mucho antes. Como cualquier ser vivo, comienza a manifestar cicatrices, achaques y enfermedades, que lentamente lo llevan a su muerte.
La cuenca del río Huarinilla se ubica al oeste del municipio de Coroico, en la provincia Nor Yungas, y en su totalidad ocupa el 70% del Parque Nacional (PN) y Área Natural de Manejo Integral (ANMI) Cotapata (Sernap 2005). Con una superficie de 489 km2, esta cuenca abarca desde majestuosas cumbres de 5.200 m.s.n.m. hasta los bosques montanos húmedos de Yungas a 1.100 m.s.n.m. (MMAyA 2018; Molina y Yucra 2001).
La cuenca del río Huarinilla forma parte de la cuenca andina del río Beni y, por lo mismo, pertenece a la macro cuenca del río Amazonas (MMAyA 2018; Molina y Yucra 2001). El Huarinilla nace de la unión de los ríos Chucura y Tiquimani en la localidad de El Choro, sobre el famoso camino incaico del mismo nombre. A lo largo de su recorrido –además de numerosos arroyos y quebradas- es alimentado por los ríos Coscapa, Santa Catarina, Chairo o Siñari, Elena y finalmente el río Yolosa para conformar el célebre río Coroico. El mismo que es uno de los principales afluentes del río Kaka y, posteriormente, el río Beni (MMAyA 2018; Molina y Yucra 2001).
A lo largo de sus 27.3 km, el río Huarinilla alberga una treintena de comunidades asentadas en sus inmediaciones o sobre sus orillas, haciendo un total de unas 2.119 habitantes según el censo de 2012 (MMAyA y PDC-RC 2021). Se destacan las comunidades de Chairo/Esmeralda, Korisamaña, Huarinilla, Pacallo y Chita Santa Elena por ser las comunidades más grandes sobre el río (PDC-RC 2021).
Pero estos datos de población, además de desactualizados, no reflejan la población itinerante que llega al río Huarinilla, sobre todo por el turismo local. A lo largo del río existen varios espacios de recreación y alojamientos, asimismo, en la comunidad de Pacallo se encuentra un importante hotel con capacidad de alojar cientos de visitantes.
Los habitantes del río Huarinilla están acostumbrados a ver su caudal aumentar estrepitosamente cuando llueve en la parte alta o disminuir en la época de estiaje[1]. Así, a sus 72 años, lo tiene aún marcado en su memoria doña Anita[2], una de las primeras habitantes de Pacallo, cuando recuerda diferentes acontecimientos de fuertes riadas de aguas turbias que, además de hacer estragos en diferentes comunidades, traían consigo abundante cantidad de peces.
El pescado, señala doña Anita, era hace un tiempo atrás una parte importante de la alimentación de las comunidades del río Huarinilla. Tanto así que “uno entraba al río con un mantel en mano y en cuestión de minutos se llenaba de peces de diferentes colores y tamaños”, recuerda doña Cristina, residente por más de veinte años en la comunidad de Huarinilla. Pero ahora “no hay ni un pescadito, antes incluso con la mano se capturaban, ahora si encuentras un pescado es milagro… ya nadie come pescado, los jóvenes no conocen más que el pollo frito”, lamenta la señora Luisa otra comunaria de Pacallo.
Un muestreo realizado en 2003 sobre la distribución y abundancia de peces identificó ocho especies en la cuenca baja del río Huarinilla y sus tributarios, siendo las especies con mayores registros el plateadito (Hemibrycon beni), el bagre (Astroblepus spp.) y el mauri (Trichomycterus sp.1) (Miranda-Chumacero 2006); los mismo que recuerda Luisa en añoranza a su niñez por su abundancia y su exquisito sabor. Para el año que se hizo el muestreo ya se identificaba que, por la presión ambiental, la contaminación y las perturbaciones por la carretera Cotapata-Santa Bárbara, puede producirse una gran variación en la población y consecuentemente una desaparición de especies (Miranda-Chumacero 2006).
Pero no solo los peces fueron desapareciendo del río Huarinilla, sino todo tipo de fauna y flora que coexistía con ellos y con el río. Así lo rememora don Roberto, vecino de la comunidad de Huarinilla, que recuerda que antes existía una gran cantidad de aves -como patos de diferentes colores y gaviotas- en el río que vivían de los peces, anfibios e insectos[3]; e incluso, señala entusiasmado, si uno tenía mucha suerte se veían “perros de agua” o Nutrias con sus crías pescando y asoleándose en las piedras del río[4].
Un río palpitante de vida sacudido por múltiples disturbios
La vida de animales, plantas y personas se vio paulatinamente transformada a medida que el río Huarinilla fue absolviendo diferentes presiones y alteraciones. “Sin duda”, manifiesta con absoluta convicción don Roberto a medida que se acomoda en un banquillo en su casa situado al lado del río, “una de las principales transformaciones que tuvo el río fue por la construcción de la carretera Cotapata-Santa Bárbara, allá por el año 1995”.
La carretera Cotapata-Santa Bárbara -que en efecto partió en dos el PN y ANMI Cotapata- significó entre 1995 a 1999 la remoción de más de 9.310 millones de m3 de escombros en 74 buzones (lugar específico para disponer el material, la mayoría en quebradas y arroyos naturales), con el fin de transportar el desecho hasta los cursos de los ríos Elena, Chairo, Huarinilla, Yolosa y otros afluentes. A lo que se suman taludes y deslizamientos inesperados. En total, durante este periodo, en el río Huarinilla se lanzaron 7.391 millones de toneladas de escombros, superando en 25% la capacidad de transporte del río (Molina y Yucra 2001)[5].
Durante esa época “se daban riadas tremendas, como nunca bajaban afluentes enormes”, recuerda doña Cristina al respecto de la construcción de la carretera. “Una vez incluso el río Elena se llevó varias casas, puentes y casi a nosotros mismo, varios tuvieron que escapar al monte para salvarse. Las riadas de los otros ríos incluso llegaron a bloquear el río Huarinilla, como si fuera una represa, era terrible esa época.”
Esto significó una desestabilización importante del río, produciendo elevaciones del lecho, destrucción de terrazas aluviales, estancamiento y formación de nuevos cauces, desbordes e inundaciones y un desequilibrio y transformación del ecosistema acuático en general; constituyéndose así en un gigantesco pasivo ambiental en la región (Sernap 2005; Molina y Yucra 2001). Por todo ello, la carretera transformó la identidad y la dinámica del río[6].
A los efectos de la carretera, se añaden otras presiones que afectan profundamente al río, así como a sus habitantes humanos y no humanos; dentro de las cuales sobresale la minería. Dentro del PN y ANMI Cotapata existen unas 18 operaciones mineras (WSC 2020). Actualmente, según el Plan Director de la cuenca del río Coroico (PDC-RC), hay unas nueve minas en toda la cuenca del río Huarinilla (además de pasivos y depósitos mineros), más otras cinco minas sobre el río Yolosa. A esto se añaden una gran cantidad de concesiones mineras sobre el mismo río Huarinilla, el río Santa Catalina, el río Chairo y Yolosa; así como las partes altas de la cuenca, sobre todo en Cotapata y en el río Tiquimani (PDC-RC 2021).
Si bien existen registros de efectos por actividad minera en la cuenca desde los años ochenta, recién para finales de los años noventa se evidenció una concentraciones significativa de mercurio en los ríos Chairo y Huarinilla, con posible bioacumulación[7] en los peces (Quiroga y Bourgoin 1997). Al respecto, doña Anita recuerda que hace tiempo que opera una mina río arriba, en Chairo, y “siempre sabía botar químicos, diésel, aceite que llegan al río, se notaba en las orillas del río como arcoíris”.
“Siempre hubo oro en este río, siempre han sacado oro en este río”, menciona don Roberto, “la diferencia era que las familias lo hacían de forma artesanal. Ahora hay cooperativas grandes que invierten mucho dinero”, dice don Roberto, “como la de Cotapata o la que hubo en Pacallo, que no hacen un buen tratamiento de sus residuos, lo tratan como basura y lo botan al río”. “Esto es terrible”, lamenta doña Cristina, “porque mucha gente sigue metiéndose al río, se bañan, lavan ropa o incluso toman el agua del río”.
Últimamente la “fiebre del oro” tomó un nuevo impulso en la región, producto fundamentalmente del alza de su precio en el mercado internacional (Rodríguez et al, 2020). Según doña Cristina, hay una gran presión de explotar oro, la madre de familia explica que vienen cooperativistas “diciendo que el río es de todos, es del que compra la concesión, y por suerte nuestra comunidad se opuso –por ahora por lo menos- a que entren a explotar y hasta ahí llegó la intensión de la cooperativa”.
Pero hay comunidades en la región donde el conflicto por explotación aurífera no se resuelve tan a la ligera. La presión por expandir la actividad minera está generando una gran tensión en el entretejido social, causando incluso niveles violentos de conflictividad, como los sucedidos recientemente en comunidades del río Yolosa[8].
La carretera Cotapata-Santa Bárbara posibilitó, asimismo, un proceso de asentamiento humano tanto en las inmediaciones de la carretera como en la cuenca del río Huarinilla (Sernap 2005). “Antes todo esto era verde, lleno de árboles y de chume, ahora está lleno de casas, es todo un pueblo ya”, reflexiona doña Anita, a medida que ve a lo lejos cómo cambió el pueblo de Pacallo.
El aumento de la población también implicó mayor presión al río Huarinilla, sobre todo con relación a la gestión de los residuos. “Casi nadie acá tiene cámaras sépticas”, explica don Roberto y añade: “el río se volvió el basurero de todo el pueblo”. “Y no solo las casas”, dice doña Cristina: “sino que también ahora hay varios criaderos de chanchos, de pollos, que igual arrojan todos sus desechos al río”.
Mientras prepara una tasa de la tradicional sultana yungueña, Luisa cuenta cómo “antes el río era limpio, pero hoy en día ya no se puede tomar, desde Chairo para abajo, lleno de basura está, además, la gente lava sus autos y su ropa”. Al consultar sobre el hotel en la comunidad de Pacallo responde que “se sabía que antes ellos igual botaban sus desechos y aguas servidas al río, de todos los que llegaban al hotel. Ahora deben seguir arrojando”.
Pero el crecimiento poblacional no solo genera afectaciones directas al río, también presiona al bosque circundante, el cual alimenta al río con sus vertientes. Según el Sistema de Información y Monitoreo del Bosque (SIMB) del Ministerio de Medio Ambiente y Agua (MMAyA), entre el periodo de 2000 al 2017 en el PN y ANMI Cotapata se deforestaron 720 hectáreas, la mayoría en la parte media y baja de la cuenca del río Huarinilla (MMAyA 2023). Cada vez hay más presión para ampliar la frontera agrícola, donde la coca se constituye en el monocultivo principal de esa ampliación.
Al respecto, doña Anita cuenta que “recién es esto de los cocales, antes era pura fruta acá: piñas de diferentes colores y sabores, cítricos y mucho café, no había cocales”. El mismo sentir manifiesta doña Cristina, cuando dice que “eran montes cerrados, no había coca ni casas”; y explica que es un fenómeno reciente, “de los últimos años, que la gente ha construido casas y caminos, todo para producir y sacar la coca, para las naranjas nadie construía caminos”.
Según el informe de la Oficina contra las drogas y el delito de Naciones Unidas (Unodc por sus siglas en inglés), en 2021 se registraron 78 hectáreas de cultivos de coca en el PN y ANMI Cotapata, un aumento del 100% en relación a las 39 hectáreas cultivas en 2016 (Cauthin 2021). Sin embargo, como el PN y ANMI se ubica dentro del área de producción tradicional de la coca, rigen ciertos criterios sobre cómo clasificar la legalidad o ilegalidad de los cultivos de coca en el PN y ANMI, fundamentalmente con base a dónde se realizan las plantaciones y según el uso que se le dé a la coca (Sernap 2005). Esta situación lleva a que cada vez más se vayan ampliando las plantaciones de coca en desmedro del bosque.
Naturaleza con derechos reconocidos, pero constantemente vulnerados
La situación del río Huarinillas en el PN y ANMI Cotapata no es un caso aislado. Todo lo contrario, es un escenario que se repite con mucha frecuencia en diferentes cuencas y Áreas Protegidas del país (Cauthin 2023; Villalobos 2022; Campanini 2021; WCS 2020). Ya que la instrumentalización, explotación, contaminación y destrucción de todo un ecosistema es algo inherente al modelo extractivista y explotador en el cual basamos hoy en día nuestros paradigmas económicos y sociales (Fundación Solón 2021).
Todo ello, paradójicamente, pese a que Bolivia fue uno de los países pioneros en reconocer que la naturaleza, al igual que los humanos, tiene derechos fundamentales que deben ser garantizados; siendo estos derechos la base para cualquier desarrollo integral hacia un “vivir bien”.
Este reconocimiento comienza con la misma Constitución Política del Estado (CPE), al disponer que toda persona tiene derecho a “un medio ambiente saludable, protegido y equilibrado” y donde es un deber del Estado el “conservar, proteger y aprovechar de manera sustentable los recursos naturales y la biodiversidad, así como mantener el equilibrio del medio ambiente”. La misma CPE concibe la necesidad de enunciar una protección exclusiva para las cuencas al considerarlas como “recursos estratégicos para el desarrollo y la soberanía boliviana” y, por tanto, labor del Estado evitar acciones que “ocasionen daños a los ecosistemas o disminuyen su caudal”.
Pero este reconocimiento va más allá del mero proteccionismo y conservacionismo en beneficio de las necesidades humanas. La Ley N° 071 de los Derechos de la Madre Tierra, por ejemplo, no solo confiere a la Madre Tierra el carácter de sujeto colectivo de interés público, sino que también proclama derechos inherentes a la misma, como ser: “a la vida, la diversidad de la vida, al agua, (…) al equilibrio (…) a vivir libre de contaminación”. Además, dispone como una de las obligaciones del Estado el desarrollar políticas públicas y acciones para “(…) evitar que las actividades humanas conduzcan a la extinción de poblaciones de seres, la alteración de los ciclos y procesos que garantizan la vida o la destrucción de sistemas de vida (…)”.
A ello se suma la Ley N° 300 Marco de la Madre Tierra y Desarrollo Integral para el Vivir Bien, que pretende establecer la visión y los fundamentos del desarrollo integral en armonía y equilibrio con la Madre Tierra para vivir bien. Esta Ley dispone como bases para la conservación de la diversidad biológica y cultural “ la conservación y protección de las zonas de recarga hídrica, cabecera de cuenca (…) y áreas de alto valor de conservación (…)”. Al igual que “desarrollar políticas para el cuidado y protección de las cabeceras de cuenca, fuentes de agua, reservorios y otras, que se encuentran afectados por el cambio climático, la ampliación de la frontera agrícola o los asentamientos humanos no planificados y otros”.
El derecho del río es el derecho a la vida
La condición actual en que se encuentra el río Huarinilla -al igual que muchos otros ríos lo largo del país- evidencia un constante y premeditado atropello de los derechos de la naturaleza. Esta trágica situación significa un impedimento para que los humanos puedan tener un “buen vivir” en equilibrio con la Madre Tierra. Pero también representa una anulación total de la expectativa de los peces, las aves, las plantas, los humanos y el río mismo de poder seguir existiendo. Es decir, un ecocidio.
La sistemática vulneración de los derechos del río Huarinilla supone, asimismo, una pérdida de la identidad bioregional del lugar (Crespo et al 2020), entendida como la construcción del vínculo cultural y social en torno al río, al bosque, a los animales y al paisaje yungueño.
Pero esta pérdida no solo es la del río Huarinillas y el sistema de vida que sustenta, sino que también es la pérdida de las personas, las plantas y los animales río abajo; ya que todo y todos se ven afectados por lo que pasa río arriba.
Como alguna vez dijo el célebre naturalista Alexander von Humboldt “la naturaleza es una totalidad viva (…) no un conglomerado muerto” (citado en Wulf 2016). Y es que, desde la perspectiva de la naturaleza, el agua, los bosques, los animales, los humanos, las montañas, los ríos y los océanos son un mismo conjunto entretejida e interdependiente, una misma comunidad.
En palabras de doña Cristina “es toda una cadena de consecuencias que estamos viviendo, por tantos años de descuido y abuso al río”. Por el momento, a pesar del abuso y descuido sufrido, el agua, los animales, las plantas y los humanos que sustenta el río Huarinilla se están aferrando a la vida y luchan para poder seguir existiendo.
Imagen destacada: Vista del río Huarinilla entre las comunidades de Pacallo y Chairo. Al fondo se observa el Tilata, uno de los cerros que da origen al río Huarinilla
Referencias
Campanini, O. (2021). Minería en Áreas Protegidas El avance hacia el Madidi. Centro de Documentación e Información Bolivia (CEDIB): Cochabamba – Bolivia.
Cauthin, M. (2021). Un cuestionado saneamiento que maquilla los cultivos de coca en Áreas Protegidas. Fundación Solón: La Paz – Bolivia.
Cauthin, M. (2023). La integración del norte amazónico de La Paz ¿a qué costo? Fundación Solón: La Paz – Bolivia.
Cortez-Fernández, C. (2006). Variación altitudinal de la riqueza y abundancia relativa de los anuros del Parque Nacional y Área Natural de Manejo Integrado Cotapata. En: Ecología en Bolivia, 41(1): 46-64, Julio de 2006.
Crespo, C.O. y Crespo L.I. (2020). Elementos para una historia ambiental del río Rocha. Un enfoque ecocrítico y biorregional. Centro Andino para la Gestión y Uso del Agua (Centro AGUA-UMSS): Cochabamba – Bolivia.
Fundación Solón (2021). Basta de Ecocidio: Orígenes, debates, normas e importancia de actuar frente al mayor crimen contra la naturaleza. En: Tunupa. N° 114. 30 de marzo 2021.
González, K. M., et al. (2008). Biotransferencia y Bioacumulación de Arsénico en Vegetales, Frutos y Productos de Origen Animal en el Este Tucumano. En: Ciencia. Vol. 3, Nº 6, Octubre 2008, pp 47-64.
Miranda-Chumacero, G. (2006). Distribución altitudinal, abundancia relativa y densidad de peces en el Río Huarinilla y sus tributarios (Cotapata, Bolivia). En: Ecología en Bolivia, 41(1): 79-93, Julio de 2006.
MMAyA (2018). Gestión de cuencas en áreas con actividad minera. La experiencia en río Blanco y Chairo Huarinilla. Ministerio de Medio Ambiente y Agua y Cooperación Suiza en Bolivia Helvetas: La Paz-Bolivia.
MMAyA (2023). Gestión y desarrollo forestal. Sistema de Información y Monitoreo del Bosque (SIMB), Ministerio de Medio Ambiente y Agua (MMAyA). Recuperado el 2 de junio de 2023.
Molina, J. y Yucra, E. (2001). Impactos morfológicos de la carretera Cotapata-Santa Barbara. En: Recursos Hídricos. No. 2, agosto 2001.
Oficina de Naciones Unidas Contra la Droga y el Delito – Estado Plurinacional de Bolivia (2022). Bolivia. Monitoreo de cultivos de coca 2021. La Paz, Bolivia.
Quiroga, I. y Bourgoin, L. (1997). Contaminación ambiental por mercurio de los ríos Chairo y Huarinilla en el Parque Nacional y Área Natural de Manejo Integrado Cotapata. En: Revista Boliviana de Química. Vol. 14., N° 1., 1997.
Rodríguez, F. et al. (2020). Efectos de la minería en el desarrollo económico, social y ambiental del Estado Plurinacional de Bolivia. Documentos de Proyectos (LC/TS.2020/42). Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL): Santiago – Chile.
Sernap (2005). Plan de Manejo del Parque Nacional y Área Natural de Manejo Integral Cotapata. Servicio Nacional de Áreas Protegidas (Sernap). Programa BIAP: La Paz – Bolivia.
Villalobos, G. (2022). ¿Proteger la naturaleza para destruirla? Deforestación y quemas en las áreas protegidas de Bolivia. Fundación Solón: La Paz – Bolivia.
WCS (2020). Diagnostico Bolivia: Actividad minera aurífera en el corredor de conservación Madid-Apolobamba-Cotapata-Pilón Lajas. World Conservation Sociaty Bolivia.
Wulf, A. (2016). La invención de la naturaleza. El nuevo mundo de Alexander von Humboldt. Editorial Taurus. (15/09/2016).
[1] Nivel más bajo o caudal mínimo que tiene las aguas de un río, lago, etc. en ciertas épocas del año.
[2] Con el fin de mantener niveles de confidencialidad, en este trabajo se cambiaron los nombres de las personas entrevistadas por nombres ficticios.
[3] Un sondeo llevado a cabo en 2006 en el PN-ANMI Cotapata encontró 27 especie de anuarios (ranas y sapos), de los cuales 4 fueron nuevos registros, 8 son endémicas de Bolivia y 21 especies se encuentran bajo alguna categoría de amenaza. La mayoría de estos, 17 en total, se encontraron en el bosque montano húmedo de Yungas. Todas con un rango de abundancia entre raro, muy raro y frecuente, siendo pocas las especies abundantes (Cortez-Fernández 2006).
[4] Muchos de estos animales se constituían en bioindicadores para los pobladores del río para predecir el tiempo. Por ejemplo, según señala Luisa, la presencia de los patos río abajo señalaba la llegada de lluvias, y cuando estaban río arriba es que no iba caer lluvias.
[5] En el caso del río Elena, la carga que llegó al río fue mucho peor, superando los 8.833 millones de toneladas métricas de material, 11 veces su capacidad de transporte; lo que derivó en un profundo desequilibrio del río, alteraciones morfológicas e impactos en el ecosistema acuático, influyendo en las otras cuencas que tributaba el río Elena, como es el caso de los ríos Huarinilla y Coroico (Molina y Yucra 2001).
[6] Esto a pesar de ser el primer tramo carretero nacional que contó con un Estudio de Impacto Ambiental (PCA-CEEDI, 1990). Aunque el diseño final de la carretera fue hecho entre 1987 y 1989 y fue la misma empresa -Hidroservice-Connal-Lahmeyer- la que hizo el diseño final, la supervisión de obra y el estudio de impacto ambiental (Sernap 2005).
[7] Por bioacumulación se entiende como la acumulación por parte de organismos vivos de sustancias químicas más rápido de lo que pueden eliminarlo, generando concentraciones más altas de las que existen en el medio (Gonzáles et al., 2008)
[8] Véase: https://www.noticiasfides.com/nacional/sociedad/denuncian-que-trabajo-de-cooperativa-aurifera-amenaza-a-4-comunidades-en-los-yungas—421283
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