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4. ¿Quiénes explotan oro en la actualidad?

Por Equipo Fundación Solón

Para comprender la dimensión social de la minería aluvial aurífera, es necesario evitar reducirla a una mera “actividad extractiva” y, en todo caso, pensarla como un sistema social complejo. Este sistema social comprende una multiplicidad de actores, estructuras de organización e, incluso, aspectos de orden cultural que la sostienen y la legitiman. A partir de considerar estos aspectos, es posible evitar lecturas y análisis más orientaros a la “consigna” política, que a comprender la complejidad de esta actividad y sus contradicciones estructurales. En este entendido, en este capítulo explicamos cuáles son los actores que participan en la minería aurífera, a partir de los datos recogidos en los distritos de Tipuani, Guanay y Teoponte.

4.1. Cooperativas

En el presente, la minería cooperativista es el principal actor minero, en particular, en lo que respecta a la minería aluvial aurífera en la Amazonía. Estos actores mineros operan con cierto grado de informalidad, a pesar de que existe una amplia normativa para regular su trabajo de explotación. Esto se debe, en gran medida, a la relación ambigua y de cercanía que tuvo el cooperativismo minero con el gobierno, sobre todo, desde el año 2006, con el ingreso del Movimiento Al Socialismo (Salman et al., 2015).

En teoría y en términos legales, las cooperativas son asociaciones de individuos, que realizan una determinada actividad económica sustentada en “en los principios de solidaridad, igualdad, reciprocidad, equidad en la distribución, finalidad social, y no lucro” (CPE, Artículo 55). En este sentido, se supone que se trata de actores económicos cuya organización no tiene que ver y/o es contrapuesta a la lógica empresarial (patronal, trabajadores), sino con lógicas más democráticas. Sin embargo, esta caracterización de las cooperativas no aplica en la realidad (Díaz-Cuéllar & Francescone, 2013; Zaconeta, 2024).

Por otro lado, para evitar el error de la generalización, estudios previos han distinguido a las cooperativas en función de su tamaño (grandes, medianas y pequeñas). Los criterios para esta distinción suelen ser: 1.- el número de socios; 2.- la escala de la inversión y de las operaciones que realizan; 3.- el tipo de explotación que realizan y/o el grado de mecanización (Córdova, 2015, p. 7; Poveda et al., 2015, p. 160; Zaconeta, 2024, p. 77). Sin embargo, si bien esta distinción es útil, no necesariamente da cuenta de la más compleja realidad social de la minería cooperativista en el presente. En este sentido, a continuación, proponemos algunos criterios adicionales, para contribuir a la comprensión de la realidad minera cooperativista. Los apuntes que realizamos a continuación se basan en un estudio realizado en los distritos de los ríos Tipuani y Mapiri.

1.-Contexto Histórico de la Minería cooperativa. La minería cooperativa en Bolivia tiene sus raíces en antiguas formas de asociación solidaria entre mineros, remontándose incluso a la época colonial. Absi (2015) relata que el cooperativismo minero en Potosí encontró sus primeros antecedentes en los kajchas, mineros independientes que inicialmente trabajaban de manera clandestina en los socavones y más tarde con la aprobación de los propietarios.

En los distritos de Tipuani y Guanay, estas prácticas asociativas también estaban presentes desde el siglo XVIII. Santos Escóbar (1994) menciona la formación de grupos de trabajadores que, tras quedar desempleados por la suspensión de operaciones de los empresarios mineros, continuaban explotando los recursos auríferos. Weddell (1853) describe también a los «buscantes», quienes desempeñaban un papel similar. Hacia finales del siglo XIX, la llegada de nuevos pobladores a la región dio lugar a la creación de «sociedades mineras», precursoras directas de las cooperativas actuales.

Estas sociedades adoptaban dos formas principales de organización. En un modelo más jerárquico, comparable al garimpo brasileño descrito por Cleary (1990), un «patrón» o dueño del yacimiento empleaba a trabajadores bajo diversas modalidades, como el peonaje por mercancía o el pago de renta (A. Robles & W. Mercado, comunicación personal, el 9 de junio de 2024). En otro modelo, los grupos o cuadrillas trabajaban colectivamente un mismo yacimiento, aunque cada individuo mantenía la propiedad sobre el oro que obtenía. Este tipo de organización guarda similitudes con las prácticas de pequeña escala de los barranquilleros y carancheros contemporáneos.

El desarrollo de las cooperativas auríferas fue evidente ya en 1937, cuando una comisión de vecinos de Guanay solicitó al gobierno la adjudicación de pertenencias mineras para «la Sociedad Cooperativa Minera formada por todo el pueblo de Guanay». Durante los años 70, miles de cooperativistas operaban en Tipuani empleando métodos que aún persisten (Alurralde, 1973). En los años 80, la llegada de nuevos socios con recursos para maquinaria impulsó la transición hacia la minería a cielo abierto, transformando radicalmente las capacidades de explotación.

Un caso destacado es la cooperativa Molleterío, en Chuquini, Tipuani, fundada en 1954. Aunque inició en socavones, su inversión en tecnología permitió realizar una de las mayores extracciones auríferas de la región, explotando yacimientos prospectados previamente por la Compañía de Aramayo con apoyo del Fondo Nacional de Exploración Minera (FONEM).

2.- Factores de Consolidación y Autonomía. La longevidad de una cooperativa minera en Larecaja está influida por diversos factores. Entre ellos se incluyen la presencia de yacimientos explotables, el compromiso de los socios y la eficiencia administrativa. Aunque estas variables no son determinantes por sí solas, su interacción define el grado de institucionalización productiva y administrativa. Por ejemplo, cooperativas como Reforma y Arizona, con varias décadas de actividad en Guanay, han alcanzado un nivel de independencia que les permite operar sin depender de inversores privados.

Esta independencia, no obstante, no implica la ausencia de acuerdos con terceros. Algunas cooperativas arriendan áreas de explotación a privados sin establecer relaciones de dependencia. En contraste, se señala que las cooperativas más jóvenes o asociadas a comunidades indígenas tienden a fomentar la minería ilegal, atrayendo a actores extranjeros como chinos y colombianos.

La antigüedad no siempre está relacionada con el tamaño de la operación. Por ejemplo, la cooperativa Reforma, con solo 25 socios, logró resultados significativos gracias a la experiencia de su dirigencia. Durante 2024, lograron extracciones de hasta 2 kilogramos de oro cada 10 días. Por otro lado, cooperativas pequeñas pueden transformarse rápidamente en grandes operaciones mediante asociaciones informales con inversores.

En suma, la evolución de las cooperativas auríferas en Larecaja refleja una historia de adaptación, tecnología y organización social, cimentada en tradiciones que han sobrevivido y evolucionado a lo largo del tiempo.

3.- Composición social de las cooperativas. El sector cooperativo minero, especialmente en la minería aurífera, a menudo se percibe como homogéneo. Sin embargo, la realidad es más compleja y diversa. Estas organizaciones poseen estructuras sociales variadas, similares a otros sectores con dinámicas corporativas como el transporte o el comercio minorista. La construcción de un análisis sociológico profundo de estas cooperativas sigue siendo un desafío pendiente.

En la región amazónica, la minería de oro atrae a personas de diversas procedencias, principalmente de zonas urbanas, quienes participan como inversores, trabajadores temporales o migrantes permanentes. Muchas cooperativas están integradas por ciudadanos provenientes de áreas urbanas, lo que permite clasificarlas como «cooperativas urbanas». Ejemplos observados en Guanay ilustran esta dinámica.

  • Ejemplos de Cooperativas en Guanay

En Teoponte, tras el cese de actividades de la empresa BARTOS, algunos socios formaron una cooperativa llamada “Relámpago”. Aunque pequeña en número de miembros, su capital inicial provenía de los recursos sociales y económicos de una familia empresaria.

Por otro lado, la cooperativa “Reforma” nació bajo un modelo colectivo, donde los socios trabajaron juntos en los primeros años. Posteriormente, la venta de acciones permitió la entrada de nuevos miembros, como profesionales de salud y empresarios locales, transformando la cooperativa en una inversión rentable para diversos sectores.

En el caso de “Cormel”, sus socios incluyen comerciantes, ganaderos y líderes comunitarios de Guanay y Challana, quienes se unieron para explotar oro tras identificar oportunidades en la región. Estas iniciativas frecuentemente surgen mediante invitaciones entre conocidos, utilizando medios como redes sociales para coordinar inversiones.

  • Cooperativas Rurales y su Crecimiento

Un fenómeno reciente es el incremento de cooperativas en comunidades rurales, una respuesta al avance de la minería en sus territorios. Este proceso tiene raíces históricas en la región, marcada por actividades económicas y migraciones desde el siglo XVIII. En comunidades como Michiplaya, la creación de cooperativas fue motivada por conflictos territoriales y la necesidad de defender sus tierras.

En Chushuara, los habitantes formaron una cooperativa tras enfrentarse a desalojos violentos por parte de grupos externos. Este caso resalta cómo la minería se convierte en una estrategia de resistencia frente a amenazas externas.

En otras comunidades, como Carura y San José Pelera, la minería emergió de manera más natural, reflejando la diversidad social y cultural de estas zonas, donde conviven familias nativas y migrantes de las tierras altas.

La configuración de las cooperativas mineras en Larecaja es un reflejo de las dinámicas sociales, económicas y culturales de la región. Aunque muchas nacen de circunstancias conflictivas, otras se consolidan como iniciativas comunitarias que aprovechan los recursos disponibles para generar ingresos y proteger sus territorios. La evolución de estas cooperativas seguirá siendo un aspecto clave para entender la minería aurífera en Bolivia.

4.2. Empresarios privados asociados a las cooperativas

Un tema que ha generado creciente preocupación en tiempos recientes es la vinculación extraoficial entre cooperativas mineras y actores privados, como empresarios e inversionistas. Esta situación resulta controvertida debido a que, aunque estas asociaciones se realizan de manera visible, la normativa legal vigente prohíbe a las cooperativas «suscribir contratos de asociación con empresas privadas, sean nacionales o extranjeras» (Ley 535, Artículo 151). Este incumplimiento es particularmente frecuente en las cooperativas formadas más recientemente, que suelen enfrentar limitaciones significativas en su capacidad financiera y en la adquisición de equipos y suministros. Para estas cooperativas, el apoyo de capital privado se convierte en la única alternativa viable.

En los últimos dos años, este fenómeno ha cobrado especial relevancia debido a informes que revelan la influencia de capital extranjero, en particular de origen chino, en las operaciones mineras de la Amazonía (Mendoza & Seoane, 2022; Radwin, 2022). Si bien estas asociaciones informales con inversionistas asiáticos son notorias, es importante señalar que la inversión privada en la minería aurífera aluvial no se limita a China. También participan capitales provenientes de Colombia, Brasil y de distintas regiones de Bolivia, como Cochabamba, La Paz y Potosí. Además, en lugar de simplemente condenar la intervención del capital privado, es crucial entender la complejidad del sistema social que sustenta esta actividad, donde interactúan cooperativistas, inversionistas, trabajadores dependientes y otros actores.

Desde una perspectiva económica, el funcionamiento de este sistema minero de pequeña escala depende de las inversiones realizadas por los socios cooperativistas y/o empresarios privados, quienes asumen diversos costos de producción. Estos incluyen, entre otros: la prospección minera, los trámites administrativos para obtener contratos, la adquisición o alquiler de maquinaria, la habilitación y gestión de campamentos mineros, el mantenimiento de equipos, el pago de salarios y la compra de insumos esenciales como combustibles y herramientas.

Esta estructura económica explica en gran medida las dinámicas de los acuerdos entre cooperativas y capital privado. Mendoza y Seoane (2022), en una investigación ampliamente difundida, denunciaron que empresarios privados, particularmente chinos, estarían «saqueando» el oro boliviano. Aunque puede argumentarse desde distintas perspectivas la noción de «saqueo», los autores destacan una serie de prácticas que merecen atención crítica. Según el informe, las cooperativas suelen recibir entre el 25% y el 40% de las ganancias sin aportar capital ni trabajo, mientras que las empresas privadas, como las chinas, obtienen hasta el 75% del valor del oro sin cumplir con obligaciones fiscales.

Es cierto que este tipo de acuerdos otorga al inversionista privado la mayor parte de los beneficios, dado que asume casi la totalidad de los costos. Sin embargo, estas proporciones varían según factores como la inversión inicial de la cooperativa, la capacidad financiera del inversionista y la ubicación geográfica de la operación. Por ejemplo, cooperativas consolidadas como Arizona pueden dividir su operación entre actividades propias y áreas arrendadas a privados, mientras que las cooperativas más nuevas dependen exclusivamente de inversionistas externos.

Finalmente, Mendoza y Seoane advierten que la creciente influencia de inversionistas privados en las cooperativas mineras ha llevado a una apropiación significativa de excedentes auríferos por parte de empresarios que eluden impuestos y regalías, además de fomentar condiciones laborales precarias e informales. Este aspecto requiere un análisis más profundo, especialmente en un contexto donde cuestiones clave como la desigualdad, el trabajo y la redistribución de la riqueza suelen ser ignoradas tanto en los debates públicos como en los estudios sobre minería aurífera actual.

4.3. La pequeña minería informal

Aunque la minería cooperativa ha adquirido un papel destacado en Guanay y otros distritos mineros auríferos, la minería informal y de pequeña escala nunca dejó de practicarse entre los habitantes locales. Esta modalidad, cuyos orígenes se remontan al siglo XVIII, fue consolidándose como una práctica tradicional desde mediados del siglo XIX. En esa época, las familias locales comenzaron a utilizar la minería artesanal como un medio complementario de sustento. Durante el siglo XX, en lugares como Guanay, se establecieron calendarios productivos que incluían la extracción manual de oro en ríos como el Mapiri, Tipuani y Challana. Así, esta actividad se convirtió en una práctica común y en la principal fuente de ingresos para muchas familias.

Hoy en día, la minería informal y artesanal se realiza de diferentes maneras. Por un lado, se mantienen las técnicas aluviales tradicionales; por otro, ha surgido la figura de los “poceros”, individuos que trabajan en pozas dentro de las operaciones de cooperativas o empresas privadas. Este último modelo, que está vinculado a la llamada “fiebre del oro”, es más desordenado y presenta desafíos sociales, ambientales y de salubridad significativos.

Carancheros y Barranquilleros

En Guanay, predominan dos formas principales de minería informal en pequeña escala: la de los carancheros y la de los barranquilleros. Ambas son llevadas a cabo, en su mayoría, por residentes del área urbana que han practicado esta actividad de manera sostenida durante décadas. Para muchas familias, constituye su principal medio de sustento. El trabajo puede realizarse individualmente, en parejas o en colaboración, y los grupos suelen estar formados por familiares o amigos que mantienen lazos de solidaridad y cooperación.

Los carancheros trabajan directamente en los lechos de los ríos, construyendo pequeñas represas con piedras para lavar el oro. Su nombre deriva del «carancho», un tipo de succionadora flotante manual que utilizan para extraer agua del río. Este dispositivo, aunque basado en el mismo principio que las dragas de succión, opera a una escala más pequeña. Su técnica implica instalar alfombras de selección en estructuras improvisadas, generalmente hechas con madera, y conectar el sistema de succión a una bomba de agua. Durante el día, los carancheros se sumergen en el río para dirigir el material hacia las mangueras, evitando que entren piedras grandes que puedan obstruir el sistema.

Por otro lado, los barranquilleros se dedican a procesar los desmontes descartados por las cooperativas mineras. Utilizan pequeñas estructuras que replican a escala el funcionamiento de las zarandas industriales. Estas consisten en bases de madera equipadas con alfombras sintéticas que retienen el oro mientras el material es lavado con agua a presión. Antes de iniciar el proceso, es necesario limpiar el área removiendo manualmente piedras grandes, dejando solo material manejable para ser procesado.

A pesar de las duras condiciones laborales, el rendimiento de estas actividades es limitado. En un buen día, los trabajadores pueden obtener hasta 2 gramos de oro, lo que convierte a esta labor en una fuente de ingresos moderados para las familias involucradas.

Ilustración 1.. Carancheros preparándose para lavar oro en el río Tipuani. Foto propia

Poceros

El fenómeno social conocido como la fiebre del oro involucra a una diversidad de actores más allá de las cooperativas mineras. Este hecho resulta clave para cuestionar las narrativas simplistas que describen la minería aurífera como una actividad en la que las cooperativas extraen los recursos mientras los demás permanecen indiferentes. Dentro de este contexto, uno de los aspectos más críticos de la fiebre del oro es la actividad de los «poceros». Este término se refiere a trabajadores informales que, de manera autónoma, acceden a las pozas de las operaciones mineras para extraer oro manualmente.

La magnitud de este fenómeno se comprende mejor al observar su dinámica. Hacia las 11 de la mañana, los poceros comienzan a congregarse en las inmediaciones de las pozas, aunque el acuerdo con las cooperativas estipula que solo pueden ingresar a partir del mediodía, cuando cesa el uso de maquinaria pesada. Sin embargo, llegar temprano es crucial para asegurar los puntos más prometedores, donde se concentra el mineral. Los poceros experimentados suelen conocer bien las características del terreno y los estratos donde se encuentra el oro.

Poco a poco, el flujo de personas aumenta. Entre ellos se encuentran parejas, mujeres con sus hijos, amigos y una variedad de perfiles sociales. Equipados con bateas, barretas, bolsas de mercado, palas, botas de goma e incluso cascos de plástico como protección improvisada, los poceros se disponen a trabajar. La labor generalmente se realiza en pareja: uno raspa el suelo y llena las bolsas de grava, mientras el otro lava el material en el agua de la poza, reservando el oro recolectado en trapos o pequeñas bolsas de tela.

Cuando llega la hora de ingreso, el ambiente se transforma. Como una especie de enjambre, los poceros irrumpen corriendo hacia la poza, sin detenerse por nada ni por nadie. Según testimonios locales, «en la poza no hay amigos ni vecinos, solo competencia». En esta dinámica, las diferencias de género o edad desaparecen, y no es raro que los más vulnerables sean desplazados por otros en la lucha por los mejores lugares. El tiempo es limitado y cada minuto cuenta.

Aunque el permiso de la cooperativa es solo por una hora, los poceros suelen prolongar su estancia. En muchos casos, el personal de la cooperativa debe reactivar la maquinaria para incomodarlos y obligarlos a salir. Algunas empresas han llegado a contratar vigilantes, conocidos como «atajadores», para evitar estos ingresos no autorizados. Sin embargo, los poceros han desarrollado estrategias de resistencia, como el uso de grupos de mensajería para coordinarse y superar los controles, llegando en mayores números cuando el acceso es restringido.

El trabajo de los poceros está lleno de riesgos y tragedias. Ingresar en pozas de grava removida, con profundidades de hasta 20 metros, implica el peligro constante de deslizamientos que pueden resultar mortales. No son infrecuentes las escenas en las que los demás poceros intentan rescatar cuerpos atrapados en la grava. Además, el repentino aumento del caudal de un río puede inundar las pozas, poniendo en peligro la vida de quienes trabajan en su interior.

En otros casos, las cooperativas dejan de bombear agua durante los descansos para dificultar el acceso a los estratos inferiores de las pozas. En respuesta, algunos poceros se sumergen para extraer grava bajo el agua mientras sus compañeros los sostienen para prolongar el tiempo sumergidos. Esta práctica, que roza lo surrealista, expone los extremos a los que están dispuestos a llegar en su búsqueda de unos gramos de oro, asumiendo riesgos que frecuentemente terminan en tragedias.

Ilustración 2. Poceros” en una operación minera cerca de Teoponte. Foto propia.