La creciente influencia de inversionistas extranjeros en el sector minero a llevado a una apropiación significativa de excedentes auríferos y precarias e informales condiciones laborales que eluden impuestos y regalías. Según una investigación de la Fundación Solón sobre la ruta del oro en Bolivia, el sector cooperativista minero de los distritos de Tipuani, Guanay y Teoponte es el principal sector extractivista del oro en la Amazonia boliviana, que opera en base a capital principalmente chino.
Según el Artículo 55 de la Constitución Política del Estado, las cooperativas son asociaciones de individuos que realizan una determinada actividad económica trabajando bajo “los principios de solidaridad, igualdad, reciprocidad, equidad en la distribución, finalidad social, y no lucro”. Bajo esta dinámica se supondría que el sector trabaja bajo lógicas democráticas y no patronales.
Así mismo, la Ley 535 en su artículo 151 prohíbe a las cooperativas “suscribir contratos de asociación con empresas privadas, sean nacionales o extranjeras” normativa que es incumplida por los socios, quienes recurren a recibir capital extranjero para la adquisición de equipos y suministros.
“Existen informes que revelan la influencia de capital extranjero, en particular de origen chino, en las operaciones mineras de la Amazonía” ademas de empresas de Colombia, Brasil e inversores de distintas regiones de Bolivia como Cochabamba, La Paz y Potosí, afirma el capítulo 4 de la investigación.
Las inversiones de las cooperativas dependen en muchos casos de empresarios privados. Estos asumen los costos de prospección minera, los trámites administrativos para obtener contratos, la adquisición o alquiler de maquinaria, la habilitación y gestión de campamentos mineros, el mantenimiento de equipos, el pago de salarios y la compra de insumos esenciales como combustibles y herramientas. Según la investigación, las cooperativas suelen recibir entre el 25 y el 40 % de las ganancias sin aportar capital ni trabajo, mientras que las empresas privadas, como las chinas, obtienen hasta el 75% del valor del oro sin cumplir con obligaciones fiscales.
En este tipo de acuerdos el inversionista privado que opera bajo la piel de la cooperativa recibe la mayor cantidad de beneficios dado que asume gran parte de los costos. Algunas cooperativas mineras más consolidadas pueden dividir su operación entre actividades propias y áreas que arrendan de manera encubierta a privados, mientras que las cooperativas nuevas dependen casi exclusivamente de las inversiones externas.
La creciente influecia de inversionistas ha llevado a una apropiación significativa de excedentes auríferos por parte de empresarios que fomentan precarias e informales condiciones laborales y eluden impuestos y regalías.
Carancheros, barranquilleros y poceros
Si se haba de la pequeña minería informal se sabe que esta fue consolidándose como una práctica tradicional desde mediados del siglo XIX, donde las familias comenzaron a utilizar a la minería artesanal como un medio de sustento, a través de la extración manual de oro en los ríos Mapiri, Tipuani y Challana.
Hoy en día, la minería informal y artesanal se realiza de diferentes maneras. Por un lado se mantienen las técnicas aluviales tradicionales; mientras que por otro lado, ha surgido la figura de los “poceros”, individuos que trabajan en pozas dentro de las operaciones de cooperativas o empresas privadas.
En Guanay, predominan dos formas principales de minería informal en pequeña escala: la de los carancheros y la de los barranquilleros. Ambas son llevadas a cabo en su mayoría por residentes del área urbana que han practicado esta actividad de manera sostenida durante décadas. Para muchas familias, constituye su principal medio de sustento.
Los carancheros deben su nombre al «carancho», un tipo de succionadora flotante manual que utilizan para extraer agua del río. Estos trabajan directamente en los lechos de los ríos, construyendo pequeñas represas con piedras para lavar el oro.
Los barranquilleros se dedican a procesar los desmontes descartados por las cooperativas mineras. Estos utilizan pequeñas bases de madera equipadas con alfombras sintéticas que retienen el oro mientras el material es lavado con agua a presión.
A pesar de las duras condiciones laborales, el rendimiento de estas actividades es limitado. En un buen día, los trabajadores pueden obtener hasta 2 gramos de oro, lo que convierte a esta labor en una fuente de ingresos moderados para las familias involucradas.
Los «poceros» son trabajadores informales que de manera autónoma, acceden a las pozas de las operaciones mineras por una hora para extraer el oro manualmente. Estos deben posicionarse en los puntos donde se concentre el mineral y equipados con bateas, barretas, bolsas de mercado, palas, botas de goma e incluso cascos de plástico como protección improvisada. La labor generalmente se realiza en pareja: uno raspa el suelo y llena las bolsas de grava, mientras el otro lava el material en el agua de la poza, reservando el oro recolectado en trapos o pequeñas bolsas de tela.
“No es raro que los más vulnerables sean desplazados por otros en la lucha por los mejores lugares. El tiempo es limitado y cada minuto cuenta” comenta la investigación.
Además, cuando los poceros suelen prolongar su estancia, el personal de la cooperativa debe reactivar la maquinaria para incomodarlos y obligarlos a salir. Este grupo busca eludir los controles buscando quedarse en los pozoz mas tiempo del permitido.
Este último modelo, que está vinculado a la llamada “fiebre del oro”, es más desordenado y presenta desafíos sociales, ambientales y de salubridad significativos. Los poceros ingresan en pozas de grava removida, con profundidades de hasta 20 metros lo que implica el peligro constante de deslizamientos que pueden resultar mortales. Además, el repentino aumento del caudal de un río puede inundarse, poniendo en peligro la vida de quienes trabajan en su interior.
En otros casos, las cooperativas dejan de bombear agua durante los descansos para dificultarles el acceso a los estratos inferiores de las pozas, por lo que estos se sumergen para extraer grava bajo el agua, mientras sus compañeros los sostienen para prolongar el tiempo sumergidos. Esta práctica, expone los extremos a los que están dispuestos a llegar en su búsqueda de unos gramos de oro, asumiendo riesgos que frecuentemente terminan en tragedias.
El fenómeno social conocido como la fiebre del oro involucra a una diversidad de actores más allá de las cooperativas mineras. Este hecho resulta clave para cuestionar las narrativas simplistas que describen la minería aurífera como una actividad en la que las cooperativas extraen los recursos mientras los demás permanecen indiferentes, sino mas bien como un sistema social complejo que comprende múltiples actores estructuras de organización e incluso aspectos de orden cultural que la sostienen y la legitiman.
La creciente influencia de inversionistas extranjeros en el sector minero a llevado a una apropiación significativa de excedentes auríferos y precarias e informales condiciones laborales que eluden impuestos y regalías. Según una investigación de la Fundación Solón sobre la ruta del oro en Bolivia, el sector cooperativista minero de los distritos de Tipuani, Guanay y Teoponte es el principal sector extractivista del oro en la Amazonia boliviana, que opera en base a capital principalmente chino.
Según el Artículo 55 de la Constitución Política del Estado, las cooperativas son asociaciones de individuos que realizan una determinada actividad económica trabajando bajo “los principios de solidaridad, igualdad, reciprocidad, equidad en la distribución, finalidad social, y no lucro”. Bajo esta dinámica se supondría que el sector trabaja bajo lógicas democráticas y no patronales.
Así mismo, la Ley 535 en su artículo 151 prohíbe a las cooperativas “suscribir contratos de asociación con empresas privadas, sean nacionales o extranjeras” normativa que es incumplida por los socios, quienes recurren a recibir capital extranjero para la adquisición de equipos y suministros.
Las inversiones de las cooperativas dependen en muchos casos de empresarios privados. Estos asumen los costos de prospección minera, los trámites administrativos para obtener contratos, la adquisición o alquiler de maquinaria, la habilitación y gestión de campamentos mineros, el mantenimiento de equipos, el pago de salarios y la compra de insumos esenciales como combustibles y herramientas. Según la investigación, las cooperativas suelen recibir entre el 25 y el 40 % de las ganancias sin aportar capital ni trabajo, mientras que las empresas privadas, como las chinas, obtienen hasta el 75% del valor del oro sin cumplir con obligaciones fiscales.
En este tipo de acuerdos el inversionista privado que opera bajo la piel de la cooperativa recibe la mayor cantidad de beneficios dado que asume gran parte de los costos. Algunas cooperativas mineras más consolidadas pueden dividir su operación entre actividades propias y áreas que arrendan de manera encubierta a privados, mientras que las cooperativas nuevas dependen casi exclusivamente de las inversiones externas.
La creciente influecia de inversionistas ha llevado a una apropiación significativa de excedentes auríferos por parte de empresarios que fomentan precarias e informales condiciones laborales y eluden impuestos y regalías.
Carancheros, barranquilleros y poceros
Si se haba de la pequeña minería informal se sabe que esta fue consolidándose como una práctica tradicional desde mediados del siglo XIX, donde las familias comenzaron a utilizar a la minería artesanal como un medio de sustento, a través de la extración manual de oro en los ríos Mapiri, Tipuani y Challana.
Hoy en día, la minería informal y artesanal se realiza de diferentes maneras. Por un lado se mantienen las técnicas aluviales tradicionales; mientras que por otro lado, ha surgido la figura de los “poceros”, individuos que trabajan en pozas dentro de las operaciones de cooperativas o empresas privadas.
En Guanay, predominan dos formas principales de minería informal en pequeña escala: la de los carancheros y la de los barranquilleros. Ambas son llevadas a cabo en su mayoría por residentes del área urbana que han practicado esta actividad de manera sostenida durante décadas. Para muchas familias, constituye su principal medio de sustento.
Los carancheros deben su nombre al «carancho», un tipo de succionadora flotante manual que utilizan para extraer agua del río. Estos trabajan directamente en los lechos de los ríos, construyendo pequeñas represas con piedras para lavar el oro.
Los barranquilleros se dedican a procesar los desmontes descartados por las cooperativas mineras. Estos utilizan pequeñas bases de madera equipadas con alfombras sintéticas que retienen el oro mientras el material es lavado con agua a presión.
A pesar de las duras condiciones laborales, el rendimiento de estas actividades es limitado. En un buen día, los trabajadores pueden obtener hasta 2 gramos de oro, lo que convierte a esta labor en una fuente de ingresos moderados para las familias involucradas.
Los «poceros» son trabajadores informales que de manera autónoma, acceden a las pozas de las operaciones mineras por una hora para extraer el oro manualmente. Estos deben posicionarse en los puntos donde se concentre el mineral y equipados con bateas, barretas, bolsas de mercado, palas, botas de goma e incluso cascos de plástico como protección improvisada. La labor generalmente se realiza en pareja: uno raspa el suelo y llena las bolsas de grava, mientras el otro lava el material en el agua de la poza, reservando el oro recolectado en trapos o pequeñas bolsas de tela.
Además, cuando los poceros suelen prolongar su estancia, el personal de la cooperativa debe reactivar la maquinaria para incomodarlos y obligarlos a salir. Este grupo busca eludir los controles buscando quedarse en los pozoz mas tiempo del permitido.
Este último modelo, que está vinculado a la llamada “fiebre del oro”, es más desordenado y presenta desafíos sociales, ambientales y de salubridad significativos. Los poceros ingresan en pozas de grava removida, con profundidades de hasta 20 metros lo que implica el peligro constante de deslizamientos que pueden resultar mortales. Además, el repentino aumento del caudal de un río puede inundarse, poniendo en peligro la vida de quienes trabajan en su interior.
En otros casos, las cooperativas dejan de bombear agua durante los descansos para dificultarles el acceso a los estratos inferiores de las pozas, por lo que estos se sumergen para extraer grava bajo el agua, mientras sus compañeros los sostienen para prolongar el tiempo sumergidos. Esta práctica, expone los extremos a los que están dispuestos a llegar en su búsqueda de unos gramos de oro, asumiendo riesgos que frecuentemente terminan en tragedias.
El fenómeno social conocido como la fiebre del oro involucra a una diversidad de actores más allá de las cooperativas mineras. Este hecho resulta clave para cuestionar las narrativas simplistas que describen la minería aurífera como una actividad en la que las cooperativas extraen los recursos mientras los demás permanecen indiferentes, sino mas bien como un sistema social complejo que comprende múltiples actores estructuras de organización e incluso aspectos de orden cultural que la sostienen y la legitiman.
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