Fronteras energéticas y territorios agroecológicos en riesgo en la Amazonía boliviana La Amazonia boliviana vive hoy bajo distintos asedios extractivos, entre ellos, la expansión de la actividad hidrocarburífera. Sin embargo, más allá de los riesgos ambientales sobre uno de los bosques más biodiversos del planeta, las amenazas recaen también sobre las poblaciones que han construido modos de vida sostenibles en armonía con el bosque. En el norte del departamento de La Paz, los municipios de Alto Beni y Palos Blancos albergan una de las experiencias más emblemáticas de este equilibrio: la producción cooperativa de cacao orgánico, articulada a mercados internacionales mediante la Central de Cooperativas El Ceibo.
Fuente: Fundación Solón, 2025
Este modelo agroecológico no solo garantiza ingresos estables para cientos de familias campesinas e indígenas, sino que además constituye una alternativa concreta al avance de las economías extractivas. Su fuerza radica en la organización cooperativa, la certificación de calidad y la defensa activa del bosque como parte esencial de su modo de vida. Sin embargo, esta experiencia —que representa décadas de esfuerzo colectivo y consolidación territorial— enfrenta hoy un nuevo desafío: la expansión de la frontera hidrocarburífera en una zona productora de cacao, críticos y otros frutas, a través del proyecto Mayaya Centro–Suapi.
Mientras tanto, el proyecto nacional de los hidrocarburos persiste con la misma narrativa de hace una década: “Bolivia, corazón energético de Sudamérica”. Proclamado en 2015 durante el V Congreso Internacional de Petróleo y Gas en Santa Cruz, este lema sintetizaba la aspiración de convertir al país en un centro regional de energía. Diez años después, sin embargo, esa promesa se percibe más como un espejismo que como una realidad. La reducción sostenida de las reservas de gas natural, la caída de las exportaciones y el desgaste de la infraestructura gasífera revelan una crisis estructural.
En este contexto de emergencia energética y fiscal, la mirada de las autoridades se ha desplazado desde la Zona Tradicional hacia la Zona No Tradicional de exploración hidrocarburífera.
En el sur —Tarija, Chuquisaca y Santa Cruz—, el llamado “corazón gasífero” del país cuenta con una infraestructura consolidada: ductos, carreteras, servicios y capital humano especializado que reducen los costos de inversión. En contraste, los departamentos de La Paz, Beni y Pando conforman una Zona No Tradicional, históricamente marginada de la actividad hidrocarburífera y con condiciones logísticas precarias. Allí, cada intento de exploración implica costos operativos, ambiental es y sociales mucho mayores: apertura de carreteras, desmontes, impactos en cuencas y tensiones con comunidades que habitan territorios frágiles y biodiversos.
Es precisamente en esta zona no tradicional, en el límite entre la Amazonia y los Yungas, donde se reactivan los intereses extractivos. El proyecto Mayaya Centro Suapi, ubicado en el corazón cacaotero de Alto Beni, representa la nueva apuesta estatal por reanimar la producción de gas. Pero también expone una contradicción estructural: la búsqueda de rentabilidad inmediata en un territorio cuya principal fortaleza es una economía agroecológica sostenible que demuestra que el bosque puede producir sin ser perforado
El antecedente de Lliquimuni (aunque hubieron otros intentos de extracción de hidrocarburos en la amazonia Bolivia ver Tabla 1), ubicado en la misma región, ya reveló los altos costos de estas incursiones. Su fracaso técnico y financiero —tras una inversión millonaria y ocho años de operaciones— dejó un precedente de ineficiencia y desconfianza, pero también una huella territorial difícil de borrar.
Hoy, con Mayaya Centro–Suapi, se repite el entusiasmo de las promesas energéticas, aunque bajo un silencio público persistente respecto a los impactos reales que la exploración puede generar sobre las comunidades y sus sistemas productivos.
De ahí surge la pregunta que orienta este documento:
¿Qué implica el avance de la frontera hidrocarburífera en una región amazónica donde la población ha construido su sustento sobre la producción agroecológica del cacao, críticos y otros alimentos?
¿Y por qué estos riesgos no logran ocupar un lugar visible en el debate público nacional sobre la política energética?
Este texto busca aportar a esa discusión, ofreciendo una lectura crítica sobre los riesgos y contradicciones de la expansión hidrocarburífera en la Amazonia boliviana. Para ello, se analizan tres dimensiones:
los antecedentes y aprendizajes del fracaso de Lliquimuni;
el contexto, características y sombras del proyecto Mayaya Centro–Suapi; y
las alertas socioambientales y de gobernanza que emergen en un territorio donde el futuro del gas se superpone al de una economía agroecológica enraizada en el bosque
Porque, en última instancia, lo que está en juego no es solo un recurso energético, sino un modelo de vida que ha demostrado que el desarrollo puede sostenerse sin perforar la tierra que lo alimenta
¿Qué sabemos de los impactos del gas?
Fronteras energéticas y territorios agroecológicos en riesgo en la Amazonía boliviana La Amazonia boliviana vive hoy bajo distintos asedios extractivos, entre ellos, la expansión de la actividad hidrocarburífera. Sin embargo, más allá de los riesgos ambientales sobre uno de los bosques más biodiversos del planeta, las amenazas recaen también sobre las poblaciones que han construido modos de vida sostenibles en armonía con el bosque. En el norte del departamento de La Paz, los municipios de Alto Beni y Palos Blancos albergan una de las experiencias más emblemáticas de este equilibrio: la producción cooperativa de cacao orgánico, articulada a mercados internacionales mediante la Central de Cooperativas El Ceibo.
Este modelo agroecológico no solo garantiza ingresos estables para
cientos de familias campesinas e indígenas, sino que además constituye una alternativa concreta al avance de las economías extractivas. Su fuerza radica en la organización cooperativa, la certificación de calidad y la defensa activa del bosque como parte esencial de su modo de vida. Sin embargo, esta experiencia —que representa décadas de esfuerzo colectivo y consolidación territorial— enfrenta hoy un nuevo desafío: la expansión de la frontera hidrocarburífera en una zona productora de cacao, críticos y otros frutas, a través del proyecto Mayaya Centro–Suapi.
Mientras tanto, el proyecto nacional de los hidrocarburos persiste con la misma narrativa de hace una década: “Bolivia, corazón energético de Sudamérica”. Proclamado en 2015 durante el V Congreso Internacional de Petróleo y Gas en Santa Cruz, este lema sintetizaba la aspiración de convertir al país en un centro regional de energía. Diez años después, sin embargo, esa promesa se percibe más como un espejismo que como una realidad. La reducción sostenida de las reservas de gas natural, la caída de las exportaciones y el desgaste de la infraestructura gasífera revelan una crisis estructural.
En este contexto de emergencia energética y fiscal, la mirada de las autoridades se ha desplazado desde la Zona Tradicional hacia la Zona No Tradicional de exploración hidrocarburífera.
En el sur —Tarija, Chuquisaca y Santa Cruz—, el llamado “corazón gasífero” del país cuenta con una infraestructura consolidada: ductos, carreteras, servicios y capital humano especializado que reducen los costos de inversión. En contraste, los departamentos de La Paz, Beni y Pando conforman una Zona No Tradicional, históricamente marginada de la actividad hidrocarburífera y con condiciones logísticas precarias. Allí, cada intento de exploración implica costos operativos, ambiental es y sociales mucho mayores: apertura de carreteras, desmontes, impactos en cuencas y tensiones con comunidades que habitan territorios frágiles y biodiversos.
Es precisamente en esta zona no tradicional, en el límite entre la Amazonia y los Yungas, donde se reactivan los intereses extractivos. El proyecto Mayaya Centro Suapi, ubicado en el corazón cacaotero de Alto Beni, representa la nueva apuesta estatal por reanimar la producción de gas. Pero también expone una contradicción estructural: la búsqueda de rentabilidad inmediata en un territorio cuya principal fortaleza es una economía agroecológica sostenible que demuestra que el bosque puede producir sin ser perforado
El antecedente de Lliquimuni (aunque hubieron otros intentos de extracción de hidrocarburos en la amazonia Bolivia ver Tabla 1), ubicado en la misma región, ya reveló los altos costos de estas incursiones. Su fracaso técnico y financiero —tras una inversión millonaria y ocho años de operaciones— dejó un precedente de ineficiencia y desconfianza, pero también una huella territorial difícil de borrar.
Hoy, con Mayaya Centro–Suapi, se repite el entusiasmo de las promesas energéticas, aunque bajo un silencio público persistente respecto a los impactos reales que la exploración puede generar sobre las comunidades y sus sistemas productivos.
De ahí surge la pregunta que orienta este documento:
¿Y por qué estos riesgos no logran ocupar un lugar visible en el debate público nacional sobre la política energética?
Este texto busca aportar a esa discusión, ofreciendo una lectura crítica sobre los riesgos y contradicciones de la expansión hidrocarburífera en la Amazonia boliviana. Para ello, se analizan tres dimensiones:
al de una economía agroecológica enraizada en el bosque
Porque, en última instancia, lo que está en juego no es solo un recurso energético, sino un modelo de vida que ha demostrado que el desarrollo puede sostenerse sin perforar la tierra que lo alimenta
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