LLokalla Travieso

La mayor parte del tiempo tenía los dedos recogidos. Formando un puño. Mirando hacia abajo. A veces en los bolsillos. Pocas veces afuera. Una mano cubriendo a la otra. Casi siempre inmóviles. Sólo cinco minutos. Nada de preguntas. Una sola vez al día.

Observé su rostro pálido y demacrado. Sus ojos trataban de esbozar una sonrisa para aliviar la preocupación que reflejaba mi rostro. Sin poder decirme lo que había pasado. Con un agente frente a nosotros que controlaba nuestras palabras, movimientos y hasta nuestros gestos. Fue angustioso para mí ir durante quince días, dos veces al día, apenas dirigirle unas palabras, sentir la impotencia de no poder hacer nada.
Él trataba de animarme diciendo que estaba bien y que no me preocupara. Elías Moreno, jefe de la prisión de El Pari, me dijo: “ahí está su hijo señora, sano y bueno, ya tiene colores en la cara”. De momento no comprendí el significado de sus palabras…
Gladys Oroza de Solón

Las autoridades de la Central de Policía le indicaron que no había recursos para la alimentación de los presos, por lo cual todos los días llevaba comida a José Carlos a la hora del almuerzo, pero no le permitían verlo sino por la tarde. Además, todos los días debía ir a la Dirección de Orden Político (DOP) a obtener una orden para visitar a José Carlos. Le permitían hablar con José Carlos durante 5 minutos, la acompañaba un agente y le indicaban que no debía hacerle preguntas.
Corte Interamericana de Derechos Humanos, Sentencia de Reparaciones 

Recuerdo las idas a la prisión de El Pari sentada en un jeep, con un agente. Una tarde que se desató una tormenta y las arenosas calles mezcladas con el agua formaron un remolino y el jeep no podía avanzar, tuve que bajarme y llegar embarrada a El Pari. Elías Moreno, el comisario, me dijo: “ya es muy tarde, ya no es hora de visita”.
En las mañanas, mi afán era llevarle su almuerzo, un cafecito y ropa limpia. Me daba modos para sentarme en la oficina para poderlo ver desde un ángulo mientras esperaba que me devuelvan la cesta de comida…
Otro día, en el que hacía mucho calor, vino con la camisa sin abrocharse completamente y pude ver su pecho totalmente flagelado con profundas incisiones hechas probablemente por latigazos de alambre. ¡Lancé un gemido…! Al observar mi reacción, nos separaron, lo enviaron a su celda y me dijeron: “se contiene o no ve más a su hijo”. Desde entonces nuestras entrevistas fueron limitadas.
Gladys Oroza de Solón

Al tío “Jó” le sacaron las uñas…
La mamá se enteró en casa de su hermana.
— ¿¡Cómo!? ¡Martita! ¿de qué está hablando?
Marta bajó la mirada y pensó un segundo. ¿Cómo le dices a tu hermana que se desgarra por el dolor de su hijo?
— No, no es nada. No te preocupes…
Antes de que Martita pudiera terminar la frase, su hijo de diez años volvió a decir con acento camba:
— Al tío “Jó” le sacaron las uñas con alicate…
El niño no mentía. Sólo repetía lo que había escuchado. Su padre había visitado al “Jó”.
La mamá tenía un vacío en el estómago. Se acordó de que en sus últimas visitas José Carlos tenía las manos en los bolsillos. Por más que quiso acordarse de sus dedos, no pudo. La desesperación la consumía.  Ese día, cuando volvió a la cárcel de El Pari, le dijo:
— A ver hijito, dame tus manitas…
Sus manos se resistían a salir de sus bolsillos.
— Quiero que me des las dos.
Ahí advirtió que le faltaban dos uñas en la mano derecha y una en la mano izquierda.

¿Existió su hijo?

Pocas veces la vi tan indignada. La simple insinuación de que él no hubiera existido le parecía una ofensa. Después de todo lo que había pasado ahora tenía que demostrar que no padecía alucinaciones. Que José Carlos existió, y que en esos momentos hubiera tenido 50 años. Me miró con los ojos asustados y cargados de lágrimas: ¿será que ahora van a poner en duda su existencia para decir que nada ocurrió?

En primer lugar necesitamos probar la existencia real del universitario [José Carlos Trujillo]; en segundo lugar queremos determinar si el estuvo en Santa Cruz esa fecha porque hay informes de la Policía que  dicen que él nunca estuvo detenido en una celda policial…
Alaín Núñez, Juez 5to de Instrucción en lo Penal

Un torrente de recuerdos le vino a la mente. Quería recordar todo. Dónde puso el certificado de bautizo. La foto de su primera comunión. Las cartas que le envió de Santa Cruz. El pasaporte que sacó para su único viaje al extranjero. El diploma de bachiller…  Mientras más se esforzaba, más se sumergía en aquellos instantes que trascienden los sellos y los papeles.

Nació a eso de las ocho de la noche. Pesaba tres kilos cien gramos. Ese domingo se rompió la bolsa a medio día cuando almorzaba con sus dos abuelas. Estábamos donde la señora Viviana, su abuela por parte de padre.
Gladys Oroza de Solón

Doña Viviana vivía en un garaje de la avenida 6 de Agosto de la ciudad de La Paz. Era la casa de dos viejitos italianos a los que cuidaba.  En retribución ellos le prestaban uno de sus dos garajes. Doña Viviana era lavandera de la alta sociedad.  Entre sus clientes figuraban presidentes y ministros de la República.

“Llamé asustada al médico”. No se acuerda si fue en taxi o si la vino a recoger el doctor en su movilidad. Le falla la memoria a la mamá. Lo cierto es que llegó a lo que hoy es el Hospital Metodista en la zona de Obrajes. El médico que la atendió era gringo. ¡Eso si se acuerda!. Entró cantando a su habitación. “¡Yo lo hice callar!… Cómo puede estar cantando si yo estaba ahí sufriendo”.

Al hospital la acompañaron su hermana Julieta y su madre Elvira Ichazo, que vino desde Sucre trayendo a su hermana mayor para una operación de la vista y para ver el nacimiento de su segundo nieto. Elvira Ichazu ya se había vuelto a casar por segunda vez. Su primer marido fue Carlos Oroza Daza, abogado y economista que falleció en esos tiempos por la complicación de un resfrío. Luego Elvira se casó con José Rosendo Salgueiro, profesor de matemáticas y física, que llegó a ser director de la Escuela Normal de Maestros de Sucre.

La mamá era la quinta hija del primer matrimonio de la abuela.

Mi mamita tuvo, en su primer matrimonio, seis hijos. Dos se murieron. Mi hermana Marina es la primera, mi hermana Julieta es la segunda. Luego vinieron Benedicta y Edith, que se murieron, la una al nacer y la otra vivió apenas unos años. Después nací yo, y por eso hay una diferencia de edad entre mi hermana Julieta y yo. Éramos entonces cinco mujeres y un varón: mi hermano Carlitos.
Gladys Oroza de Solón

La abuela acompañó a la mamá a la sala de parto y “pujó con ella” recordando probablemente sus diez partos vividos. En su segundo matrimonio con Salgueiro, Elvira tuvo otros cuatros hijos: Gaby, María Antonieta, Marta Elvira y Franklin, que entonces tenía apenas cuatro años.

A media noche de aquel 15 de mayo de 1949, la enfermera trajo al recién nacido. “Este bandido no ha tomado suficiente leche”. La mamá presurosa le dio de amamantar. Ya dormido, la enfermera lo volvió a pesar para comprobar cuanta leche había tomado.

Fuerte, robusto, se alimentaba con avidez y cuando tenía hambre, pedía con firmeza su leche. Que experiencia más hermosa. Sentirlo tan cerca de mí. Su manecita sobre mi pecho. La ilusión de mi vida. Mi primer hijo. Sus ojitos vivaces observaban con curiosidad el mundo que le rodeaba.
Gladys Oroza de Solón

Su padre, Alberto Trujillo, recién apareció al día siguiente. Alberto conoció a Gladys en la escuela Aspiazu, ubicada en el barrio de Sopocachi de la ciudad de La Paz. Entonces era profesor de sexto de primaria y la mamá era maestra de música, recién egresada y llegada de Sucre. Alberto Trujillo era también estudiante de derecho, dirigente universitario y militante activo del PIR (Partido de Izquierda Revolucionaria).

Gladys y Alberto acordaron llamarlo “José Carlos”, por José Carlos Mariátegui, escritor, sociólogo y fundador del Partido Socialista Peruano. Pero Trujillo dijo: “A su madre Elvira le diremos que es ‘José’ por su segundo esposo y ‘Carlos’ por su primer marido”. La abuela del recién nacido quedó muy halagada con la explicación.

Después de 3 o 4 días en el hospital, la mamá volvió a un pequeño cuartito que quedaba en el patio trasero del garaje donde vivía doña Viviana.

Fue creciendo con el cuidado y la atención que se le prodigaba con gran cariño. Sus juegos, la hora del baño, observar su sueño tranquilo, escuchar su llanto, descubrir con ansiedad la salida de sus primeros dientes, algunos malestares, indigestiones, dolores de barriguita, queriendo afirmar sus piececitos,… el corazón se me ensanchaba de felicidad.
Gladys Oroza de Solón

Al concluir el año escolar, ese 1949, la mamá volvió a Sucre trayendo en brazos a José Carlos de cinco meses. El matrimonio con Trujillo llegaba a su fin. El padre del “Jó” se iba a Francia. Gladys le preguntó: “¿Qué va a ser de su madre?” y él le respondió: “doña Viviana es muy hábil. Ella se las va a arreglar”.

La mamá y José Carlitos se fueron a vivir a la casa de su difunto padre, junto a sus hermanos, su madre y su segundo esposo. Ella entró a trabajar a un kinder muy cerca de su casa. El cuidado del “Jó” quedó a cargo de una empleada, a veces de sus hermanas y de Carlitos, su hermano menor. En las horas libres, la mamá corría a ver al pequeñito, que empezó a balbucear sus primeras palabras.

En el kinder, en el que trabajaba como profesora de música, conocí a Rebequita, que era la secretaria, con quien llegamos a mantener una amistad muy cercana. Ella cuidaba de José Carlos mientras yo asistía a mis clases en la universidad, además le cosía su ropa porque era muy hábil modista. En retribución a tan grande amistad, resolví que fuera madrina de José Carlos. De esta manera lo hicimos bautizar. Lo llevamos un domingo en la tarde y el arzobispo le echó agüita, como él contaba. Después vino lo más agradable. Rebeca lo llevó a servirse helados y le compró una caja de chocolates. Varias veces le preguntó a Rebequita si no podría hacerlo bautizar nuevamente.
Gladys Oroza de Solón

En la casa de la mamá habían cuartos vacíos para alquilar. Allí fueron a parar dos jóvenes artistas que la pusieron en contacto con Walter Solón Romero.

Yo ya lo conocía a Walter de antes. Él no me conocía a mí. Lo había visto tocar violín en algún acto. Había ido a una de sus exposiciones de acuarelas de paisajes. Yo no pude ir a la inauguración de un mural al fresco de Solón en la Universidad de San Francisco Xavier. Entonces, estos jóvenes artistas me presentaron a Walter, que era el único que tenía las llaves para entrar a ver el mural. Él me mostró su mural. Yo me quedé impresionada. Luego fuimos a una fiesta. Era el día del maestro. Me sacó a bailar. Ha debido ser una de las pocas veces que lo hizo. Bailaba sin ritmo, pero se movía nomás. Al día siguiente nos volvimos a encontrar -dice que por casualidad- en los rosedales, al frente de la estación de trenes.
Gladys Oroza de Solón

Solón siguió pintando otros frescos en la universidad y fue impulsor de un grupo de jóvenes muralistas y escritores, denominado “Anteo”. Así pasaron los días, las semanas y los meses…

Dos años después nos casamos. Walter dibujaba en cualquier papelito y en cualquier circunstancia. Las figuras surgían de un enredo de líneas. Con calma y firmeza trabajaba en los bocetos hasta que tomaba su decisión. Me enseñó a ampliar sus dibujos. Algunas veces lo colaboraba. Me platicaba de su infancia y su familia. De cómo su padre le habló y dibujó al Quijote…
Gladys Oroza de Solón

El sacristán y los pescaditos

José Carlos tenía una gran imaginación y se inventaba las historias. Las cosas que no sabía se las inventaba. Nunca se sabía si las cosas que contaba eran ciertas o imaginarias. Yo siempre le jalaba la lengua porque siempre terminaba contando cosas maravillosas.
Franklin Salgueiro

Fue sacristán de la iglesia de la Rotonda. Todos los sábados la señora Andreata, una vecina nuestra, lo requería a José Carlos para que le ayudara a limpiar la iglesia y dejarla lista para la misa de domingo. Sus obligaciones eran acompañar al sacerdote en la celebración, estar atento en el momento preciso para responder con algunas frases en latín y tocar la campanilla al momento de la elevación. Algunas veces, su hermano Walter lo interrumpía en plena misa porque quería tocar la campanilla…
Gladys Oroza de Solón

Me acuerdo que la peor travesura que hizo José Carlos, para impresionar a una chiquita, -estamos hablando de niños de nueve años-, fue que se comió una tuna con cáscara y todo, y lo que es peor, con los k’epus [espinas pequeñas]. Era lleno de esas barbaridades.
Franklin Salgueiro

Al final del parque había una laguna llena de pescaditos. Él los quería mucho. Les puso nombre a los pescaditos. El pasaba siempre por la laguna cuando volvía de su colegio y yo notaba que llevaba siempre un retazo de pan para darles miguitas a los pescaditos.  Un día lo vemos que agitadamente traía una latita con agua. En la casa teníamos una pileta con agua. Él tiraba ahí, volvía a ir, y volvía a traer los pescaditos. Creo que trajo unos tres o cuatro pescaditos. Lo que pasaba era que habían estado desaguando la piscina. Él tuvo una angustia muy grande al pensar que al desaguar la piscina los pescaditos se iban a ir e iban a morir. Si los pescaditos estaban sin agua se morían. Entonces se le ocurrió salvarlos a los pescaditos. Y por eso en una latita vacía de leche él iba y recogía los pescaditos y los traía a la casa.
Lo vieron hacer esto y alguien lo denunció. Para mi sorpresa, cuando volví de dar clases la empleada me dijo: “un policía ha venido a buscarlo a tu hijo”. Y yo dije: “¿por qué?”. Evidentemente, un policía vino y lo acusó de haber usurpado los pescaditos. Él no podía creer que el haberlos salvado iba a significar que le digan… “Yo no los he robado decía, los he salvado, los pescaditos están ahí, no han muerto, porque iban a morir si se iban con el agua”.
Gladys Oroza de Solón

Su pobre madre cree que José Carlos era un chico que cuidaba los pececitos del parque, cuando en realidad nosotros nos robábamos esos peces de colores en cantidades astronómicas. Éramos expertos en robarnos esos pececitos. Los pescábamos con un alfiler, porque así no les hacíamos daño, no morían. Teníamos unos turriles llenos de peces de colores. Simplemente los teníamos… Era el hecho de tener peces rojos, blancos, negros, plomos… Él le decía a su mamá que los había salvado. Su mamá ahora ofrece discursos frente a personajes importantes sobre eso: que ya de chico su sensibilidad, etcétera, cuando en realidad éramos unos ladrones de peces… éramos unos llokallas [muchachos], eso éramos, llokallas…
Franklin Salgueiro

“Los herreros”

Solón construyó una casita en un terreno que se compró en la Rotonda de Sucre con el dinero que le pagaron por el mural Jaime Zudañez y la Revolución de Mayo.

La casita tenía un gran estudio en el segundo piso. Lleno de ventanales con bastante luz. Allí hacia de todo: dibujos, proyectos de mural, esculturas y pinturas de caballete. Los grandes amigos y compañeros de juegos de José Carlos eran los hijos del herrero que trabajaba en un pequeño taller. Él tenía varios hijos varones, algunos de la edad de José Carlos, otros mayores y también menores.
Gladys Oroza de Solón

En dos cosas José Carlos y yo éramos iguales. Primero, el hecho de vivir en barrios semimarginales nos hizo amigos de nuestros vecinos. En su caso era una familia de chicos pobres cuyo padre era un herrero. Por eso José Carlos los llamaba “los herreros”. Yo vivía al lado de una casa de unos chicos también pobres y cuyo padre era zapatero. Ellos eran nuestros amigos. Ambas eran familias de ocho y siete hijos. Y los dos, José Carlos y yo, éramos unos arrimados a esas familias. Él a la de los herreros y yo a la de los zapateros. ¿Por qué? Porque los hermanos de José Carlos eran “wawitas” [bebés] o no habían nacido. Y en mi caso, mis hermanos eran mucho  mayores que yo, de manera que los dos éramos prácticamente hijos únicos.
Por eso, podíamos comparar fácilmente la forma de jugar de los chicos ricos y la forma de jugar, de divertirse, de hacer travesuras y juguetes de los niños pobres.  Ahí veíamos la diferencia. A nosotros, claramente, nos encantaba estar con los chicos pobres. Era mucho más divertido, más arriesgado: se peleaba, se robaba, se hacía un montón de travesuras.
Franklin Salgueiro

En una oportunidad, encontraron debajo de un sauce un nidito caído con tres huevecitos. Con los hijos del herrero decidieron subirlos al árbol. El problema era la altura. Se prestaron una escalera del papá. ¡Era pequeña…! Miguel y su hermano, los hijos del herrero, fueron a traer otra escalera de su casa. Con pitas juntaron las dos escaleras. Walter, que los observaba desde su estudio, bajó a ayudarlos. Era una operación arriesgada. ¿Quién subía? Tuvieron que decidirlo a la suerte porque cada uno quería ser el héroe. Le correspondió a Miquicho, uno de los hijos del herrero. Yo miraba con ansiedad desde la ventana cada peldaño que subía, hasta que finalmente logró colocar el nidito. Algunos días después escuchamos el canto de unos pajaritos…
Gladys Oroza de Solón

Entre dibujos

Los domingos generalmente solíamos ir de paseo a una pequeña huerta que compramos en el barrio Las Delicias. Él iba arrastrando un cochecito en el que llevaba a su hermano Walter, a quien le llevaba seis años. Tres años después recién nació Pablo, el menor de mis tres hijos.
José Carlitos era inquieto y observador, hacia siempre preguntas sobre el universo, las estrellas, el sol, la luna, las nubes con las que construía hermosos castillos y sendos rebaños de ovejas que los dibujaba en cuanto llegaba a la casa. Sus juguetes preferidos eran una hermosa pelota de trapo y un cochecito sin motor que construyeron con los hijos del herrero. En él se subían, haciendo turnos, y ante un leve impulso rodaban hasta la puerta de la estación del ferrocarril, que estaba cerca, y se abrazaban pensando que llegaban de alguna población cercana.
Gladys Oroza de Solón

Asistía regularmente a la escuela, cumplía con sus deberes, aunque prefería ir a jugar con sus amigos que lo esperaban. Un día trajo de tarea una redacción sobre animales domésticos. Hizo una bonita composición sobre el perro, pero le faltaba el dibujo del perro. El papá [Walter] se lo hizo un dibujo magistral de un perro. Al día siguiente fue muy contento a la escuela. Leyó su composición y todos sus compañeros observaron su hermoso dibujo del perro. El maestro que conocía a su papá, porque fue su profesor de dibujo en la Escuela Normal de Maestros, lo invitó a que fuera al pizarrón a dibujar un perro igual al que trajo en su cuaderno. José Carlos, tranquilamente, le dijo que siempre los papás ayudaban con algunas tareas.
Gladys Oroza de Solón

Rumbo a La Paz y su primera huelga

A Solón lo invitaron a La Paz a pintar un mural al fresco sobre la historia del petróleo, en el edificio de Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB). Toda la familia se acabó trasladando a la sede de gobierno.

Vendimos la casita de La Rotonda y compramos otra en Villa Fátima, que entonces quedaba en un extremo de la ciudad. En La Paz vivía su abuela paterna, la señora Viviana, a quien José Carlos quería mucho.
Gladys Oroza de Solón

Me parece que cuando yo llegué, que fue el 63, José Carlos todavía estaba en Villa Fátima. Conmigo la relación era muy, pero muy rara. Por una parte había una gran confianza, éramos como hermanos, como primos, pero el tío existía, el respeto existía. Había una relación de autoridad y de respeto.
Franklin Salgueiro

En La Paz, el “Jó” hizo el sexto básico en la Escuela Fiscal de Niños San Francisco. Luego ingresó al Colegio Hugo Dávila, en la zona de Miraflores donde trabajaba la mamá de profesorá de música.

La primera huelga de José Carlos fue en el “Hugo Dávila”. Era dirigente de su curso en la secundaria. Junto al director del colegio, participó de una huelga de hambre para pedir dotación de mobiliario para su establecimiento. Fue una huelga de hambre corta. Creo que duro dos días.
Gladys Oroza de Solón

Un “piñaco” que de violento no tenía nada

Cuando estábamos en el “Country Club”[un club de amigos] habían dos grupos. El nuestro, que era de mas jóvenes, y el de ellos que eran menores. Pero lo que había era una diferencia en el comportamiento. Nuestro grupo, con muy raras excepciones, era de gente seria, estudiosa, universitarios. Y ellos andaban metidos en cuanto lío y peleas habían. Una vez casi los matan a los norteamericanos de la zona sur. Los desafiaron a pelear. Se fueron todos los norteamericanos, todo machos, gente “made in USA”. Los amigos del “Jó” eran a cuál peor, eran unos truhancitos, habían unos cinco pero terribles “piñacos”. Cuando vieron que les estaba yendo medio mal en la pelea, decidieron apedrearlos. A tal extremo que muchos de los gringos fueron a parar a la Clínica Americana. Eran tremendos.
Detrás de ellos, mucho más pequeño, mucho más indefenso, estaba José Carlos. Pero era macho, se hacía pegar, se hacía sacar la mugre. Él se metía, pero nunca ha sido pegador, nunca ha sido deportista, de violento no tenía nada, pero le encantaba siempre llevar la peor parte. Esos fueron los años 63, 64…
Franklin Salgueiro

Trujillo: “vamos a apresar a los policías”

No sé cuando vuelve Trujillo de Francia. Así siempre le decíamos a su padre. Lo que está claro es que ya estaba aquí el 64. Trujillo decía que no trabajaba porque trabajar para él era hacer crecer a la burguesía. Entonces vivía de dar lecciones de español a los diplomáticos. De eso vivía. Él no se sentía con ninguna responsabilidad frente a nada. Era un anarquista de verdad. A su madre, doña Viviana, le decía “señora” y a su hijo le decía “señor”. José Carlos vivía con su padre y su abuela, y su padre era un personaje que lindaba entre valiente y loco.
Lechín toda la vida almorzaba con Trujillo. Era amiguísimo e íntimo de Lechín. Llegó a ser enemigo a muerte del MNR, pero nunca fue del PRIN. Él no podía estar vinculado a algo que tuviera que ver con el MNR. Trujillo fue dirigente del magisterio. Una vez lo apuñalaron en Sucre por razones políticas. Fue torturado en la época del sexenio, época en la que se hacía barbaridades.
Cuando el golpe de Barrientos, de 1964, en Sopocachi sólo había un edificio que estaba en la esquina de la 20 de Octubre y Fernando Guachalla. En la azotea de ese edificio se apostó un grupo de policías, era uno de los pocos grupos leales a Paz Estenssoro. Trujillo le dijo: “José Carlos, vamos a apresar a los policías”. Los policías estaban armados hasta los dientes, ametralladoras, etcétera. José Carlos y Trujillo, sólo los dos, padre e hijo, solos, totalmente solos, suben hasta la azotea del edificio, y Trujillo les dice:
“¡Señores! -como hablaba él-, me imagino que ustedes no desean ser muertos, háganme el favor  de darme sus armas, quitarse sus ropas para que nadie sepa que hay policías armados, porque los van a matar. Ustedes ya han visto. Paz Estenssoro ya ha escapado. Ya han visto los aviones… Huyan”.
Tal cual. Los tipos entregaron sus armas, salieron del edificio medio en calzoncillos, y José Carlos y su papá se quedaron con las armas. Y a mí me daba una envidia de muerte verlo al tipo con su ametralladora. Me lo contaron José Carlos, su padre y todos; fue un motivo de conversación muchas veces. Pero además tenían las pruebas, tenían la ropa de los policías. Hasta yo me he disfrazado con la ropa de los policías.
El 64 yo tenía 19 años, José Carlos tenía entre 15 y 16. Era casi un niño cuando con su padre desarmaron a los policías.
Franklin Salgueiro

En esos años, Solón viajó mucho por el mundo, hasta que el gobierno le invitó a pintar un mural sobre el “Presente y Futuro de la Revolución Nacional”. Fue en el Monumento de la Revolución Nacional, que queda en la Plaza Villarroel a unas diez cuadras de donde viviamos. Con los ingresos de este mural compraron una casa en la avenida Ecuador, en el barrio de Sopocachi. Ese nuevo traslado obligó al “Jó” a a cambiarse al Colegio Bancario. Allí salió bachiller a los 17 años. Era el año 1966. Posteriormente, ingresó a la facultad de filosofía y letras de la Universidad Mayor de San Andrés, donde fue activista universitario y colaborador de la Revista Cultural que publicaba la Federación Universitaria Local (FUL).

Existencia probada

En fecha 23 de abril de 1969 a la edad de 20 años, recabó su carnet de identidad personal en la ciudad de La Paz, con el Nº 397045.
En fecha 14 de mayo de 1969, recabó Pasaporte Internacional Nº 28443 para la Republica del Perú.
Con referencia a antecedentes de carácter policial, judicial, penal o de otra naturaleza que pudiera reunir dicha persona, los organismos de Inteligencia, de Criminalística de la Policía Nacional no registran ninguna información…
Departamento de Registro y Archivo Central e Informática de la Dirección Nacional de Investigación Policial

Existencia Demostrada

Cinco días transcurrieron entre las dos noticias. Cinco días en los cuales ella no durmió… recordando, buscando, pensando, escribiendo… Casi no le quedaban lágrimas. Su indignación sólo había incrementado su fuerza de voluntad. Ese día miró el periódico con cierto aire de satisfacción. El titular decía:

La existencia del universitario José Carlos Trujillo, desaparecido en 1972 durante el régimen dictatorial del entonces coronel y actual presidente constitucional Hugo Banzer, fue demostrada ayer ante el juzgado que atiende la causa…
Ante la solicitud que hizo el juez Núñez a la familia de Trujillo, por medio de la prensa, [Álvaro] Infante [abogado de los familiares] entregó al magistrado el certificado de nacimiento del universitario, como también las boletas de inscripción del universitario que corresponden al primer y segundo curso (1968-69) de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA).
PRESENCIA, Abril 12 de 2000

Esa noche la mamá durmió… pensando en el día siguiente.