En el presente, existe una creciente mirada preocupada, o atenta, sobre la expansión china en el mundo. Las lecturas y análisis sobre este fenómeno propio del siglo XXI son divergentes por la aparente ausencia de un objetivo geopolítico claro. En consecuencia, lo que para algunos es la emergencia positiva de una periferia, en un mundo multipolar, para otros significa el emplazamiento de un nuevo imperialismo, más adverso que los anteriores. Por su parte, en varios de los documentos producidos (White papers) por el gobierno de China, así como por otras instancias, como sus principales bancos estatales, sobre la política exterior de este país, se hace referencia a ideales diplomáticos como la cooperación sur-sur, el desarrollo de relaciones de intercambio complementarias, y al principio confucionista de la “armonía social” (que también rige la política interna, desde las reformas de Deng). Entonces ¿cómo se puede entender este fenómeno de expansión, sin caer en lecturas simplistas y cargadas de juicios de valor? En el presente artículo intentamos ofrecer algunos elementos con miras a responder a esta cuestión.
En el ámbito de las relaciones internacionales, como lo prueba una y otra vez la historia mundial, la única manera de evitar análisis errados, es ceñirse al realismo político como la corriente efectivamente rectora. De esta manera se evitan expectativas que luego puedan verse frustradas por el orden real de las cosas. En este entendido, el primero elemento a señalar es que China, como todos los Estados, opera en el campo internacional con miras a satisfacer sus propios intereses. En este marco, todo señalamiento relacionado con promover el desarrollo de sus socios comerciales, o de establecer relaciones “win-win”, incluso toda referencia a principios éticos propios del pensamiento antiguo oriental debe ser entendido como suplementario a los objetivos pragmáticos principales. Para comprender mejor estas observaciones, a continuación, ofrecemos una mirada general sobre la expansión de China en el mundo y, notablemente, en Latinoamérica. Para ello nos centraremos en tres áreas específicas: el comercio, las inversiones directas y el endeudamiento externo.
Las reformas internas
La expansión de China a escala global, sobre todo en términos comerciales, no se puede entender sin algunos apuntes previos sobre su política interna de desarrollo. Durante la segunda mitad del siglo XX, la República Popular China fue una más de las periferias poscoloniales, que contendía de manera desigual en un mundo bi-polarizado por la Guerra Fría. Estaba sometida a un embargo impuesto por occidente, notablemente Estados Unidos, y sus relaciones con otros Estados y regiones era bastante marginal. Todo este panorama cambia de manera radical a partir de los años 80, con la caída del Bloque Soviético y el reordenamiento de la geopolítica global. Para China el final de la Guerra Fría significó la necesidad de cambiar la dirección de sus políticas económicas. Ello supuso la puesta en marcha una serie de reformas, impulsadas por el máximo líder chino Deng Xiaoping (1978-1989), para la liberalización controlada de la economía, con miras a encarar los desafíos futuros.
La propuesta de Deng fue la creación de un “socialismo de mercado”. En este marco, las reformas económicas de China de cara al nuevo milenio, consistieron en la des-colectivización de la agricultura, la apertura a inversiones extranjeras, el otorgamiento de una mayor autonomía a las empresas estatales, así como la relativa apertura a la economía privada dentro del país. El resultado de estas reformas fue un crecimiento promedio del 10% de su economía, la intensificación de la explotación de su mano de obra, y una creciente necesidad de importar materias primas para la continua consolidación de su base productiva, así como para la consolidación de su presencia política en la región asiática.
Imagen: South China Morning Post.
Otra de las consecuencias de estas reformas fue la pronta aparición de una élite económica-política y una significativa estratificación social. Según la profesora He Qinglian, citada por Giovanni Arrighi, lo que se produjo en los años 90, con las reformas de Deng, fue “un «saqueo» –esto es, la transferencia de propiedades estatales a los poderosos y sus secuaces y de los ahorros personales de ciudadanos corrientes a las empresas públicas desde los bancos estatales” (2007: 23). Pero, a diferencia de lo que sucedió en Rusia, donde la transición a una economía de mercado supuso el reemplazo del Estado por una oligarquía privada, estas reformas no supusieron el fin del control estatal sobre la economía, sino tan sólo una mayor oligarquización de la propia burocracia estatal.
El resultado de ingresar en un modelo de producción basado en la explotación intensiva de su mano de obra, fue un crecimiento económico, en término macroeconómicos, sin precedentes. En términos de crecimiento estas reformas dieron lugar a una evolución exponencial de su PIB, de 361 mil millones de dólares en 1990, a 11.2 trillones de dólares en 2016[1]. Por su parte el PIB per cápita pasó de 330 dólares en 1990, a 940 dólares en 2000, 4,340 dólares en 2010, y 8,250 dólares en 2016. Este crecimiento se explica principalmente por el desarrollo acelerado de su base productiva, que consistió en gran medida en especializarse como país productor de bienes de mano de obra intensiva (súper-explotación); por una división cada vez más especializada del trabajo, en el país; y por el modelo económico optado: especializarse en la producción y exportación de manufacturas de distinta gama y en las importaciones de recursos primarios.
Diplomacia económica
Otro aspecto que caracteriza la apertura de China al mundo, desde finales del siglo XX, es el desarrollo de una diplomacia enfocada en la economía, como complemento de las reformas internas. Como lo señala el propio Consejo de Estado de la República Popular de China, en su White Paper sobre Comercio Exterior del año 2011, el intercambio comercial fue un aspecto fundamental para “acelerar la modernización, sacudir el atraso, promover el crecimiento de la economía y mejorar la fuerza nacional integral”. En este entendido, la expansión de China hacia el mundo, desde finales del siglo XX ha consistido en una diplomacia enfocada en favorecer su desarrollo interno y el crecimiento de su economía. En este marco, su apertura hacia el mundo no sólo consistió en una ampliación de sus volúmenes de exportaciones e importaciones, sino también en la atracción de inversiones extranjeras, para la ampliación y actualización de su industria.
Desde que comienza la apertura de China hacia el mundo, el desarrollo de su industria pasó por varias fases, como señala el mismo documento oficial: inicialmente tuvo lugar un desarrollo de industria liviana y productos textiles; a partir de los años 90 se especializa en la producción de bienes mecánicos y electrónicos; y a partir de los años 2000, China ingresa en la producción de alta tecnología. Este desarrollo tiene que ver, en gran medida, con el hecho que señalamos anteriormente de convertirse en un país especializado en la producción con mano de obra barata e intensiva. Esto atrajo, lógicamente, a muchas empresas de todo el mundo a relocalizar su producción en China. Y también permitió el desarrollo acelerado de la industria interna, en la producción manufacturera en todas las gamas.
La consecución de estos objetivos de desarrollo interno y de crecimiento económico, en el fondo bastante pragmáticos/realistas, fue posible gracias a una diplomacia fundada en una retórica bastante idealista. En el White Paper del Consejo de Estado chino, sobre el Desarrollo Pacífico (2011), se señala que China: “declaró al resto del mundo, en muchas ocasiones, que toma un camino de desarrollo pacífico y está comprometida con la defensa de la paz mundial y la promoción del desarrollo y la prosperidad comunes para todos los países”. En el mismo documento, China plantea otros objetivos como la modernización, y su fortalecimiento interno para la contribución del “progreso de la civilización humana”. Estos elementos hacen eco con el principio confucionista de la “armonía social”, que en el presente rige la política interna China[2], pero que también es invocado por instituciones como el EXIM BANK de China, para referirse a la cooperación internacional: “China EximBank, aprovechando al máximo sus propias ventajas, ha trabajado activamente para promover los intercambios internacionales y la cooperación, ampliar la amplitud y profundidad de la cooperación comercial con otros países y apoyar la estrategia de ganar-ganar de la apertura, contribuyendo a los esfuerzos de promover el desarrollo común y crecimiento y construcción de un mundo armonioso”[3].
De hecho, una característica de la narrativa que emplea China en el presente, para justificar tanto el carácter exponencial de su desarrollo interno, así como su expansión económica a lo largo del globo, es la referencia a su pasado pre-revolucionario. Como lo expresa el mismo White Paper de 2011 sobre el Desarrollo Pacífico: “Durante los últimos 5.000 años, las personas de todos los grupos étnicos en China, con diligencia y sabiduría, han creado una espléndida civilización y construido un país multiétnico unificado. La civilización china tiene la característica única de ser duradera, inclusiva y abierta”[4]. El uso de estas referencias no es casual. La alusión de China a la grandeza de esta civilización oriental, cuyo apogeo fue muy anterior al encumbramiento de occidente, sirve en el presente para legitimar la expansión de este país, como una continuidad histórica. Como veremos más adelante, esta referencia al pasado imperial de China es utilizada también con fines geopolíticos en la región asiática.
En este sentido, aunque aparentemente no exista un objetivo geopolítico claro, se puede señalar que el propósito de China es posicionarse, nuevamente, como un centro civilizacional en un mundo multipolar. El mismo documento citado señala que, gracias al “desarrollo pacífico”, “China ha pasado por cambios profundos. Ha logrado logros notables en el desarrollo, ha hecho una gran contribución a la prosperidad y la estabilidad mundiales y está más estrechamente vinculada con el resto del mundo”, y que alcanzó el objetivo histórico de pasar de ser un Estado cerrado, a uno con una apertura general. En suma, la apertura de China al mundo y su incorporación en la Organización Mundial del Comercio, sería una contribución mayor para el desarrollo en todo el mundo.
Pero, en un mundo estructurado en base a la desigualdad entre países y regiones, la referencia a estos principios orientales, así como el empleo de un lenguaje que enfatiza en la cooperación y el desarrollo mutuo y complementario, aparecen como fórmulas engañosas que es necesario objetar.
Mapa atribuido a Zheng He, 1418. Imagen: Instituto Confucio.
La expansión comercial
Las reformas de los años 80, en los términos descritos anteriormente, conllevaron a una progresiva apertura comercial hacia todas las regiones geo-económicas del mundo, con la finalidad de acceder a recursos naturales y productos agrícolas, necesarios para el empuje de su aparato productivo. Para ello se apartó de sus aliados comerciales tradicionales (Corea del Norte, los países comunistas del sudeste de Asia y Cuba, por nombrar algunos), y comenzó a promover sus relaciones con todo el mundo, libre de valoraciones político-ideológicas.
En términos cuantitativos, a partir de inicios del siglo XXI, la presencia comercial de China en el mundo comienza a desplegarse de manera sostenida. De acuerdo con datos del portal web researchtrade.earth[5], en 2000, el volumen total del comercio de China con el mundo (exportaciones e importaciones) era de 103,500 millones de dólares, siendo sus principales socios comerciales Japón, Hong Kong, Corea del Sur y Estados Unidos. En cinco años el volumen total de los intercambios de China con el Mundo tuvo un crecimiento del 168,4%, pasando a 277,800 millones de dólares; en 2010, este volumen alcanzó los 641,000 millones de dólares; y en 2015 llegó a 769,000 millones. Ahora bien, un aspecto interesante a señalar es que, en en cada uno de los periodos señalados, si bien los volúmenes totales del intercambio crecieron estrepitosamente, China mantuvo una balanza comercial (exportaciones – importaciones) negativa. Este no es un dato contradictorio y se explica, por un lado, por el inmenso mercado para bienes de producción que representa China en el presente y, por el otro, por el inmenso mercado para bienes de consumo que es este país. De hecho, ya en el siglo XIX, luego de la Guerra del Opio, el plenipotenciario británico en China señaló que “El potencial de China para el comercio era tan grande que «todas las fábricas de Lancashire no podían hacer que las existencias fueran suficientes para una de sus provincias»” (Keller, Li y Shiue, 2011: 853).
En efecto, no sólo en términos del tamaño de su base productiva, en expansión, como en el tamaño de su población urbana, China es uno de los mayores mercados del mundo. Y todas las importaciones se traducen en consumo interno y en re-exportaciones: ya sea porque se trata de materias primas o porque se trata de otros bienes primarios que, en última instancia, contribuyen a la reproducción de la mano de obra. Ello explica que las principales mercancías importadas por China sean metales y minerales, por un lado, y productos agrícolas por el otro. Gran parte de la producción China es consumida internamente, además su segundo principal socio comercial, en lo que respecta exportaciones y re-exportaciones es Hong Kong. Por ello, la balanza comercial negativa de China no indica un problema de competitividad.
Así, por ejemplo, los metales y minerales son el grupo principal de mercancías importadas por China, con un promedio de 337,500 millones de dólares, entre 2010 y 2016. En este caso, sus principales socios comerciales son Australia y Brasil, como proveedores de acero y hierro; Hong Kong como proveedor de metales preciosos (oro notablemente); y Chile como proveedor de Cobre. De hecho, además del acero y derivados de hierro, el cobre es el segundo metal más importado por China. Siendo, en este caso, sus dos principales proveedores Perú (61% de sus exportaciones de cobre van a China) y Chile (49% de sus exportaciones). La segunda gran categoría de productos importados por China son los combustibles fósiles, con un promedio de 293,000 millones de dólares entre 2010 y 2016. En este caso, los principales proveedores son Arabia Saudita, Angola, Irán y Rusia. Por otra parte, entre 2010 y 2016, China importó un promedio de 39,033 millones de dólares en Soya (de los cuáles 33,300 millones en granos)[6], siendo sus principales proveedores Brasil, Estados Unidos y Argentina. El grueso de la soya importada, además de utilizarse para la fabricación de biocombustibles, sirve para alimentar las granjas de animales (cerdos y pollos principalmente), fundamentales para la dotación de alimentos en las megalópolis como Beijing.
Consecuentemente, desde inicios del siglo XXI, el comercio de China con todas las regiones del mundo se expandió de manera exponencial. Por ejemplo, para el caso de Norte América, las exportaciones pasaron de 3,700 millones de dólares en 2000, a 17,000 millones en 2015. Las importaciones con la misma región crecieron, de 6,500 millones en 2000, a 58,400 millones en 2015. Para el caso de Europa, las exportaciones crecieron de 4,800 millones en 2000, a 21,600 millones en 2015. Las importaciones desde Europa crecieron de 4,700 millones en 2000, a 50,300 millones en 2015. Y, para el caso de Sudamérica, las exportaciones pasaron de 240 millones en 2000, a 6,500 millones en 2015, con una tendencia a la baja desde 2014. Las importaciones desde Sudamérica pasaron de 4,000 millones en 2000, a 82,200 millones en 2015. En todos los casos, China importa más de lo que exporta, lo cual no significa un factor negativo para su crecimiento interno, como veremos más adelante.
Otro factor que incide en la competitividad de China en el mercado mundial es lo que en la jerga económica se conoce como “competencia desleal”, que no sólo tiene que ver con los subsidios a la producción e inversión (dumping), sino también con la distorsión de los costos de los factores de producción (Huang, 2010). Como señala el autor, si bien el 95% de los precios de los bienes de consumo son determinados en el mercado, los costos de los factores de producción (mano de obra, capital y tierra) son distorsionados internamente. De esta manera, existe un aumento artificial de los beneficios de la producción, así como del rendimiento de las inversiones y, por lo tanto, mejora artificialmente la competitividad de China en el mercado mundial (Huang, 2010: 67-68). Esto se traduce en precios competitivos de los bienes chinos, en el mercado externo, en detrimento de la producción de otras economías emergentes.
Es por ello que la expansión comercial de China, en la forma en cómo se ha llevado a cabo, ha afectado a las economías y la competitividad de otras regiones. Por ejemplo, en el caso de Latinoamérica, entre la segunda mitad de los años 70 y el primer quinquenio del siglo XXI, el comercio con China creció exponencialmente. Primero a partir de las importaciones de materia prima, que permitieron el desarrollo de la base productiva de China y, posteriormente, a partir de la consolidación de sus exportaciones especializadas de bienes manufacturados. La expansión de las importaciones de materias primas conllevó a un ascenso en sus precios, significando una ventaja comparativa para los países de la región que se especializaron en este sector, desde el Consenso de Washington[7]. Mientras que los países que ya tenían una base productiva manufacturera desarrollada, se vieron afectados rápidamente por la competitividad de los productos chinos.
Protesta en Bruselas 2016. Imagen: Deutsche Welle.
En lo que respecta la producción manufacturera de países como México o los países de Centroamérica, ésta se vio afectada no sólo por los volúmenes de la producción china, sino también porque el patrón de especialización de las exportaciones de China fue el de un país con un PIB per cápita tres veces superior al nivel real de ingresos (distorsión de costos de producción y super-explotación de la mano de obra) (Paus, 2009). Mientras que, en el caso de los países especializados en la explotación y exportación de materias primas, la apertura del mercado chino se planteó como ventajosa, en el corto y mediano plazo. Pero, en el fondo, constriñe a estos países a continuar su especialización como proveedores de materias primas, y posterga indefinidamente la posibilidad de que desarrollen su base productiva, consolidando de esta manera su situación de dependencia.
Además, existe otra problemática que pone en desventaja a los países latinoamericanos. Se trata de, lo que Eva Paus (2009) denomina “la trampa de los ingresos intermedios”: Los productos de China son más competitivos porque, una vez más, su mano de obra es más intensiva y barata, o en términos más claros, porque para lograr el crecimiento exponencial de su economía, basaron su modelo productivo en una super-explotación de su mano de obra; además de la distorsión de los costos de los factores de producción. Este modelo le permitió a China alcanzar una alta competitividad en “una amplia gama de productos, desde productos de mano de obra barata a productos baratos de mayor valor” (Paus, 2009: 423). En este sentido, siguiendo a Barbara Kotschwar, “El comercio con China se asemeja a los patrones comerciales tradicionales de América Latina: el intercambio de productos básicos y manufacturas basadas en recursos naturales, por manufacturas de mayor valor agregado” (2014: 206).
En suma, si bien algunas lecturas sobre las relaciones entre China y Latinoamérica se refieren a principios de complementariedad, reciprocidad entre periferias, y otras nociones propias del idealismo, lo que ha tenido lugar en realidad es el establecimiento de un nuevo escenario de dependencia. Las economías latinoamericanas se hallan entrampadas entre la imposición de continuar siendo proveedoras de materias primas; la necesidad de desarrollar su base productiva para dejar de ser economías dependientes; y la imposibilidad de competir tanto con la nueva potencia industrial china, como con las potencias tradicionales. Este mismo escenario de desequilibrio es aplicable a otros contextos o regiones (África y Asia), donde economías emergentes incursionan en relaciones de intercambio comercial en términos que son más favorables para la potencia china.
Inversiones extranjeras y real politik
Otro aspecto que caracteriza la diplomacia china, sobre todo observable en su relación con economías en desarrollo de países pequeños, aunque también con países desarrollados, es la promoción de inversiones extranjeras que favorezcan directamente a sus objetivos comerciales y de desarrollo interno. En la última década China expandió de manera considerable sus flujos de capital financiero, así como de inversiones directas y de mano de obra hacia el extranjero. En, octubre de 2017, el portal AidData de la Universidad William & Mary, publicó los datos de un rastreo del universo conocido de las finanzas oficiales chinas en el extranjero entre 2000-2014, en el que se incluyen prestamos, donaciones, ayuda técnica, becas para estudiantes extranjeros, inversiones de cooperación para el desarrollo, entre varios otros ítems. Según los datos de esta publicación, el volumen total de los flujos nombrados pasó de 4,451 millones de dólares en 2000, a 10,002 millones en 2005, y a 137,461 millones en 2014. Esta evolución se observa en el gráfico siguiente:
A partir de la misma publicación es posible dar cuenta que los principales flujos financieros entre 2000 y 2014 fueron préstamos y créditos de distinta índole. El volumen total aproximado de este tipo de transacciones, en el periodo señalado fue de aproximadamente 644,856 millones de dólares[1]. La mayor parte de estos financiamientos estuvieron destinados a la construcción de infraestructura para favorecer la explotación y movilización de recursos naturales; proyectos de desarrollo agrícola; seguridad y defensa; proyectos energéticos, entre otros. Las principales instituciones financieras en otorgar estos financiamientos son los bancos estatales China Development Bank (CDB) y el China Export-Import Bank (EXIM BANK). Además, una buena parte de los créditos otorgados por China, según estos informes, son créditos de exportación. Es decir, China negocia créditos atados a contratos favorables para la importación de bienes primarios, que luego le son suministrados en los términos y condiciones establecidos en los créditos otorgados.
Este tipo transacciones también dan cuenta de las estrategias pragmáticas de China, donde las inversiones directas son complementadas por créditos. Y, todas estas operaciones sirven, en última instancia, para favorecer los intereses comerciales y los objetivos de desarrollo interno de China. Un ejemplo paradigmático de esta complementación de objetivos es el proyecto de integrar los mares del este y sur de China, con el Océano Índico y el mar Mediterráneo; y mediante infraestructura terrestre, el este de Europa, con el medio oriente y el resto de Asia. Esta iniciativa se conoce actualmente como “El Cinturón Económico de la Ruta de la Seda” y “La Ruta Marítima de la Seda del siglo XXI” -nuevamente referenciando el pasado imperial chino.
Si bien esta iniciativa, que es uno de los objetivos más ambiciosos del presidente Xi Jinping, es presentada como meramente económica, no cabe duda que devela objetivos claramente geopolíticos. Siguiendo con la exposición realizada por Peter Cai, para el Lowy Institute en 2013, el máximo líder chino expresó que todos los países vecinos de China tienen un valor estratégico, por lo que es fundamental consolidar las relaciones comerciales y de cooperación con los mismos, por ejemplo, en materia de seguridad y defensa (Cai, 2017). Estos mismos objetivos han caracterizado la aproximación de China a regiones como Latinoamérica o África. Dicho de otra manera, la cooperación internacional en materia de seguridad es complementaria a la consolidación de las relaciones comerciales, porque procura asegurar el acceso de China a los recursos que necesita para satisfacer sus necesidades internas, a partir de fortalecer los aparatos de seguridad de los países proveedores.
Por otra parte, según el portal Vox, el océano Índico y el mar del sur de China condensan el 30% de los flujos de comercio marítimo del mundo, así como la mayor concentración de población en el mundo, lo cual implica que es uno de los mercados más importantes[8]. Por estas razones, además de la significativa presencia de recursos naturales (Gas, Petróleo y recursos piscícolas), esta región es de suma importancia para China. En este sentido, y para contrarrestar la presencia militar de Estados Unidos en la región, la iniciativa del Cinturón Económico de la Ruta de la Seda comprende no sólo la consolidación de rutas comerciales, sino también el despliegue de una amplia infraestructura caminera, ferrocarrilera y portuaria. Ambas cuestiones, el control sobre el mar del Sur y la iniciativa de la Ruta de la Seda, develan objetivos geopolítico más claros por parte de China, a pesar de que su diplomacia haya consistido en promover el principio de mantener un perfil bajo en las arenas internacionales.
Las regiones contempladas para el despliegue de infraestructura no sólo tienen una importancia estratégica comercial, sino también militar. Por ejemplo, una parte de la iniciativa propone la construcción de un corredor caminero y ferrocarrilero, que “conecte a Kashgar en Xinjiang, en el extremo oeste de China, con el puerto de Gwadar en Pakistán” (Cai, 2017). El acceso a este puerto no sólo permitiría acceder al Golfo de Persia, para acceder al petróleo, sin pasar por el estrecho de Malacca, sino que, por sus características geográficas, sería ideal para la instalación de bases militares. Si se observa el mapa elaborado por el Lowy Institute, la realización de esta iniciativa no sólo le permitirá a China un mayor control de su territorio occidental, sino también expandir su influencia económica y comercial en el Asia Central, y expandir su hegemonía económica en el océano Índico y el mar del sur de China. Y, considerando su reclamo de soberanía sobre el mar del sur (Bautista y Arugay, 2017), esto devela un interés geopolítico por parte de China de, legitimado categóricamente a través de la diplomacia económica: doblegar los reclamos de soberanía de sus vecinos en la misma región, y consolidar los suyos.
En este caso, la diplomacia económica es fundamental, pues la estrategia de China para llevar a cabo estos objetivos tiene que ver con un despliegue colosal de Inversiones Extranjeras Directas, combinado con acciones paulatinas, para evitar una reacción más alerta de sus vecinos. Las inversiones directas, por lo tanto, cumplen dos objetivos: asegurar la prosecución de los intercambios, ergo el acceso a los recursos que China necesita para su desarrollo interno; y consolidar sus objetivos geopolíticos de manera progresiva y sin la necesidad de recurrir a su potencial militar. Las alusiones a su pasado imperial, y a los principios filosóficos a los que nos referimos antes son un suplemento clave de una diplomacia pragmática/realista, presentada siempre como idealista.
Isla artificial china en el Mar del Sur de China. Imagen: Financial Times.
De la misma manera es que se deben comprender las inversiones extranjeras chinas en regiones como Latinoamérica o África. La aproximación de China se da a partir de resaltar aspectos en común (pasado colonial, situación de periferia en el sistema mundial, economías emergentes y complementarias) (Shinxue, 2010). La utilización discursiva de la semejanza y de la complementariedad ha servido para estrechar los vínculos de China con las economías en desarrollo. De esta manera, por ejemplo, Ronald McKinnon (2010) señala que, para la mayoría de los países en desarrollo, los proyectos de inversión y cooperación son diseñados bajo una lógica de mutuo beneficio. Normalmente, las inversiones directas de China, que son complementadas por créditos, se enfocan en infraestructura caminera, así como en fortalecer los sectores productivos de interés para sus importaciones (explotación recursos naturales). Esto responde a una lógica bastante clara: “debido a la enorme y creciente producción industrial de China en el país, su necesidad de importar grandes cantidades de materias primas industriales, productos alimenticios y otros productos básicos es obvia” (McKinnon, 2010: 496).
Esto explica que la cooperación y las inversiones directas de China en África y Latinoamérica haya consistido, principalmente, en obras de infraestructura y cooperación en temas de seguridad y defensa. “Al menos 35 países africanos están colaborando con China en acuerdos de financiamiento de infraestructura, y los principales destinatarios son Nigeria, Angola, Etiopía y Sudán” (McKinnon, 2010: 500). El caso de Bolivia, por nombrar un ejemplo concreto de Latinoamérica, confirma esta tendencia. Entre 2011 y 2017, los principales créditos otorgados por el EXIM BANK de China estuvieron destinados a infraestructura caminera, equipamiento para la empresa estatal de hidrocarburos YPFB, y a equipamiento en defensa y seguridad[9]. Además, el gobierno boliviano, mediante el Decreto Supremo 2574 del 3 de noviembre de 2015, estableció que todos los créditos chinos para las principales empresas de obras públicas del país, debían contratar para la ejecución de los proyectos, a empresas chinas. Este tipo de negociaciones favorables para los inversionistas chinos son comunes, en las regiones señaladas y, usualmente, favorecen a empresas estatales o «privadas» pero tuteladas por el Estado chino [10].
Otro ejemplo paradigmático de cómo las inversiones chinas develan el carácter pragmático de su expansión en el mundo, tiene que ver con la compra masiva de tierras para agricultura, en distintos lugares del mundo. De hecho, China no es la única potencia en haber incursionado en esta dinámica, también corredores de Wall Street, potencias como Estados Unidos y Jeques del Golfo, entre otros (Plumer, 2015). Esta compra de tierras, también denominada acaparamiento de tierras (land grabbing) inicia en 2007, según Plumer, luego de la subida de los precios de los cereales, que hizo que en todo el mundo surgiera la preocupación por la escasez de estos bienes. En este marco, China, al igual que otros países, vio la necesidad de asegurar su acceso a alimentos y a agua potable, a partir de comprar tierras en el extranjero. Siguiendo a la PNAS[11], esta dinámica global reciente ha resultado bastante problemática, considerando que muchas de las adquisiciones de tierra se hicieron sin consultas a las poblaciones locales, dando lugar a reparticiones desiguales en favor de las potencias y organismos compradores. En el mismo portal se señala que las principales regiones donde ha tenido lugar esta extranjerización de tierras han sido África, Asia y Latinoamérica. “El área de captura es a menudo una fracción no despreciable del área del país (hasta 19.6% en Uruguay, 17.2% en Filipinas, o 6.9% en Sierra Leona)” (Rulli, Saviori y D’Odorico, 2013).
La contribución de China en el acaparamiento y extranjerización de tierras a escala global no es despreciable. En 2013 China acaparó 3,411,600 hectáreas de tierra cultivable, siendo el segundo país después de Estados Unidos (3,700,200 hectáreas), y por encima de los Emiratos Árabes Unidos e Israel. (Rulli, et al., 2013: 895). La premura de China por acceder a tierras en el extranjero tiene que ver con el crecimiento de su población urbana, así como con el agotamiento de sus tierras, producto del excesivo uso de fertilizantes y otros insumos para intensificar y extensificar su producción. Esta medida se complementa con los altísimos volúmenes de importaciones de productos agrícolas, como la soya que mencionamos antes. A partir del acaparamiento de tierras en el extranjero, China, al igual que otras potencias, promueve una reasignación global desigual de los recursos, que se ve reforzada por un desplazamiento del uso de la tierra, en favor de las grandes potencias, y en detrimento de las poblaciones rurales de los países donde la tierra es extranjerizada.
Víctimas del acaparamiento de tierra en Camboya. Imagen: Vox.
Todas las dinámicas expuestas a lo largo de este trabajo permiten comprender mejor en qué términos se aproxima China al mundo, en el presente. Desde las Reformas de Deng, en respuesta a la reconfiguración del orden geopolítico del mundo, la apertura de China consistió en fortalecer su desarrollo económico interno, para posteriormente constituirse en un nuevo polo, a pesar de que hasta el presente eviten asumir sus objetivos geopolíticos así como el carácter realista de su diplomacia. Algunos aspectos se pueden resaltar, a modo de sintetizar nuestra reflexión sobre el pragmatismo que caracteriza la diplomacia china contemporánea.
Primero, el desarrollo controlado de su base productiva, que consistió sobre todo en el incremento de la explotación de su mano de obra, le permitió poder competir con las potencias occidentales, así como anular la competencia de las regiones y países en desarrollo.
Segundo, en el mismo sentido, China comprendió que, para posicionarse como potencia económica y comercial, debe promover la especialización de las economías en desarrollo, como África y Latinoamérica, como productoras de bienes primarios, consolidando los escenarios de dependencia en que ya se hallaban estas regiones.
Tercero, para la continuación de su expansión comercial, así como de su crecimiento económico, China asumió una estrategia de inversiones extranjeras directas similar a la de las potencias occidentales: infraestructura para asegurar su acceso a recursos naturales y rutas comerciales; seguridad y defensa; adquisición de fuentes directas de recursos primarios en el extranjero; y contrataciones en megaproyectos que favorecen a empresas estatales.
Cuarto, todas estas dinámicas, en el fondo bastante pragmáticas, son acompañadas por una diplomacia que promueve principios idealistas de desarrollo complementario, armonía, horizontalidad, además de la referencia al pasado imperial de la China. Estos señuelos ideológicos son fundamentales para comprender el pragmatismo de los objetivos geopolíticos de China.
Estas constataciones, no obstante, deben ser leídas como dinámicas propias del sistema mundo, y que ya fueron aplicadas múltiples veces, por las potencias que, a lo largo de la historia mundial compitieron por una posición hegemónica. Por lo tanto, no es “el otro” chino que amenaza al equilibrio mundial, sino la naturaleza del sistema mundo capitalista que plantea estas dinámicas como la única alternativa, para lograr competir en un mundo cimentado en la desigualdad. En este sentido, los países con poblaciones y economías pequeñas y especializadas son los principales afectados, pues se encuentran en una situación tramposa, que los constriñe a permanecer en el lugar que ocupan. Mientras que son las periferias más grandes, como fue el caso de China o India, las que logran desplazarse en el escalafón global, a partir de políticas pragmáticas y cargadas de contradicciones.
Referencias
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The State Council Of The People’s Republic Of China
[2] Sobre esta noción de armonía social valdría la pena una reflexión más profunda, sobre todo considerando que la idea de que cada sujeto y grupo, ocupe de manera armoniosa, el lugar que le corresponde en la sociedad, tan próxima al modelo de sociedad del fascismo corporativo europeo de la primera mitad del siglo XX, ha servido para justificar la superexplotación de la mano de obra, que a su vez permitió el desarrollo exponencial de la base productiva china.
[4] Estas alusiones al pasado imperial, al carácter multiétnico de la civilización china, así como a principios de la filosofía oriental, no son una casualidad ni mucho menos una particularidad de la experiencia china, sino que forman parte de lo que Fredric Jameson y Slavoj Zizek (1998) denominan la ideología del neoliberalismo, o el multiculturalismo. Este mismo ejercicio es observable a lo largo y ancho del globo, no sólo en los discursos gubernamentales, sino también en la cultura popular. El carácter ideológico de estas referencias puede constatarse en su inconsistencia, ya que fueron los burócratas confucionistas quienes se opusieron a la expansión de China, que se proyectaba a través de los viajes de Zheng He, en el siglo XV (Finlay, 2008). La ética confucionista, siguiendo a Finlay, era profundamente anti-mercantilista y pro-aislacionista.
[5] Los datos de este sitio, gestionado por Chatham House – The Royal Institute for International Affairs, son elaborados en base a la información oficial, sobre el comercio exterior, entregada por cada Estado a la ONU.
[7] En efecto, a diferencia de China, que optó por un desarrollo gradual y controlado de su base productiva, durante los años 80, Latinoamérica se ciñó a las políticas “terapias de choque” promovidas por el Consenso de Washington que, para la mayoría de los países latinoamericanos, supuso un retorno a la especialización en la explotación y exportaciones de productos primarios. En este sentido, Joseph Stiglitz señaló en una ocasión que “nunca confundió los fines [el bienestar de la población] con los medios [la privatización y la liberalización del comercio]” (Stiglitz citado por Arrighi, 2007: 23).
[8] Ahora bien, es necesario considerar que los montos señalados en este informe corresponden con los montos contratados, sin considerar los pagos de servicios. Por lo tanto, el informe de AidData permite conocer únicamente los volúmenes de las finanzas de China con el mundo.
[9] Debido al carácter tan estratégico de esta región, China emprendió la construcción de bases militares en islas artificiales, a lo largo del mar del sur y este de China. De hecho, según el portal Vox, China reclama en la actualidad el control total del mar del sur, en detrimento de los demás países de la región, incluso haciendo alusión al control imperial que ejercía sobre estas aguas, en el siglo XV. Para el reclamo sobre el control de las aguas de esta región trazó una línea de control sobre estos mares, que luego fue contradicha por la Convención de la Ley de los Mares de 1975 (Bautista y Arugay, 2017). En este mar, además, se halla un archipiélago conocido como las islas espatuladas, cuya posesión, disputada por los países de la región, implicaría un control objetivo sobre este mar. Por ello es que, a modo de sentar presencia en esta región, China emprendió la construcción accelerada de estas islas artificiales.
[11] Cabe señalar, no obstante, que esta no es una dinámica reciente, ni mucho implementada por China. La historia de la economía global capitalista ha consistido, siempre, en negociaciones desbalanceadas entre países pequeños y grandes potencias.
Juan Pablo Neri Pereyra
En el presente, existe una creciente mirada preocupada, o atenta, sobre la expansión china en el mundo. Las lecturas y análisis sobre este fenómeno propio del siglo XXI son divergentes por la aparente ausencia de un objetivo geopolítico claro. En consecuencia, lo que para algunos es la emergencia positiva de una periferia, en un mundo multipolar, para otros significa el emplazamiento de un nuevo imperialismo, más adverso que los anteriores. Por su parte, en varios de los documentos producidos (White papers) por el gobierno de China, así como por otras instancias, como sus principales bancos estatales, sobre la política exterior de este país, se hace referencia a ideales diplomáticos como la cooperación sur-sur, el desarrollo de relaciones de intercambio complementarias, y al principio confucionista de la “armonía social” (que también rige la política interna, desde las reformas de Deng). Entonces ¿cómo se puede entender este fenómeno de expansión, sin caer en lecturas simplistas y cargadas de juicios de valor? En el presente artículo intentamos ofrecer algunos elementos con miras a responder a esta cuestión.
En el ámbito de las relaciones internacionales, como lo prueba una y otra vez la historia mundial, la única manera de evitar análisis errados, es ceñirse al realismo político como la corriente efectivamente rectora. De esta manera se evitan expectativas que luego puedan verse frustradas por el orden real de las cosas. En este entendido, el primero elemento a señalar es que China, como todos los Estados, opera en el campo internacional con miras a satisfacer sus propios intereses. En este marco, todo señalamiento relacionado con promover el desarrollo de sus socios comerciales, o de establecer relaciones “win-win”, incluso toda referencia a principios éticos propios del pensamiento antiguo oriental debe ser entendido como suplementario a los objetivos pragmáticos principales. Para comprender mejor estas observaciones, a continuación, ofrecemos una mirada general sobre la expansión de China en el mundo y, notablemente, en Latinoamérica. Para ello nos centraremos en tres áreas específicas: el comercio, las inversiones directas y el endeudamiento externo.
Las reformas internas
La expansión de China a escala global, sobre todo en términos comerciales, no se puede entender sin algunos apuntes previos sobre su política interna de desarrollo. Durante la segunda mitad del siglo XX, la República Popular China fue una más de las periferias poscoloniales, que contendía de manera desigual en un mundo bi-polarizado por la Guerra Fría. Estaba sometida a un embargo impuesto por occidente, notablemente Estados Unidos, y sus relaciones con otros Estados y regiones era bastante marginal. Todo este panorama cambia de manera radical a partir de los años 80, con la caída del Bloque Soviético y el reordenamiento de la geopolítica global. Para China el final de la Guerra Fría significó la necesidad de cambiar la dirección de sus políticas económicas. Ello supuso la puesta en marcha una serie de reformas, impulsadas por el máximo líder chino Deng Xiaoping (1978-1989), para la liberalización controlada de la economía, con miras a encarar los desafíos futuros.
La propuesta de Deng fue la creación de un “socialismo de mercado”. En este marco, las reformas económicas de China de cara al nuevo milenio, consistieron en la des-colectivización de la agricultura, la apertura a inversiones extranjeras, el otorgamiento de una mayor autonomía a las empresas estatales, así como la relativa apertura a la economía privada dentro del país. El resultado de estas reformas fue un crecimiento promedio del 10% de su economía, la intensificación de la explotación de su mano de obra, y una creciente necesidad de importar materias primas para la continua consolidación de su base productiva, así como para la consolidación de su presencia política en la región asiática.
Otra de las consecuencias de estas reformas fue la pronta aparición de una élite económica-política y una significativa estratificación social. Según la profesora He Qinglian, citada por Giovanni Arrighi, lo que se produjo en los años 90, con las reformas de Deng, fue “un «saqueo» –esto es, la transferencia de propiedades estatales a los poderosos y sus secuaces y de los ahorros personales de ciudadanos corrientes a las empresas públicas desde los bancos estatales” (2007: 23). Pero, a diferencia de lo que sucedió en Rusia, donde la transición a una economía de mercado supuso el reemplazo del Estado por una oligarquía privada, estas reformas no supusieron el fin del control estatal sobre la economía, sino tan sólo una mayor oligarquización de la propia burocracia estatal.
El resultado de ingresar en un modelo de producción basado en la explotación intensiva de su mano de obra, fue un crecimiento económico, en término macroeconómicos, sin precedentes. En términos de crecimiento estas reformas dieron lugar a una evolución exponencial de su PIB, de 361 mil millones de dólares en 1990, a 11.2 trillones de dólares en 2016[1]. Por su parte el PIB per cápita pasó de 330 dólares en 1990, a 940 dólares en 2000, 4,340 dólares en 2010, y 8,250 dólares en 2016. Este crecimiento se explica principalmente por el desarrollo acelerado de su base productiva, que consistió en gran medida en especializarse como país productor de bienes de mano de obra intensiva (súper-explotación); por una división cada vez más especializada del trabajo, en el país; y por el modelo económico optado: especializarse en la producción y exportación de manufacturas de distinta gama y en las importaciones de recursos primarios.
Diplomacia económica
Otro aspecto que caracteriza la apertura de China al mundo, desde finales del siglo XX, es el desarrollo de una diplomacia enfocada en la economía, como complemento de las reformas internas. Como lo señala el propio Consejo de Estado de la República Popular de China, en su White Paper sobre Comercio Exterior del año 2011, el intercambio comercial fue un aspecto fundamental para “acelerar la modernización, sacudir el atraso, promover el crecimiento de la economía y mejorar la fuerza nacional integral”. En este entendido, la expansión de China hacia el mundo, desde finales del siglo XX ha consistido en una diplomacia enfocada en favorecer su desarrollo interno y el crecimiento de su economía. En este marco, su apertura hacia el mundo no sólo consistió en una ampliación de sus volúmenes de exportaciones e importaciones, sino también en la atracción de inversiones extranjeras, para la ampliación y actualización de su industria.
Desde que comienza la apertura de China hacia el mundo, el desarrollo de su industria pasó por varias fases, como señala el mismo documento oficial: inicialmente tuvo lugar un desarrollo de industria liviana y productos textiles; a partir de los años 90 se especializa en la producción de bienes mecánicos y electrónicos; y a partir de los años 2000, China ingresa en la producción de alta tecnología. Este desarrollo tiene que ver, en gran medida, con el hecho que señalamos anteriormente de convertirse en un país especializado en la producción con mano de obra barata e intensiva. Esto atrajo, lógicamente, a muchas empresas de todo el mundo a relocalizar su producción en China. Y también permitió el desarrollo acelerado de la industria interna, en la producción manufacturera en todas las gamas.
La consecución de estos objetivos de desarrollo interno y de crecimiento económico, en el fondo bastante pragmáticos/realistas, fue posible gracias a una diplomacia fundada en una retórica bastante idealista. En el White Paper del Consejo de Estado chino, sobre el Desarrollo Pacífico (2011), se señala que China: “declaró al resto del mundo, en muchas ocasiones, que toma un camino de desarrollo pacífico y está comprometida con la defensa de la paz mundial y la promoción del desarrollo y la prosperidad comunes para todos los países”. En el mismo documento, China plantea otros objetivos como la modernización, y su fortalecimiento interno para la contribución del “progreso de la civilización humana”. Estos elementos hacen eco con el principio confucionista de la “armonía social”, que en el presente rige la política interna China[2], pero que también es invocado por instituciones como el EXIM BANK de China, para referirse a la cooperación internacional: “China EximBank, aprovechando al máximo sus propias ventajas, ha trabajado activamente para promover los intercambios internacionales y la cooperación, ampliar la amplitud y profundidad de la cooperación comercial con otros países y apoyar la estrategia de ganar-ganar de la apertura, contribuyendo a los esfuerzos de promover el desarrollo común y crecimiento y construcción de un mundo armonioso”[3].
De hecho, una característica de la narrativa que emplea China en el presente, para justificar tanto el carácter exponencial de su desarrollo interno, así como su expansión económica a lo largo del globo, es la referencia a su pasado pre-revolucionario. Como lo expresa el mismo White Paper de 2011 sobre el Desarrollo Pacífico: “Durante los últimos 5.000 años, las personas de todos los grupos étnicos en China, con diligencia y sabiduría, han creado una espléndida civilización y construido un país multiétnico unificado. La civilización china tiene la característica única de ser duradera, inclusiva y abierta”[4]. El uso de estas referencias no es casual. La alusión de China a la grandeza de esta civilización oriental, cuyo apogeo fue muy anterior al encumbramiento de occidente, sirve en el presente para legitimar la expansión de este país, como una continuidad histórica. Como veremos más adelante, esta referencia al pasado imperial de China es utilizada también con fines geopolíticos en la región asiática.
En este sentido, aunque aparentemente no exista un objetivo geopolítico claro, se puede señalar que el propósito de China es posicionarse, nuevamente, como un centro civilizacional en un mundo multipolar. El mismo documento citado señala que, gracias al “desarrollo pacífico”, “China ha pasado por cambios profundos. Ha logrado logros notables en el desarrollo, ha hecho una gran contribución a la prosperidad y la estabilidad mundiales y está más estrechamente vinculada con el resto del mundo”, y que alcanzó el objetivo histórico de pasar de ser un Estado cerrado, a uno con una apertura general. En suma, la apertura de China al mundo y su incorporación en la Organización Mundial del Comercio, sería una contribución mayor para el desarrollo en todo el mundo.
Pero, en un mundo estructurado en base a la desigualdad entre países y regiones, la referencia a estos principios orientales, así como el empleo de un lenguaje que enfatiza en la cooperación y el desarrollo mutuo y complementario, aparecen como fórmulas engañosas que es necesario objetar.
La expansión comercial
Las reformas de los años 80, en los términos descritos anteriormente, conllevaron a una progresiva apertura comercial hacia todas las regiones geo-económicas del mundo, con la finalidad de acceder a recursos naturales y productos agrícolas, necesarios para el empuje de su aparato productivo. Para ello se apartó de sus aliados comerciales tradicionales (Corea del Norte, los países comunistas del sudeste de Asia y Cuba, por nombrar algunos), y comenzó a promover sus relaciones con todo el mundo, libre de valoraciones político-ideológicas.
En términos cuantitativos, a partir de inicios del siglo XXI, la presencia comercial de China en el mundo comienza a desplegarse de manera sostenida. De acuerdo con datos del portal web researchtrade.earth[5], en 2000, el volumen total del comercio de China con el mundo (exportaciones e importaciones) era de 103,500 millones de dólares, siendo sus principales socios comerciales Japón, Hong Kong, Corea del Sur y Estados Unidos. En cinco años el volumen total de los intercambios de China con el Mundo tuvo un crecimiento del 168,4%, pasando a 277,800 millones de dólares; en 2010, este volumen alcanzó los 641,000 millones de dólares; y en 2015 llegó a 769,000 millones. Ahora bien, un aspecto interesante a señalar es que, en en cada uno de los periodos señalados, si bien los volúmenes totales del intercambio crecieron estrepitosamente, China mantuvo una balanza comercial (exportaciones – importaciones) negativa. Este no es un dato contradictorio y se explica, por un lado, por el inmenso mercado para bienes de producción que representa China en el presente y, por el otro, por el inmenso mercado para bienes de consumo que es este país. De hecho, ya en el siglo XIX, luego de la Guerra del Opio, el plenipotenciario británico en China señaló que “El potencial de China para el comercio era tan grande que «todas las fábricas de Lancashire no podían hacer que las existencias fueran suficientes para una de sus provincias»” (Keller, Li y Shiue, 2011: 853).
En efecto, no sólo en términos del tamaño de su base productiva, en expansión, como en el tamaño de su población urbana, China es uno de los mayores mercados del mundo. Y todas las importaciones se traducen en consumo interno y en re-exportaciones: ya sea porque se trata de materias primas o porque se trata de otros bienes primarios que, en última instancia, contribuyen a la reproducción de la mano de obra. Ello explica que las principales mercancías importadas por China sean metales y minerales, por un lado, y productos agrícolas por el otro. Gran parte de la producción China es consumida internamente, además su segundo principal socio comercial, en lo que respecta exportaciones y re-exportaciones es Hong Kong. Por ello, la balanza comercial negativa de China no indica un problema de competitividad.
Así, por ejemplo, los metales y minerales son el grupo principal de mercancías importadas por China, con un promedio de 337,500 millones de dólares, entre 2010 y 2016. En este caso, sus principales socios comerciales son Australia y Brasil, como proveedores de acero y hierro; Hong Kong como proveedor de metales preciosos (oro notablemente); y Chile como proveedor de Cobre. De hecho, además del acero y derivados de hierro, el cobre es el segundo metal más importado por China. Siendo, en este caso, sus dos principales proveedores Perú (61% de sus exportaciones de cobre van a China) y Chile (49% de sus exportaciones). La segunda gran categoría de productos importados por China son los combustibles fósiles, con un promedio de 293,000 millones de dólares entre 2010 y 2016. En este caso, los principales proveedores son Arabia Saudita, Angola, Irán y Rusia. Por otra parte, entre 2010 y 2016, China importó un promedio de 39,033 millones de dólares en Soya (de los cuáles 33,300 millones en granos)[6], siendo sus principales proveedores Brasil, Estados Unidos y Argentina. El grueso de la soya importada, además de utilizarse para la fabricación de biocombustibles, sirve para alimentar las granjas de animales (cerdos y pollos principalmente), fundamentales para la dotación de alimentos en las megalópolis como Beijing.
Consecuentemente, desde inicios del siglo XXI, el comercio de China con todas las regiones del mundo se expandió de manera exponencial. Por ejemplo, para el caso de Norte América, las exportaciones pasaron de 3,700 millones de dólares en 2000, a 17,000 millones en 2015. Las importaciones con la misma región crecieron, de 6,500 millones en 2000, a 58,400 millones en 2015. Para el caso de Europa, las exportaciones crecieron de 4,800 millones en 2000, a 21,600 millones en 2015. Las importaciones desde Europa crecieron de 4,700 millones en 2000, a 50,300 millones en 2015. Y, para el caso de Sudamérica, las exportaciones pasaron de 240 millones en 2000, a 6,500 millones en 2015, con una tendencia a la baja desde 2014. Las importaciones desde Sudamérica pasaron de 4,000 millones en 2000, a 82,200 millones en 2015. En todos los casos, China importa más de lo que exporta, lo cual no significa un factor negativo para su crecimiento interno, como veremos más adelante.
Otro factor que incide en la competitividad de China en el mercado mundial es lo que en la jerga económica se conoce como “competencia desleal”, que no sólo tiene que ver con los subsidios a la producción e inversión (dumping), sino también con la distorsión de los costos de los factores de producción (Huang, 2010). Como señala el autor, si bien el 95% de los precios de los bienes de consumo son determinados en el mercado, los costos de los factores de producción (mano de obra, capital y tierra) son distorsionados internamente. De esta manera, existe un aumento artificial de los beneficios de la producción, así como del rendimiento de las inversiones y, por lo tanto, mejora artificialmente la competitividad de China en el mercado mundial (Huang, 2010: 67-68). Esto se traduce en precios competitivos de los bienes chinos, en el mercado externo, en detrimento de la producción de otras economías emergentes.
Es por ello que la expansión comercial de China, en la forma en cómo se ha llevado a cabo, ha afectado a las economías y la competitividad de otras regiones. Por ejemplo, en el caso de Latinoamérica, entre la segunda mitad de los años 70 y el primer quinquenio del siglo XXI, el comercio con China creció exponencialmente. Primero a partir de las importaciones de materia prima, que permitieron el desarrollo de la base productiva de China y, posteriormente, a partir de la consolidación de sus exportaciones especializadas de bienes manufacturados. La expansión de las importaciones de materias primas conllevó a un ascenso en sus precios, significando una ventaja comparativa para los países de la región que se especializaron en este sector, desde el Consenso de Washington[7]. Mientras que los países que ya tenían una base productiva manufacturera desarrollada, se vieron afectados rápidamente por la competitividad de los productos chinos.
En lo que respecta la producción manufacturera de países como México o los países de Centroamérica, ésta se vio afectada no sólo por los volúmenes de la producción china, sino también porque el patrón de especialización de las exportaciones de China fue el de un país con un PIB per cápita tres veces superior al nivel real de ingresos (distorsión de costos de producción y super-explotación de la mano de obra) (Paus, 2009). Mientras que, en el caso de los países especializados en la explotación y exportación de materias primas, la apertura del mercado chino se planteó como ventajosa, en el corto y mediano plazo. Pero, en el fondo, constriñe a estos países a continuar su especialización como proveedores de materias primas, y posterga indefinidamente la posibilidad de que desarrollen su base productiva, consolidando de esta manera su situación de dependencia.
Además, existe otra problemática que pone en desventaja a los países latinoamericanos. Se trata de, lo que Eva Paus (2009) denomina “la trampa de los ingresos intermedios”: Los productos de China son más competitivos porque, una vez más, su mano de obra es más intensiva y barata, o en términos más claros, porque para lograr el crecimiento exponencial de su economía, basaron su modelo productivo en una super-explotación de su mano de obra; además de la distorsión de los costos de los factores de producción. Este modelo le permitió a China alcanzar una alta competitividad en “una amplia gama de productos, desde productos de mano de obra barata a productos baratos de mayor valor” (Paus, 2009: 423). En este sentido, siguiendo a Barbara Kotschwar, “El comercio con China se asemeja a los patrones comerciales tradicionales de América Latina: el intercambio de productos básicos y manufacturas basadas en recursos naturales, por manufacturas de mayor valor agregado” (2014: 206).
En suma, si bien algunas lecturas sobre las relaciones entre China y Latinoamérica se refieren a principios de complementariedad, reciprocidad entre periferias, y otras nociones propias del idealismo, lo que ha tenido lugar en realidad es el establecimiento de un nuevo escenario de dependencia. Las economías latinoamericanas se hallan entrampadas entre la imposición de continuar siendo proveedoras de materias primas; la necesidad de desarrollar su base productiva para dejar de ser economías dependientes; y la imposibilidad de competir tanto con la nueva potencia industrial china, como con las potencias tradicionales. Este mismo escenario de desequilibrio es aplicable a otros contextos o regiones (África y Asia), donde economías emergentes incursionan en relaciones de intercambio comercial en términos que son más favorables para la potencia china.
Inversiones extranjeras y real politik
Otro aspecto que caracteriza la diplomacia china, sobre todo observable en su relación con economías en desarrollo de países pequeños, aunque también con países desarrollados, es la promoción de inversiones extranjeras que favorezcan directamente a sus objetivos comerciales y de desarrollo interno. En la última década China expandió de manera considerable sus flujos de capital financiero, así como de inversiones directas y de mano de obra hacia el extranjero. En, octubre de 2017, el portal AidData de la Universidad William & Mary, publicó los datos de un rastreo del universo conocido de las finanzas oficiales chinas en el extranjero entre 2000-2014, en el que se incluyen prestamos, donaciones, ayuda técnica, becas para estudiantes extranjeros, inversiones de cooperación para el desarrollo, entre varios otros ítems. Según los datos de esta publicación, el volumen total de los flujos nombrados pasó de 4,451 millones de dólares en 2000, a 10,002 millones en 2005, y a 137,461 millones en 2014. Esta evolución se observa en el gráfico siguiente:
A partir de la misma publicación es posible dar cuenta que los principales flujos financieros entre 2000 y 2014 fueron préstamos y créditos de distinta índole. El volumen total aproximado de este tipo de transacciones, en el periodo señalado fue de aproximadamente 644,856 millones de dólares[1]. La mayor parte de estos financiamientos estuvieron destinados a la construcción de infraestructura para favorecer la explotación y movilización de recursos naturales; proyectos de desarrollo agrícola; seguridad y defensa; proyectos energéticos, entre otros. Las principales instituciones financieras en otorgar estos financiamientos son los bancos estatales China Development Bank (CDB) y el China Export-Import Bank (EXIM BANK). Además, una buena parte de los créditos otorgados por China, según estos informes, son créditos de exportación. Es decir, China negocia créditos atados a contratos favorables para la importación de bienes primarios, que luego le son suministrados en los términos y condiciones establecidos en los créditos otorgados.
Este tipo transacciones también dan cuenta de las estrategias pragmáticas de China, donde las inversiones directas son complementadas por créditos. Y, todas estas operaciones sirven, en última instancia, para favorecer los intereses comerciales y los objetivos de desarrollo interno de China. Un ejemplo paradigmático de esta complementación de objetivos es el proyecto de integrar los mares del este y sur de China, con el Océano Índico y el mar Mediterráneo; y mediante infraestructura terrestre, el este de Europa, con el medio oriente y el resto de Asia. Esta iniciativa se conoce actualmente como “El Cinturón Económico de la Ruta de la Seda” y “La Ruta Marítima de la Seda del siglo XXI” -nuevamente referenciando el pasado imperial chino.
Si bien esta iniciativa, que es uno de los objetivos más ambiciosos del presidente Xi Jinping, es presentada como meramente económica, no cabe duda que devela objetivos claramente geopolíticos. Siguiendo con la exposición realizada por Peter Cai, para el Lowy Institute en 2013, el máximo líder chino expresó que todos los países vecinos de China tienen un valor estratégico, por lo que es fundamental consolidar las relaciones comerciales y de cooperación con los mismos, por ejemplo, en materia de seguridad y defensa (Cai, 2017). Estos mismos objetivos han caracterizado la aproximación de China a regiones como Latinoamérica o África. Dicho de otra manera, la cooperación internacional en materia de seguridad es complementaria a la consolidación de las relaciones comerciales, porque procura asegurar el acceso de China a los recursos que necesita para satisfacer sus necesidades internas, a partir de fortalecer los aparatos de seguridad de los países proveedores.
Por otra parte, según el portal Vox, el océano Índico y el mar del sur de China condensan el 30% de los flujos de comercio marítimo del mundo, así como la mayor concentración de población en el mundo, lo cual implica que es uno de los mercados más importantes[8]. Por estas razones, además de la significativa presencia de recursos naturales (Gas, Petróleo y recursos piscícolas), esta región es de suma importancia para China. En este sentido, y para contrarrestar la presencia militar de Estados Unidos en la región, la iniciativa del Cinturón Económico de la Ruta de la Seda comprende no sólo la consolidación de rutas comerciales, sino también el despliegue de una amplia infraestructura caminera, ferrocarrilera y portuaria. Ambas cuestiones, el control sobre el mar del Sur y la iniciativa de la Ruta de la Seda, develan objetivos geopolítico más claros por parte de China, a pesar de que su diplomacia haya consistido en promover el principio de mantener un perfil bajo en las arenas internacionales.
Las regiones contempladas para el despliegue de infraestructura no sólo tienen una importancia estratégica comercial, sino también militar. Por ejemplo, una parte de la iniciativa propone la construcción de un corredor caminero y ferrocarrilero, que “conecte a Kashgar en Xinjiang, en el extremo oeste de China, con el puerto de Gwadar en Pakistán” (Cai, 2017). El acceso a este puerto no sólo permitiría acceder al Golfo de Persia, para acceder al petróleo, sin pasar por el estrecho de Malacca, sino que, por sus características geográficas, sería ideal para la instalación de bases militares. Si se observa el mapa elaborado por el Lowy Institute, la realización de esta iniciativa no sólo le permitirá a China un mayor control de su territorio occidental, sino también expandir su influencia económica y comercial en el Asia Central, y expandir su hegemonía económica en el océano Índico y el mar del sur de China. Y, considerando su reclamo de soberanía sobre el mar del sur (Bautista y Arugay, 2017), esto devela un interés geopolítico por parte de China de, legitimado categóricamente a través de la diplomacia económica: doblegar los reclamos de soberanía de sus vecinos en la misma región, y consolidar los suyos.
En este caso, la diplomacia económica es fundamental, pues la estrategia de China para llevar a cabo estos objetivos tiene que ver con un despliegue colosal de Inversiones Extranjeras Directas, combinado con acciones paulatinas, para evitar una reacción más alerta de sus vecinos. Las inversiones directas, por lo tanto, cumplen dos objetivos: asegurar la prosecución de los intercambios, ergo el acceso a los recursos que China necesita para su desarrollo interno; y consolidar sus objetivos geopolíticos de manera progresiva y sin la necesidad de recurrir a su potencial militar. Las alusiones a su pasado imperial, y a los principios filosóficos a los que nos referimos antes son un suplemento clave de una diplomacia pragmática/realista, presentada siempre como idealista.
De la misma manera es que se deben comprender las inversiones extranjeras chinas en regiones como Latinoamérica o África. La aproximación de China se da a partir de resaltar aspectos en común (pasado colonial, situación de periferia en el sistema mundial, economías emergentes y complementarias) (Shinxue, 2010). La utilización discursiva de la semejanza y de la complementariedad ha servido para estrechar los vínculos de China con las economías en desarrollo. De esta manera, por ejemplo, Ronald McKinnon (2010) señala que, para la mayoría de los países en desarrollo, los proyectos de inversión y cooperación son diseñados bajo una lógica de mutuo beneficio. Normalmente, las inversiones directas de China, que son complementadas por créditos, se enfocan en infraestructura caminera, así como en fortalecer los sectores productivos de interés para sus importaciones (explotación recursos naturales). Esto responde a una lógica bastante clara: “debido a la enorme y creciente producción industrial de China en el país, su necesidad de importar grandes cantidades de materias primas industriales, productos alimenticios y otros productos básicos es obvia” (McKinnon, 2010: 496).
Esto explica que la cooperación y las inversiones directas de China en África y Latinoamérica haya consistido, principalmente, en obras de infraestructura y cooperación en temas de seguridad y defensa. “Al menos 35 países africanos están colaborando con China en acuerdos de financiamiento de infraestructura, y los principales destinatarios son Nigeria, Angola, Etiopía y Sudán” (McKinnon, 2010: 500). El caso de Bolivia, por nombrar un ejemplo concreto de Latinoamérica, confirma esta tendencia. Entre 2011 y 2017, los principales créditos otorgados por el EXIM BANK de China estuvieron destinados a infraestructura caminera, equipamiento para la empresa estatal de hidrocarburos YPFB, y a equipamiento en defensa y seguridad[9]. Además, el gobierno boliviano, mediante el Decreto Supremo 2574 del 3 de noviembre de 2015, estableció que todos los créditos chinos para las principales empresas de obras públicas del país, debían contratar para la ejecución de los proyectos, a empresas chinas. Este tipo de negociaciones favorables para los inversionistas chinos son comunes, en las regiones señaladas y, usualmente, favorecen a empresas estatales o «privadas» pero tuteladas por el Estado chino [10].
Otro ejemplo paradigmático de cómo las inversiones chinas develan el carácter pragmático de su expansión en el mundo, tiene que ver con la compra masiva de tierras para agricultura, en distintos lugares del mundo. De hecho, China no es la única potencia en haber incursionado en esta dinámica, también corredores de Wall Street, potencias como Estados Unidos y Jeques del Golfo, entre otros (Plumer, 2015). Esta compra de tierras, también denominada acaparamiento de tierras (land grabbing) inicia en 2007, según Plumer, luego de la subida de los precios de los cereales, que hizo que en todo el mundo surgiera la preocupación por la escasez de estos bienes. En este marco, China, al igual que otros países, vio la necesidad de asegurar su acceso a alimentos y a agua potable, a partir de comprar tierras en el extranjero. Siguiendo a la PNAS[11], esta dinámica global reciente ha resultado bastante problemática, considerando que muchas de las adquisiciones de tierra se hicieron sin consultas a las poblaciones locales, dando lugar a reparticiones desiguales en favor de las potencias y organismos compradores. En el mismo portal se señala que las principales regiones donde ha tenido lugar esta extranjerización de tierras han sido África, Asia y Latinoamérica. “El área de captura es a menudo una fracción no despreciable del área del país (hasta 19.6% en Uruguay, 17.2% en Filipinas, o 6.9% en Sierra Leona)” (Rulli, Saviori y D’Odorico, 2013).
La contribución de China en el acaparamiento y extranjerización de tierras a escala global no es despreciable. En 2013 China acaparó 3,411,600 hectáreas de tierra cultivable, siendo el segundo país después de Estados Unidos (3,700,200 hectáreas), y por encima de los Emiratos Árabes Unidos e Israel. (Rulli, et al., 2013: 895). La premura de China por acceder a tierras en el extranjero tiene que ver con el crecimiento de su población urbana, así como con el agotamiento de sus tierras, producto del excesivo uso de fertilizantes y otros insumos para intensificar y extensificar su producción. Esta medida se complementa con los altísimos volúmenes de importaciones de productos agrícolas, como la soya que mencionamos antes. A partir del acaparamiento de tierras en el extranjero, China, al igual que otras potencias, promueve una reasignación global desigual de los recursos, que se ve reforzada por un desplazamiento del uso de la tierra, en favor de las grandes potencias, y en detrimento de las poblaciones rurales de los países donde la tierra es extranjerizada.
Todas las dinámicas expuestas a lo largo de este trabajo permiten comprender mejor en qué términos se aproxima China al mundo, en el presente. Desde las Reformas de Deng, en respuesta a la reconfiguración del orden geopolítico del mundo, la apertura de China consistió en fortalecer su desarrollo económico interno, para posteriormente constituirse en un nuevo polo, a pesar de que hasta el presente eviten asumir sus objetivos geopolíticos así como el carácter realista de su diplomacia. Algunos aspectos se pueden resaltar, a modo de sintetizar nuestra reflexión sobre el pragmatismo que caracteriza la diplomacia china contemporánea.
Primero, el desarrollo controlado de su base productiva, que consistió sobre todo en el incremento de la explotación de su mano de obra, le permitió poder competir con las potencias occidentales, así como anular la competencia de las regiones y países en desarrollo.
Segundo, en el mismo sentido, China comprendió que, para posicionarse como potencia económica y comercial, debe promover la especialización de las economías en desarrollo, como África y Latinoamérica, como productoras de bienes primarios, consolidando los escenarios de dependencia en que ya se hallaban estas regiones.
Tercero, para la continuación de su expansión comercial, así como de su crecimiento económico, China asumió una estrategia de inversiones extranjeras directas similar a la de las potencias occidentales: infraestructura para asegurar su acceso a recursos naturales y rutas comerciales; seguridad y defensa; adquisición de fuentes directas de recursos primarios en el extranjero; y contrataciones en megaproyectos que favorecen a empresas estatales.
Cuarto, todas estas dinámicas, en el fondo bastante pragmáticas, son acompañadas por una diplomacia que promueve principios idealistas de desarrollo complementario, armonía, horizontalidad, además de la referencia al pasado imperial de la China. Estos señuelos ideológicos son fundamentales para comprender el pragmatismo de los objetivos geopolíticos de China.
Estas constataciones, no obstante, deben ser leídas como dinámicas propias del sistema mundo, y que ya fueron aplicadas múltiples veces, por las potencias que, a lo largo de la historia mundial compitieron por una posición hegemónica. Por lo tanto, no es “el otro” chino que amenaza al equilibrio mundial, sino la naturaleza del sistema mundo capitalista que plantea estas dinámicas como la única alternativa, para lograr competir en un mundo cimentado en la desigualdad. En este sentido, los países con poblaciones y economías pequeñas y especializadas son los principales afectados, pues se encuentran en una situación tramposa, que los constriñe a permanecer en el lugar que ocupan. Mientras que son las periferias más grandes, como fue el caso de China o India, las que logran desplazarse en el escalafón global, a partir de políticas pragmáticas y cargadas de contradicciones.
Referencias
Arrighi, Giovanni (2007) Adam Smith en Pekín. Orígenes y fundamentos del siglo XXI, Barcelona: Editorial Akal.
Arugay, Aries (2017) “Regional Perspectives on China’s Belt and Road Initiative: Challenges and Opportunities for the Asia-Pacific” Introducción, En: Asian Politics & Policy, Volume 9, Number 4, pp. 646–686.
Bautista, Lowell y Aries Arugay (2017) “Philippines v. China The South China Sea Arbitral Award: Implications for Policy and Practice”, En: Asian Politics & Policy, Volume 9, Number 1, pp. 122–152.
Cai, Peter (2017) “Understanding china’s belt and road initiative” En: https://www.lowyinstitute.org/publications/understanding-belt-and-road-initiative, visitada en fecha 28/02/2018.
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Jameson, Fredric y Slavoj Zizek (1998) Estudios Culturales: Reflexiones sobre el multiculturalismo, Buenos Aires: Editorial Paidós.
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MacKinnon, Ronald (2010) “China in Africa: The Washington Consensus versus the Beijing Consensus” En: International Finance Volume 13, Issue 3, pp. 495–506.
Paus Eva (2009) “The Rise of China; Implications for Latin American Development” En: Development Policy Review, Volume 27 Issue 4, pp. 419-456.
Plumer, Brad (2015) “Why Wall Street investors and Chinese firms are buying farmland all over the world” En: https://www.vox.com/2014/11/20/7254883/farmland-trade-land-grab, visitada en fecha 28/02/2018.
Rulli, María Cristina, Antonio Saviori, and Paolo D’Odorico, “Global land and water grabbing” En: PNAS, January 15, 2013, vol. 110, no. 3, pp. 892-897.
Shixue, Jiang, “The Chinese Foreign Policy Perspective” En: En: Riordan Roett, Guadalupe Paz (2008) China’s Expansion into the Western Hemisphere, Washington: Brookings Institution Press.
The State Council Of The People’s Republic Of China
(2010) White Paper: China’s Foreign Trade, disponible en: http://english.gov.cn/archive/whitepaper/, visitada en fecha: 21/02/2018.
(2010) White Paper: China’s Peaceful Development, disponible en: http://english.gov.cn/archive/whitepaper/, visitada en fecha: 21/02/2018.
Notas:
[1] En: https://data.worldbank.org/indicator/NY.GDP.MKTP.CD?end=2016&locations=CN&start=1990, visitada en fecha 27/02/2018.
[2] Sobre esta noción de armonía social valdría la pena una reflexión más profunda, sobre todo considerando que la idea de que cada sujeto y grupo, ocupe de manera armoniosa, el lugar que le corresponde en la sociedad, tan próxima al modelo de sociedad del fascismo corporativo europeo de la primera mitad del siglo XX, ha servido para justificar la superexplotación de la mano de obra, que a su vez permitió el desarrollo exponencial de la base productiva china.
[3] En: http://english.eximbank.gov.cn/tm/en-TCN/index_652.html, Visitada en fecha 22/02/2018.
[4] Estas alusiones al pasado imperial, al carácter multiétnico de la civilización china, así como a principios de la filosofía oriental, no son una casualidad ni mucho menos una particularidad de la experiencia china, sino que forman parte de lo que Fredric Jameson y Slavoj Zizek (1998) denominan la ideología del neoliberalismo, o el multiculturalismo. Este mismo ejercicio es observable a lo largo y ancho del globo, no sólo en los discursos gubernamentales, sino también en la cultura popular. El carácter ideológico de estas referencias puede constatarse en su inconsistencia, ya que fueron los burócratas confucionistas quienes se opusieron a la expansión de China, que se proyectaba a través de los viajes de Zheng He, en el siglo XV (Finlay, 2008). La ética confucionista, siguiendo a Finlay, era profundamente anti-mercantilista y pro-aislacionista.
[5] Los datos de este sitio, gestionado por Chatham House – The Royal Institute for International Affairs, son elaborados en base a la información oficial, sobre el comercio exterior, entregada por cada Estado a la ONU.
[6] En: https://resourcetrade.earth/data?year=2016&importer=156&category=87&units=value, visitada en fecha 27/02/2018.
[7] En efecto, a diferencia de China, que optó por un desarrollo gradual y controlado de su base productiva, durante los años 80, Latinoamérica se ciñó a las políticas “terapias de choque” promovidas por el Consenso de Washington que, para la mayoría de los países latinoamericanos, supuso un retorno a la especialización en la explotación y exportaciones de productos primarios. En este sentido, Joseph Stiglitz señaló en una ocasión que “nunca confundió los fines [el bienestar de la población] con los medios [la privatización y la liberalización del comercio]” (Stiglitz citado por Arrighi, 2007: 23).
[8] Ahora bien, es necesario considerar que los montos señalados en este informe corresponden con los montos contratados, sin considerar los pagos de servicios. Por lo tanto, el informe de AidData permite conocer únicamente los volúmenes de las finanzas de China con el mundo.
[9] Debido al carácter tan estratégico de esta región, China emprendió la construcción de bases militares en islas artificiales, a lo largo del mar del sur y este de China. De hecho, según el portal Vox, China reclama en la actualidad el control total del mar del sur, en detrimento de los demás países de la región, incluso haciendo alusión al control imperial que ejercía sobre estas aguas, en el siglo XV. Para el reclamo sobre el control de las aguas de esta región trazó una línea de control sobre estos mares, que luego fue contradicha por la Convención de la Ley de los Mares de 1975 (Bautista y Arugay, 2017). En este mar, además, se halla un archipiélago conocido como las islas espatuladas, cuya posesión, disputada por los países de la región, implicaría un control objetivo sobre este mar. Por ello es que, a modo de sentar presencia en esta región, China emprendió la construcción accelerada de estas islas artificiales.
[10] En este mismo portal ver: https://fundacionsolon.org/2018/02/27/6-datos-sobre-la-deuda-externa-de-bolivia-con-china/
[11] Cabe señalar, no obstante, que esta no es una dinámica reciente, ni mucho implementada por China. La historia de la economía global capitalista ha consistido, siempre, en negociaciones desbalanceadas entre países pequeños y grandes potencias.
[12] Proceedings of the National Academy of Sciences, de Estados Unidos. Ver portal web: http://www.pnas.org/content/110/3/892, vistada en fecha, 02/03/2018.
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