A lo largo del siglo XX, las relaciones entre China y Latinoamérica pasaron por distintas fases, determinadas a su vez por el orden geopolítico de la época, notablemente por la Guerra FÍndice: Nuevas Relaciones de Dependenciaría (Mora, 1999; Ratliff, 2008; Shinxue, 2008). Sin embargo, al comenzar el nuevo milenio, con el colapso del bloque soviético y el posicionamiento de Estados Unidos como la principal superpotencia, China comprendió que su diplomacia debía acomodarse a las necesidades de este nuevo contexto.
Siguiendo a Frank Mora (1999), la modernización de la política exterior china comienza mucho antes, durante la década de los 70. Sus objetivos iniciales eran hacer frente al aislamiento que fue promovido por Estados Unidos, por un lado, dejar atrás las políticas de auto-aislamiento a que condujo la propia “revolución cultural”, y hacer frente al creciente reconocimiento de Taiwán en las demás regiones del mundo, promovido principalmente por Estados Unidos.
Por otra parte, el hecho de haber estado al margen de las dinámicas globales durante mucho tiempo dejó a China desprovista de fuentes de capital, de tecnología y mercados (Mora, 1999: 95). En este sentido, la estrategia de China, de modernizar su política exterior consistió, progresivamente, en ganar reconocimiento diplomático a partir del establecimiento de relaciones comerciales. En este marco, desde mediados de los años 70, la política exterior de China pasó a fundarse en aproximaciones “libres de valoraciones” -en este caso ideológicas- con los países de regiones como Latinoamérica (Ratliff, 2009). Tal fue el caso de Chile, por ejemplo, con quienes establecieron relaciones diplomáticas incluso a pesar del Golpe de Estado de Pinochet al gobierno de Allende. Este tipo de pragmatismo ha caracterizado las relaciones China-Latinoamérica desde entonces (Ratliff, 2009: 6).
Esto no quiere decir que la aproximación de China con la región se basara en un discurso puramente pragmático. De hecho, como señalan varios análisis sobre la relación Sino-Latinoamérica (Lanxin, 2008; Mora, 1999; Ratliff, 2009; Shinxue, 2008), la aproximación de China tuvo que ver en gran medida con invocar la unidad del tercer mundo, así como la noción de la cooperación sur-sur y el principio confucionista de la armonía social. De hecho, algunas lecturas más recientes sobre la aproximación de China se refieren a la cooperación sur-sur como la principal característica.
Varios autores coinciden en la dificultad de identificar objetivos geopolíticos específicos, además de la voluntad de fortalecer relaciones comerciales, con la finalidad de consolidar su base productiva y el bienestar de su población (Arrighi, 2007; Hearn, 2013; Lanxin, 2008; Shinxue, 2008). Esto sumado al hecho que China compartiría una historia de despojo y explotación colonial, y que durante la Guerra Fría fue un actor clave entre los Estados “no-alineados”, dio lugar a una concepción errada sobre que el acercamiento de China a Latinoamérica tendría lugar en estos términos, y no en su calidad una potencia económica.
Quizás estas lecturas resultaban válidas para la segunda mitad del siglo XX, pero como vimos en el capítulo precedente, la geopolítica global en el siglo XXI ha sufrido cambios importantes. Y, en este contexto China ha sabido situarse como nueva superpotencia, cuyo objetivo es convertirse en el epicentro comercial y económico del mundo.
El desafío se halla, por lo tanto, en desentrañar la geopolítica china en Latinoamérica, evitando el idealismo propio de las otras lecturas mencionadas.
Para ello, un primer elemento importante es contrastar la historia económica de China y de Latinoamérica, en los años anteriores a su expansión comercial en la región. Otro elemento sobre el que es necesario reflexionar, para desmitificar las relaciones Sino-Latinoamérica, es la naturaleza de los intercambios comerciales y los flujos de capital entre ambos, y sus posibles consecuencias para la región.
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A lo largo del siglo XX, las relaciones entre China y Latinoamérica pasaron por distintas fases, determinadas a su vez por el orden geopolítico de la época, notablemente por la Guerra FÍndice: Nuevas Relaciones de Dependenciaría (Mora, 1999; Ratliff, 2008; Shinxue, 2008). Sin embargo, al comenzar el nuevo milenio, con el colapso del bloque soviético y el posicionamiento de Estados Unidos como la principal superpotencia, China comprendió que su diplomacia debía acomodarse a las necesidades de este nuevo contexto.
Siguiendo a Frank Mora (1999), la modernización de la política exterior china comienza mucho antes, durante la década de los 70. Sus objetivos iniciales eran hacer frente al aislamiento que fue promovido por Estados Unidos, por un lado, dejar atrás las políticas de auto-aislamiento a que condujo la propia “revolución cultural”, y hacer frente al creciente reconocimiento de Taiwán en las demás regiones del mundo, promovido principalmente por Estados Unidos.
Por otra parte, el hecho de haber estado al margen de las dinámicas globales durante mucho tiempo dejó a China desprovista de fuentes de capital, de tecnología y mercados (Mora, 1999: 95). En este sentido, la estrategia de China, de modernizar su política exterior consistió, progresivamente, en ganar reconocimiento diplomático a partir del establecimiento de relaciones comerciales. En este marco, desde mediados de los años 70, la política exterior de China pasó a fundarse en aproximaciones “libres de valoraciones” -en este caso ideológicas- con los países de regiones como Latinoamérica (Ratliff, 2009). Tal fue el caso de Chile, por ejemplo, con quienes establecieron relaciones diplomáticas incluso a pesar del Golpe de Estado de Pinochet al gobierno de Allende. Este tipo de pragmatismo ha caracterizado las relaciones China-Latinoamérica desde entonces (Ratliff, 2009: 6).
Esto no quiere decir que la aproximación de China con la región se basara en un discurso puramente pragmático. De hecho, como señalan varios análisis sobre la relación Sino-Latinoamérica (Lanxin, 2008; Mora, 1999; Ratliff, 2009; Shinxue, 2008), la aproximación de China tuvo que ver en gran medida con invocar la unidad del tercer mundo, así como la noción de la cooperación sur-sur y el principio confucionista de la armonía social. De hecho, algunas lecturas más recientes sobre la aproximación de China se refieren a la cooperación sur-sur como la principal característica.
Varios autores coinciden en la dificultad de identificar objetivos geopolíticos específicos, además de la voluntad de fortalecer relaciones comerciales, con la finalidad de consolidar su base productiva y el bienestar de su población (Arrighi, 2007; Hearn, 2013; Lanxin, 2008; Shinxue, 2008). Esto sumado al hecho que China compartiría una historia de despojo y explotación colonial, y que durante la Guerra Fría fue un actor clave entre los Estados “no-alineados”, dio lugar a una concepción errada sobre que el acercamiento de China a Latinoamérica tendría lugar en estos términos, y no en su calidad una potencia económica.
Quizás estas lecturas resultaban válidas para la segunda mitad del siglo XX, pero como vimos en el capítulo precedente, la geopolítica global en el siglo XXI ha sufrido cambios importantes. Y, en este contexto China ha sabido situarse como nueva superpotencia, cuyo objetivo es convertirse en el epicentro comercial y económico del mundo.
El desafío se halla, por lo tanto, en desentrañar la geopolítica china en Latinoamérica, evitando el idealismo propio de las otras lecturas mencionadas.
Para ello, un primer elemento importante es contrastar la historia económica de China y de Latinoamérica, en los años anteriores a su expansión comercial en la región. Otro elemento sobre el que es necesario reflexionar, para desmitificar las relaciones Sino-Latinoamérica, es la naturaleza de los intercambios comerciales y los flujos de capital entre ambos, y sus posibles consecuencias para la región.
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