A partir de lo apuntado, podemos retomar las preguntas con las que iniciamos esta publicación, centrado en comprender la relación de Bolivia con China. En primera instancia ¿Qué ha significado la expansión económica y comercial de China en la región, para Bolivia? El primer señalamiento, para responder a esta cuestión, es que Bolivia ingresa en la relación con el país asiático de la misma manera que la mayoría de los países latinoamericanos: habiendo adoptado las políticas de ajuste estructural neoliberales, que conllevaron a profundizar su especialización como productora de bienes primarios.
A esto se debe sumar la coyuntura política en la que se encuentra Bolivia. El ingreso del MAS al poder en 2005 consistió, entre otras cosas, en la utilización de una retórica antiimperialista que, no obstante, rápidamente se convirtió en un recurso discursivo vacío de contenido, enfocado únicamente en señalar cualquier contradicción interna como el resultado de la injerencia imperialista norteamericana. En este sentido, el estrechamiento de relaciones con potencias como China y Rusia, identificadas por el gobierno como aliados contra el imperialismo norteamericano, ha sido un aspecto celebrado por los funcionarios del gobierno, señalando la construcción de una nueva geopolítica horizontal.
Esta lectura simplificada de la realidad coincide y complementa la retórica que emplea China para explicar y legitimar los términos de su expansión global. Sin embargo, como demostramos a lo largo de la presente publicación, y sobre todo en el tercer capítulo, lo que para Bolivia se presenta como un escenario idealizado de complementariedad e igualdad, en el marco de una lectura por momentos ingenua[1], para China es una empresa de expansión pragmática y centrada en sus intereses de desarrollo y crecimiento.
En este marco, en términos comerciales, para Bolivia el intercambio con China ha significado el ingreso en una nueva relación desigual y de dependencia. No sólo China importa principalmente bienes primarios (minerales, sobre todo), sino que exporta significativamente más, y sus exportaciones consisten en bienes de producción y de consumo con valor agregado. De hecho, desde 2007 hasta el presente la balanza comercial de Bolivia con China ha sido negativa, pero además la desproporción entre importaciones y exportaciones se ha incrementado de manera sostenida. Empero, para China, Bolivia no es un socio comercial de mayor importancia, si es que se compara su intercambio con otros países de la región.
En lo que respecta al financiamiento externo, la lógica de endeudamiento de Bolivia también sigue el mismo patrón que el de otros países de la región. Y, es una lógica que beneficia principalmente a China. China otorga créditos aparentemente no condicionados, pero cuyo pago es garantizado ya sea a partir de contratos de exportación, la compra de equipos producidos en China, o a partir de asegurarse que sean empresas chinas las que ejecuten las obras financiadas. En el caso boliviano, las dos últimas formas son las que predominan. Y, considerando que las empresas que participan en estas ejecuciones son estatales, se puede concluir que es un modelo de financiamiento diseñado para favorecer a China.[2]
Finalmente, el tercer aspecto sobre la presencia de las empresas chinas en Bolivia permite terminar de comprender los términos de la relación desigual entre ambos países. El hecho que sean empresas estatales que ejecutan proyectos, realizando mínimas inversiones, da cuenta de que su interés no es el de localizar sus actividades en el país, sino simplemente ejecutar contratos. Por otra parte, el rol de estas empresas, en lo que respecta la ejecución de obras financiadas por China es asegurar la recuperación de los capitales invertidos, más los montos adicionales. De esta manera China se asegura, tanto el pago de los servicios de la deuda, que comprende también los intereses, y el pago por la ejecución de las obras que financia.
Pero, como demostramos en el capítulo tercero, China no sólo obtiene ganancias de las obras que financia y por las que condiciona al Estado boliviano a contratar a sus empresas, sino que también gana de la ejecución de otras obras que le son adjudicadas, y cuyo financiamiento proviene del Estado boliviano y de otras entidades financieras internacionales. De hecho, como demostramos a partir de una muestra de 25 contratos de obras de infraestructura, sobre todo caminera, las empresas chinas ganan más de las obras financiadas por el Estado y otras entidades, que por el financiamiento de su propio país.
A esto se deben sumar los problemas relacionados con la vulneración de derechos laborales por parte de funcionarios de las empresas chinas, así como los problemas de impactos sobre el medio ambiente. Ambas son problemáticas recurrentes en las obras que ejecutan las empresas del país asiático. La cuestión que no termina de resolverse es, por lo tanto, ¿Por qué el Estado boliviano continúa adjudicando obras a empresas, como Sinohydro, sobre las que pesan varias denuncias y cuyas ejecuciones han probado ser problemáticas? La respuesta a esta cuestión, por supuesto, va más allá de las evidencias que presentamos en la presente publicación.
La siguiente pregunta que planteamos es ¿Puede llegar a plantearse un escenario de hegemonía que también abarque el campo político, entre China y Latinoamérica y, específicamente, entre China y Bolivia? Para responder a esta pregunta, es necesario señalar que, por un lado, “hegemonía” no se refiere únicamente a dominación, en los términos en que se entiende en el sentido común. Hegemonía se refiere a dominación, pero también y sobre todo a la construcción de consensos. En la arena internacional es más difícil concebir la construcción de hegemonía como separada de la dominación en su sentido rudimentario, a saber, violencia, imposición, etc.
Para comprender la construcción de la hegemonía aplicada al campo de las relaciones internacionales, la referencia a la política exterior de Estados Unidos es el ejemplo paradigmático, desde mediados del siglo XIX, hasta los primeros años del siglo XXI. Sobre todo, en el caso de Latinoamérica donde la construcción de hegemonía consistió, desde la injerencia directa en la política interna de los países, pasando por la promoción de la integración continental, por ejemplo, a partir de la creación de la OEA, hasta lograr establecer los lineamientos económicos generales, acuerdos comerciales bilaterales, entre varias otras aristas. Pero este fue un proceso hegemónico que se fue dinamizando y reconfigurando a lo largo de más de un siglo.
En el caso de China, todavía es muy pronto para concluir si es que tiene objetivos geopolíticos de construir hegemonía en el sentido señalado. Su creciente presencia militar en el mar del Sur de China y la iniciativa del Cinturón Económico y Ruta de la Seda, dan cuenta de objetivos geopolítico más claros, pero que están centrados en la soberanía territorial de China y en organizar el comercio global en función de sus intereses.
Entonces, lo que es observable en el momento actual es que la geopolítica de China planea organizar los flujos comerciales globales, de tal forma que operen como fuerza centrípeta, favoreciendo su desarrollo interno, y posicionándola como centro hacia el que confluyan los mismos. En contraposición, la geopolítica norteamericana, por ejemplo, siguió una lógica de movimiento centrifugo, desde la Segunda Guerra Mundial, es decir pretendía irradiar su influencia, no sólo económica, sino también política y militar, hacia el resto del mundo.
Ahora bien, el rumbo de la geopolítica china puede cambiar en el tiempo, considerando que todavía es una potencia en consolidación y que, en retrospectiva, recién han pasado tres décadas desde que inició su transición hacia una economía de mercado. Ello explica, por ejemplo, que uno de sus objetivos geopolíticos más importantes en el presente sea definir claramente el territorio soberano de China, es decir su control sobre el mar del Sur de China y la recuperación de Taiwán. Pero, nuevamente, todavía es muy pronto para prever cuáles serán los cambios en el enfoque de su geopolítica.
En este sentido, su acercamiento a otras regiones, como Latinoamérica, ha estado más enfocado en estrechar vínculos comerciales, sobre todo para suministrarse de bienes primarios, así como para ampliar sus mercados de exportación de bienes manufacturados y, por último, para ampliar el ámbito geográfico de acción de sus empresas estatales. En cualquiera de los escenarios señalados, el objetivo central es favorecer el crecimiento económico de China.
Por lo tanto, si bien cuando los funcionarios del Estado boliviano señalan que la relación China no es comparable con la relación con Estados Unidos, tienen razón, ello no indica de ninguna manera que se trate de una relación cualitativamente mejor. El hecho que la geopolítica de ambos países sea distinta en sus objetivos, no quiere decir que la relación con uno sea más ventajosa que con el otro. En cualquiera de los dos casos Bolivia ha salido perdiendo, como lo hemos demostrado a partir de nuestro análisis de la relación Sino-Bolivia.
El factor determinante en ambos casos es el carácter estructuralmente desigual del orden capitalista global. China es hoy una superpotencia económica, lo cual implica que su relación con un país con una pequeña economía, como Bolivia, no puede tener lugar en términos de horizontalidad, por más que los funcionarios de ambos países se empeñen en la utilización de una retórica que apunte a tal dirección. En los hechos, como lo demuestran los datos que expusimos y analizamos, Bolivia ingresa en una nueva relación de dependencia que, entre otras cosas, posterga nuevamente la posibilidad de desarrollar su base productiva, para lograr salir del modelo predominante primario exportador.
Pero esta situación de ninguna manera es “culpa” de China. Una conclusión de este tipo sería tan simplista como la afirmación de que existe una alianza estratégica geopolítica con este país. Como señalamos reiteradamente en nuestro análisis, las condiciones para la relación desigual con China en el presente, fueron fijadas con anterioridad, sobre todo a partir de la adopción de las “terapias de choque” neoliberales. Y, esta profundización de la especialización de Bolivia como país exportador de bienes primarios no sólo fue continuada, sino que fue consolidada durante el último decenio. De hecho, como lo demostramos también en el tercer capítulo, el mercado de los principales bienes primarios exportados por Bolivia no es China, sino países como Argentina y Brasil. La dependencia de Bolivia no es causada por su relación con el país asiático. La dependencia no se refiere a la relación con algún país en particular, sino que es una característica estructural de su economía.
[1] Ver: https://latinvestment.org/2018/06/27/huanacuni-y-los-aires-de-grandeza-de-un-pequeno-pais/
[2] Esto sin considerar los problemas que ha habido, por ejemplo, en la compra de equipos, la ejecución de las obras, además de casos de corrupción, que no sólo involucraron a funcionarios bolivianos, sino también a funcionarios de las empresas chinas.
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