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4.1. China: un liderazgo en continua construcción

A lo largo de la presente publicación nuestro objetivo ha sido comprender los distintos factores que determinan la relación desigual que tiene lugar, en el presente, entre China y Bolivia. Para ello, en primera instancia, nos centramos en comprender el desarrollo económico de la potencia asiática, y su progresiva expansión global. Este primer análisis nos permite comprender el crecimiento de China como una respuesta pragmática frente a los cambios que trajo consigo la conclusión del siglo XX. Es decir, a partir del final de la Guerra Fría y el inicio de una nueva fase en la globalización de la economía, China comprendió que debía acomodar su desarrollo a las exigencias del nuevo orden mundial, para poder competir como potencia en un mundo multipolar.

En este sentido, las reformas económicas que han tenido lugar desde los años 80, que iniciaron en el gobierno de Deng Xiaoping, son un ejemplo paradigmático de lo que se puede alcanzar en términos de crecimiento y desarrollo, en tan sólo dos décadas, a partir de políticas económicas rígidas. Ahora bien, a diferencia de lo que plantean algunas lecturas, el caso de China no podría considerarse simplemente un ejemplo a seguir, por ejemplo, para Latinoamérica. El crecimiento exponencial de la economía China, desde finales del siglo XX, se fundó en el desarrollo de una economía capitalista voraz.

En efecto, no se puede comprender el desarrollo económico de China sin las dinámicas que expusimos en el capítulo primero. A saber, procesos importantes de despojo, proletarización que permitieron el establecimiento de un nuevo régimen de súper-explotación de la mano de obra. Este aspecto, además, fue ampliamente aprovechado por la inmensa mayoría de las grandes corporaciones internacionales que no hesitaron en relocalizar sus operaciones al país asiático, confirmando la vieja premisa marxiana de que no es posible la acumulación de riqueza sin la explotación del trabajo humano. Y, este es un fenómeno que continúa vigente.

El segundo aspecto que señalamos como fundamento para el desarrollo del capitalismo en China, fue una economía de alto impacto sobre el medio ambiente. China, en el presente, al igual que otras potencias asiáticas como India, es un caso paradigmático de los impactos sobre el medio ambiente y la salud de las personas, ocasionados por una economía prácticamente desregulada, para lograr los objetivos de crecimiento. En la actualidad, existen ciudades como Pekín o Shijiazhuang, donde los niveles de contaminación son tan altos que mueren en promedio un millón de personas al año.

Por lo tanto, no se trata de distopías que vayan a tener lugar en un futuro lejano, sino de situaciones catastróficas que tienen lugar en el presente y cuya solución es difícil de prever. En este sentido, un modelo del tipo que se desarrolló en China no puede considerarse simplemente como un modelo a seguir, por ejemplo, para los países de Latinoamérica.  El precio que tiene que pagar China por desarrollo sin precedentes de su base productiva es tan alto que no es una experiencia que pueda considerarse replicable.

El problema se halla en que, en lo que respecta a la geopolítica, este desarrollo exponencial le permitió a China posicionarse como una superpotencia en la arena internacional. En ese sentido, a diferencia de los gobiernos de Xiaoping hasta Hu Jintao, en los que China siempre promovió la idea de un desarrollo sin vocación hegemonista, en la actualidad Xi Jinping lleva a cabo una política exterior con objetivos expansionistas mucho más claros. Esto lo demostramos a partir de exponer la iniciativa del Cinturón Económico y Ruta de la Seda del siglo XXI, el proyecto de integración mercantil a partir de infraestructura, más ambicioso de la historia económica reciente.

La exposición de todos estos aspectos de la expansión de China hasta el presente sirve para comprender la relación desigual que tiene lugar entre la superpotencia asiática y regiones cuyas economías todavía se hallan en proceso de consolidarse. Tal es el caso de Latinoamérica, que además optó por políticas económicas distintas, en el mismo periodo en que China inició sus reformas económicas. Es decir, al tiempo que China emprendía el desarrollo de su base productiva, siguiendo el programa histórico del capitalismo industrial, Latinoamérica se ceñía a las terapias de choque neoliberales, que conllevaron a profundizar su especialización como países exportadores de bienes primarios.

Por lo tanto y nuevamente, no se trata de afirmar que China es una superpotencia con intenciones tenebrosas de controlar el mundo. Sino que ha comprendido que debe aprovechar del nuevo orden geopolítico que, por lo menos, en los últimos diez años le ha resultado más favorable. Y, son estas condiciones actuales las que le permitieron cambiar su discurso hacia afuera, de una retórica anti-hegemonista, a objetivos geopolíticos más claros.

Ahora bien, conviene señalar también que la dinámica geopolítica asiática todavía no se asemeja a la estadounidense, por ejemplo. Por un lado, porque el liderazgo y preeminencia geopolítica de Estados Unidos es algo que se fue construyendo desde mediados del siglo XIX, primero en el continente americano, a partir de la doctrina Monroe, y luego en el resto del mundo. Pero, por otra parte, no cabe duda que en el presente China se ha decidido a contender su presencia geopolítica, principalmente en la región del sudeste asiático. Esto se ha hecho evidente con sus cada vez más frecuentes ejercicios militares en las cercanías de Taiwán y su reclamo de soberanía sobre el Mar del Sur de China.

Pero quizás el ejemplo paradigmático de este cambio en la geopolítica de China es, una vez más, la iniciativa del Cinturón Económico y Ruta de la Seda. Una iniciativa que comprende el tendido de redes ferroviarias y la construcción de carreteras, además de infraestructura portuaria y bases militares, a lo largo y ancho del continente asiático, parte del continente africano y gran parte de Europa, hasta llegar a los centros occidentales. Es una estrategia continental y marítima de expansión comercial y política. Y, como demostramos en el capítulo segundo, también incluye a los mercados latinoamericanos.

Entonces, retornando al caso latinoamericano, la gran mayoría de las economías de la región se hallan frente a una encrucijada, especialmente los países que desarrollaron en un determinado grado su base productiva, considerando que su producción no tiene la misma competitividad que los bienes chinos, debido a lo que Paus (2009) señala como la “trampa de los ingresos intermedios”: el ingreso del trabajador promedio no es ni lo suficientemente alto como para asegurarle condiciones de bienestar, ni lo suficientemente bajo como para permitir una acumulación de riqueza en la magnitud de China. Por ello es que no se puede simplemente afirmar que la experiencia china podría servir de ejemplo para Latinoamérica, porque ello supondría un retroceso, tanto en lo que respecta la legislación laboral y medio ambiental, en toda la región.

En lo que respecta a los países que exportan principalmente bienes primarios, como es el caso de Ecuador, Venezuela y Bolivia, vimos que la relación con China no hizo más que profundizar el modelo primario exportador. Siguiendo la retórica de un mundo armonioso y de intercambios complementarios, China ha fomentado la especialización de estas economías. Y la aceptación por estos países de este nuevo escenario económico también ha sido favorable para la potencia asiática. Este fomento de la especialización en la producción de bienes primarios no sólo ha consistido en el uso de esta retórica, sino también en acciones concretas como la negociación de créditos de exportación que explicamos en el segundo capítulo.

Con todo, queda claro que China compite en el presente por el liderazgo económico y comercial global, pero también por una preeminencia geopolítica. En primera instancia, optó por una economía capitalista voraz; por otra parte, ha emprendido el proyecto de expansión comercial más ambiciosos; además emplea hábilmente un discurso de armonía y complementariedad global, que le permite construir consenso en la arena internacional; y lleva a cabo acciones paulatinas para evitar que sus vecinos ingresen en un estado de alerta.

A esto se debe sumar las transformaciones recientes que han tenido lugar en la geopolítica global. En el presente, tiene lugar un claro repliegue de Estados Unidos como potencia dominante en el contexto económico y político, americano y global.  Mientras que algunas de las grandes potencias occidentales, como Estados Unidos y el Reino Unido, han optado por políticas más proteccionistas, quizás con la intención de replantear las reglas del intercambio a su favor; China se ha convertido en la principal portavoz del libre comercio a escala global, en los términos planteados por el neoliberalismo a inicios del siglo XXI.[1]

El nuevo escenario global se ha planteado bastante favorable a la expansión China, que no ha consistido en una geopolítica agresiva e intervencionista, sino basada en la aparente búsqueda de acuerdos y la construcción de consensos. La estrategia de China, con cara al siglo XXI es bastante pragmática y tiene que ver principalmente con favorecer sus intereses y sus objetivos de desarrollo interno.


[1] Esto, por ejemplo, se ha hecho evidente en la recientemente iniciada guerra comercial con Estados Unidos. En lugar de llevar a cabo respuestas con la misma intensidad, a los aranceles impuestos por Estados Unidos, China se ha mostrado más tranquila y cautelosa. En contrapartida, su estrategia ha consistido en acercarse a más países, como es el caso de los países de Europa del este y los países árabes, y en procurar mejores relaciones con las corporaciones transnacionales.

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