El costo de inversión de estas hidroeléctricas ha ido variando en el tiempo y siempre con una tendencia ascendente.
Cachuela Esperanza tendría un costo de 2.465 millones de dólares, de los cuáles 2.218 millones de dólares corresponderían a la central hidroeléctrica y 247 a las líneas de transmisión y subestaciones (Tecsult, 2009 [1]).La represa Rositas, según su ficha ambiental de 10 de agosto de 2016, decía que la construcción del proyecto de 600 MW de potencia instalada sería de 850 millones de dólares. Un año después, el Resumen Ejecutivo del Informe Final 7.3.4.1. de Eptisa dice que costará 1.514 millones de dólares. Este costo no incluye las líneas de transmisión eléctrica ni los otros componentes de riego y agua potable que tendría el proyecto multipropósito Rositas.
En el caso del Chepete y El Bala el costo de inversión sería de 8.063 millones de dólares según sus fichas ambientales. Esta cifra tampoco incluye la línea de transmisión eléctrica de más de 1.000 km de extensión en dirección a Cuiaba, Brasil, donde se vendería la electricidad.
En síntesis, hasta la fecha estas cuatro hidroeléctricas alcanzan la cifra de 11.795 millones de dólares sin tomar en cuenta sus respectivas líneas de transmisión. Esta cifra es superior a la actual deuda externa de Bolivia de 9.945 millones de dólares a Noviembre de 2018.
La hidroeléctrica más cara por MW de potencia instalada es El Bala con 3,28 millones de dólares. Le siguen Rositas (2,53), Cachuela Esperanza (2,24) y Chepete que tiene una inversión de 2,09 millones de dólares por MW.
Hasta la fecha sólo se conoce que el Exim Bank de China prestaría 1.000 millones de dólares para el proyecto Rositas, monto que es superior al actual saldo de la deuda externa con China equivalente a 791 millones de dólares a noviembre de 2018. Si estos tres proyectos hidroeléctricos se realizarían, cada boliviano en vez de adeudar 880 dólares por concepto de deuda externa pasaría a tener sobre sus espaldas una deuda de más de 1.700 dólares.
Todas estas cifras pueden subir aún más. Según un estudio de la Universidad de Oxford sobre megarrepresas del año 2013, los costos finales de megahidroeléctricas normalmente se duplican con relación a sus presupuestos iniciales.
¿Serán rentables?
Esta es la pregunta que la Empresa Nacional de Electricidad (ENDE) y el gobierno se niegan a responder con datos y cifras. Lo que se sabe es que el costo energía del Chepete sería de 55 USD/MWh, mientras el de El Bala sería 81 USD/MWh, según los estudios de Geodata. En el caso de Rositas, el costo monómico sería de 74 USD/MWh, según el estudio de Eptisa. Según Tecsult Cachuela Esperanza generaría energía a un costo de 65 USD/MWh. Ninguno de estos costos es competitivo a nivel del mercado nacional. El precio al que se compra energía eléctrica en el mercado mayorista incluyendo IVA es de 42 USD/MWh a diciembre de 2017.
Estos costos tampoco son competitivos a nivel internacional. En el caso de El Bala el costo energía es tan alto que el propio informe de Geodata recomienda postergar la construcción de esta hidroeléctrica hasta que las condiciones del mercado mejoren. La de menor costo de generación eléctrica sería el Chepete con 55 USD/MWh. Sin embargo está cifra está por encima del precio promedio al que Brasil compró electricidad durante la última década. Según declaración del propio Ministro de Hidrocarburos y Energía de Bolivia en octubre de 2016: “el precio de compra en Brasil por generación de hidroeléctricas entre el 2005 a 2016 tiene un precio de USD/52MWh”.
La rentabilidad de estas megahidroeléctricas depende de que el precio de compra en Brasil y Argentina suba por arriba de los 70 a 85 USD/MWh. Eso no es seguro que ocurra en el actual escenario, en el cual las energías alternativas empiezan a expandirse en la región con una tendencia cada vez más decreciente a nivel de costos de generación eléctrica. Por otro lado, no existe ningún compromiso serio entre Bolivia y Brasil para la venta de energía, e incluso investigadores denunciaron que Brasil ya habría expresado su desinterés por la energía de Cachuela Esperanza [3].
La Agencia Nacional de Energía Eléctrica de Brasil (ANEEL) informó que el pasado 4 de abril de 2018 a través de una subasta [4], se adjudicaron 4 proyectos eólicos por un total de 114,4 MW a un precio de 20,35 USD/MWh, y 29 proyectos solares fotovoltaicos de 806,6 MW de capacidad a un precio de 35,55 USD/MWh [5]. Estos proyectos deberán empezar a producir energía eléctrica a partir del 1 de enero de 2022, mucho antes de que se concluya cualquier de las megahidroeléctricas que planifica Bolivia. En el caso de Argentina, a fines de 2017 se adjudicaron dos parques eólicos de 140,4 MW a un precio de 38,90 USD/MWh, y a nivel fotovoltaico se contrataron proyectos a un promedio de 43,5 USD/MWh [6]. El informe: “Subastas de Energía Renovable y proyectos ciudadanos participativos”, elaborado por Renewable Energy Policy Network for the 21st Century (REN21), señala que el año 2016 “Perú contrató energía procedente de 162 MW de parques eólicos a un precio medio de 37,49 USD/MWh, y energía solar procedente de 184,5 MW huertos fotovoltaicos a un precio medio de 47,98 USD/MWh” [7].
Conclusiones
Según los datos expuestos, las mega-hidroeléctricas no representan oportunidades de acceso a energía limpia para las poblaciones locales. Es más, los impactos previsibles en lo social, cultural y ambiental dejan claro que las familias, las comunidades y los municipios circundantes se enfrentarán a mayores vulnerabilidades, como desplazamiento forzado, desarraigo territorial y cultural, elevados niveles de deforestación, mayor presión sobre los bienes del bosque, entre otros.
Estos megaproyectos solo son lógicos a partir del interés de otros actores. Las compañías constructoras que realicen estos contratos obtendrán millonarias ganancias. Los bancos, que aseguren el retorno de sus créditos sin importar la rentabilidad de los proyectos, habrán hecho un increíble negocio. Las consultoras y empresas que se contraten para supervisar y realizar estos proyectos. Sólo en algunos de los principales estudios de estas hidroeléctricas se ha gastado ya la cifra de 33,2 millones de dólares.
Los otros elegidos en este negocio serán quienes -desde el Estado- se benefician de las comisiones que pagan las distintas empresas y consultoras por conseguir estos contratos. Desde esta perspectiva, las megahidroeléctricas son un negocio resplandeciente.
Por otra parte, se pone en entredicho la agenda del gobierno de transformar a Bolivia en el corazón energético de Sudamérica, pues lo que queda claro es que el único beneficiario internacional de la energía a producirse con las hidroeléctricas sería –por el momento- Brasil, siempre y cuando se le ofrezca energía a bajo costo, como exponen las consultoras Geodata y Tecsult. Este escenario ayudaría a Brasil a lograr su autonomía energética “eliminando gradualmente la importación de gas e hidrocarburos” y mejorando el desarrollo de sus empresas y centros industriales (Costa; Vibian, et al., 2014), sobre todo en el norte y noroeste del país (Crippa, 2016). ¿Qué rol le tocará a Bolivia? Bolivia se vería condenada a proveer energía a bajo costo al país vecino a un altísimo costo ambiental, social y económico, todo justificado bajo el lema de “integración energética”.
[1] http://plataformaenergetica.org/sites/default/files/proyecto_cachuela.pdf, revisado 25/01/19.
[2] Bank Information Center. 2010. “Río Madeira Complex”, en: https://plataformaenergetica.org/sites/default/files/sintesis_2011.pdf, revisado 25/01/19. Costa A.; Vibian C; et al. 2015. Brasil y sus intereses en la construcción de Cachuela Esperanza, Bolivia, en: Polis http://polis.revues.org/10399
[3] https://www.paginasiete.bo/revmiradas/2013/10/3/perdidas-millonarias-contrato-ende-tecsult-2275.html
[4] Subasta Nº 01 de 2018 (“A-4”)
[5] https://www.pv-magazine-latam.com/2018/04/04/brasil-cierra-la-subasta-a-4-con-precios-mas-bajos-de-su-historia/
[6] http://www.energiaestrategica.com/en-detalle-los-precios-record-que-arrojaron-las-ultimas-subastas-en-latinoamerica/
[7] http://www.ren21.net/wp-content/uploads/2017/09/LAC-Report_ES_web.pdf
Pingback: TUNUPA 107: Megahidroeléctricas, ¿energía limpia o negocio sucio? – Fundación Solón