A diferencia de algunas potencias occidentales que en la actualidad reaccionan, paradójicamente, contra el modelo de libre mercado con el que inicia el siglo XXI, China continúa promoviéndolo, a través de una retórica particular multilateralista y aparentemente opuesta a posturas hegemonistas, proteccionistas y unilaterales. Pero, ¿en qué medida esta defensa del libre comercio expresa un objetivo de intercambio según la fantasía liberal, o un objetivo geopolítico de expansión? Esta cuestión es importante para comprender el rol de China en la reconfiguración de la geopolítica global.
Mientras potencias como Estados Unidos y el Reino Unido se repliegan, para replantear las condiciones de su intercambio, criticando sorprendentemente al mercado global por haber afectado su desarrollo interno, China emprende una de las iniciativas de expansión comercial más ambiciosas de la historia económica contemporánea. Se trata del proyecto de integrar los mares del este y sur de China, con el Océano Índico, el mar Mediterráneo y, a través de una infraestructura terrestre, el este de Europa, con el medio oriente y el resto de Asia. Esta iniciativa se conoce actualmente como “El Cinturón Económico de la Ruta de la Seda” y “La Ruta Marítima de la Seda del siglo XXI”.
El denominativo de esta iniciativa es una referencia al pasado imperial de China, cuando los viajeros europeos debían viajar durante meses para poder acceder a los productos del imperio asiático. En el presente, no obstante, el objetivo de China es ser la protagonista del establecimiento de un circuito de rutas, y ser el epicentro del mismo. Para ello, la potencia asiática ha desplegado una política colosal de otorgamiento de créditos para proyectos de infraestructura caminera, ferroviaria y portuaria, sobre todo, para generar rutas comerciales terrestres y marítimas necesarias para su iniciativa.
Si bien esta iniciativa, que es uno de los objetivos más ambiciosos del presidente Xi Jinping, es presentada como meramente económica y comercial, no cabe duda que devela objetivos claramente geopolíticos. Siguiendo con la exposición realizada por Peter Cai, para el Lowy Institute en 2013, el máximo líder chino expresó que todos los países vecinos de China tienen un valor estratégico, por lo que para China es fundamental consolidar las relaciones comerciales y de cooperación, por ejemplo, en materia de seguridad (Cai, 2017).
Estos mismos objetivos han caracterizado la aproximación de China a regiones como Latinoamérica o África. Dicho de otra manera, la cooperación internacional en materia de seguridad es complementaria a la consolidación de las relaciones comerciales, porque procura asegurar el acceso de China a los recursos que necesita para satisfacer sus necesidades internas, a partir de fortalecer los aparatos de seguridad de los países proveedores.
Por otra parte, según el portal Vox, el océano Índico y el mar del sur de China condensan el 30% de los flujos de comercio marítimo del mundo, así como la mayor concentración de población en el mundo, lo cual implica que es uno de los mercados más importantes. Por estas razones, además de la significativa presencia de recursos naturales (gas, petróleo y recursos piscícolas), esta región es de suma importancia para China. Las inversiones en infraestructura y demás, le sirven a China para contrarrestar la presencia de otras potencias, como Estados Unidos, sobre todo en los mares.
Las regiones contempladas para el despliegue de infraestructura no sólo tienen una importancia estratégica comercial, sino también militar. Por ejemplo, una parte de la iniciativa propone la construcción de un corredor caminero y ferrocarrilero, que “conecte a Kashgar en Xinjiang, en el extremo oeste de China, con el puerto de Gwadar en Pakistán” (Cai, 2017). El control de este puerto no sólo permitiría acceder al Golfo de Persia, para el suministro de petróleo, sin pasar por el estrecho de Malacca, sino que, por sus características geográficas, sería ideal para la instalación de bases militares.
Si se observa el mapa elaborado por el Lowy Institute, la realización de esta iniciativa no sólo le permitirá a China un mayor control de su territorio occidental, sino también expandir su influencia económica y comercial en el Asia Central, y expandir su hegemonía económica en el océano Índico y el mar del sur de China. Y, considerando su reclamo de soberanía sobre el mar del sur (Bautista y Arugay, 2017), esto devela un objetivo geopolítico mucho más claro de China de, disimulado a través de la diplomacia económica: doblegar los reclamos de soberanía de sus vecinos en la misma región marítima y consolidar los suyos.
En este caso, la diplomacia económica es fundamental, pues la estrategia de China para llevar a cabo estos objetivos tiene que ver con un despliegue colosal de Inversiones Extranjeras Directas, combinado con acciones paulatinas, para evitar una reacción de alerta en sus vecinos. Las inversiones directas, por lo tanto, cumplen dos objetivos: asegurar la prosecución de los intercambios, ergo el acceso a recursos que China necesita para su desarrollo interno; y consolidar sus objetivos geopolíticos de manera progresiva y sin la necesidad de recurrir a su potencial militar.
De la misma manera es que se deben comprender las inversiones extranjeras chinas en regiones como Latinoamérica o África. La aproximación de China se da a partir de resaltar aspectos en común (pasado colonial, situación de periferia en el sistema mundial, economías emergentes y complementarias) (Shinxue, 2010). La utilización discursiva de la semejanza y de la complementariedad ha servido para estrechar los vínculos de China con las economías en desarrollo en un sentido que ha beneficiado a la primera.
De esta manera, por ejemplo, Ronald McKinnon (2010) señala que, para la mayoría de los países en desarrollo, los proyectos de inversión y cooperación son diseñados bajo una lógica de mutuo beneficio. Normalmente, las inversiones directas de China, que son complementadas por créditos chinos, se enfocan en infraestructura caminera, así como en fortalecer los sectores productivos de interés para sus importaciones (recursos naturales) y con cooperación en materia de seguridad.
Esto tiene que ver con una lógica bastante clara: “debido a la enorme y creciente producción industrial de China en el país, su necesidad de importar grandes cantidades de materias primas industriales, productos alimenticios y otros productos básicos es obvia” (McKinnon, 2010: 496). Esto explica, por lo tanto, que la cooperación y las inversiones directas de China en África y Latinoamérica haya consistido, principalmente, en obras de infraestructura y cooperación en temas de seguridad. “Al menos 35 países africanos están colaborando con China en acuerdos de financiamiento de infraestructura, y los principales destinatarios son Nigeria, Angola, Etiopía y Sudán” (McKinnon, 2010: 500). Para asegurar su acceso a recursos en países con recurrente inestabilidad política, China también contribuye a reforzar los aparatos de seguridad y represión de los países donde invierte.
Queda claro, por lo tanto, que, en la reconfiguración actual de la geopolítica global, China ha comprendido que el repliegue de las potencias occidentales es su oportunidad para construir un complejo entramado de relaciones y condiciones para ser el nuevo centro de la economía global. Ahora bien, ¿Cuál es el sentido que le da China a esta iniciativa? ¿Se trata de un objetivo geopolítico comparable al de Estados Unidos durante el siglo XX y que le permitió ser la súper potencia global al finalizar la Guerra Fría?
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A diferencia de algunas potencias occidentales que en la actualidad reaccionan, paradójicamente, contra el modelo de libre mercado con el que inicia el siglo XXI, China continúa promoviéndolo, a través de una retórica particular multilateralista y aparentemente opuesta a posturas hegemonistas, proteccionistas y unilaterales. Pero, ¿en qué medida esta defensa del libre comercio expresa un objetivo de intercambio según la fantasía liberal, o un objetivo geopolítico de expansión? Esta cuestión es importante para comprender el rol de China en la reconfiguración de la geopolítica global.
Mientras potencias como Estados Unidos y el Reino Unido se repliegan, para replantear las condiciones de su intercambio, criticando sorprendentemente al mercado global por haber afectado su desarrollo interno, China emprende una de las iniciativas de expansión comercial más ambiciosas de la historia económica contemporánea. Se trata del proyecto de integrar los mares del este y sur de China, con el Océano Índico, el mar Mediterráneo y, a través de una infraestructura terrestre, el este de Europa, con el medio oriente y el resto de Asia. Esta iniciativa se conoce actualmente como “El Cinturón Económico de la Ruta de la Seda” y “La Ruta Marítima de la Seda del siglo XXI”.
El denominativo de esta iniciativa es una referencia al pasado imperial de China, cuando los viajeros europeos debían viajar durante meses para poder acceder a los productos del imperio asiático. En el presente, no obstante, el objetivo de China es ser la protagonista del establecimiento de un circuito de rutas, y ser el epicentro del mismo. Para ello, la potencia asiática ha desplegado una política colosal de otorgamiento de créditos para proyectos de infraestructura caminera, ferroviaria y portuaria, sobre todo, para generar rutas comerciales terrestres y marítimas necesarias para su iniciativa.
Si bien esta iniciativa, que es uno de los objetivos más ambiciosos del presidente Xi Jinping, es presentada como meramente económica y comercial, no cabe duda que devela objetivos claramente geopolíticos. Siguiendo con la exposición realizada por Peter Cai, para el Lowy Institute en 2013, el máximo líder chino expresó que todos los países vecinos de China tienen un valor estratégico, por lo que para China es fundamental consolidar las relaciones comerciales y de cooperación, por ejemplo, en materia de seguridad (Cai, 2017).
Estos mismos objetivos han caracterizado la aproximación de China a regiones como Latinoamérica o África. Dicho de otra manera, la cooperación internacional en materia de seguridad es complementaria a la consolidación de las relaciones comerciales, porque procura asegurar el acceso de China a los recursos que necesita para satisfacer sus necesidades internas, a partir de fortalecer los aparatos de seguridad de los países proveedores.
Por otra parte, según el portal Vox, el océano Índico y el mar del sur de China condensan el 30% de los flujos de comercio marítimo del mundo, así como la mayor concentración de población en el mundo, lo cual implica que es uno de los mercados más importantes. Por estas razones, además de la significativa presencia de recursos naturales (gas, petróleo y recursos piscícolas), esta región es de suma importancia para China. Las inversiones en infraestructura y demás, le sirven a China para contrarrestar la presencia de otras potencias, como Estados Unidos, sobre todo en los mares.
Las regiones contempladas para el despliegue de infraestructura no sólo tienen una importancia estratégica comercial, sino también militar. Por ejemplo, una parte de la iniciativa propone la construcción de un corredor caminero y ferrocarrilero, que “conecte a Kashgar en Xinjiang, en el extremo oeste de China, con el puerto de Gwadar en Pakistán” (Cai, 2017). El control de este puerto no sólo permitiría acceder al Golfo de Persia, para el suministro de petróleo, sin pasar por el estrecho de Malacca, sino que, por sus características geográficas, sería ideal para la instalación de bases militares.
Si se observa el mapa elaborado por el Lowy Institute, la realización de esta iniciativa no sólo le permitirá a China un mayor control de su territorio occidental, sino también expandir su influencia económica y comercial en el Asia Central, y expandir su hegemonía económica en el océano Índico y el mar del sur de China. Y, considerando su reclamo de soberanía sobre el mar del sur (Bautista y Arugay, 2017), esto devela un objetivo geopolítico mucho más claro de China de, disimulado a través de la diplomacia económica: doblegar los reclamos de soberanía de sus vecinos en la misma región marítima y consolidar los suyos.
En este caso, la diplomacia económica es fundamental, pues la estrategia de China para llevar a cabo estos objetivos tiene que ver con un despliegue colosal de Inversiones Extranjeras Directas, combinado con acciones paulatinas, para evitar una reacción de alerta en sus vecinos. Las inversiones directas, por lo tanto, cumplen dos objetivos: asegurar la prosecución de los intercambios, ergo el acceso a recursos que China necesita para su desarrollo interno; y consolidar sus objetivos geopolíticos de manera progresiva y sin la necesidad de recurrir a su potencial militar.
De la misma manera es que se deben comprender las inversiones extranjeras chinas en regiones como Latinoamérica o África. La aproximación de China se da a partir de resaltar aspectos en común (pasado colonial, situación de periferia en el sistema mundial, economías emergentes y complementarias) (Shinxue, 2010). La utilización discursiva de la semejanza y de la complementariedad ha servido para estrechar los vínculos de China con las economías en desarrollo en un sentido que ha beneficiado a la primera.
De esta manera, por ejemplo, Ronald McKinnon (2010) señala que, para la mayoría de los países en desarrollo, los proyectos de inversión y cooperación son diseñados bajo una lógica de mutuo beneficio. Normalmente, las inversiones directas de China, que son complementadas por créditos chinos, se enfocan en infraestructura caminera, así como en fortalecer los sectores productivos de interés para sus importaciones (recursos naturales) y con cooperación en materia de seguridad.
Esto tiene que ver con una lógica bastante clara: “debido a la enorme y creciente producción industrial de China en el país, su necesidad de importar grandes cantidades de materias primas industriales, productos alimenticios y otros productos básicos es obvia” (McKinnon, 2010: 496). Esto explica, por lo tanto, que la cooperación y las inversiones directas de China en África y Latinoamérica haya consistido, principalmente, en obras de infraestructura y cooperación en temas de seguridad. “Al menos 35 países africanos están colaborando con China en acuerdos de financiamiento de infraestructura, y los principales destinatarios son Nigeria, Angola, Etiopía y Sudán” (McKinnon, 2010: 500). Para asegurar su acceso a recursos en países con recurrente inestabilidad política, China también contribuye a reforzar los aparatos de seguridad y represión de los países donde invierte.
Queda claro, por lo tanto, que, en la reconfiguración actual de la geopolítica global, China ha comprendido que el repliegue de las potencias occidentales es su oportunidad para construir un complejo entramado de relaciones y condiciones para ser el nuevo centro de la economía global. Ahora bien, ¿Cuál es el sentido que le da China a esta iniciativa? ¿Se trata de un objetivo geopolítico comparable al de Estados Unidos durante el siglo XX y que le permitió ser la súper potencia global al finalizar la Guerra Fría?
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