por Gladyz Oroza de Solón
No es una historia que parece cuento, es la realidad que duele, la escribo para conmover a los autores de la detención y posterior desaparición de mi hijo JOSE CARLOS TRUJILLO OROZA acaecida en Santa Cruz en la carceleta del Pari en febrero de 1972. Quiero creer que quizás lo hicieron obligados por las circunstancias, por la necesidad de vivir, por «ganarse la vida». Esta vez tengo la esperanza de que surja un humano arrepentimiento, y pueda tener una pista, un dato, una ligera esperanza para encontrar sus restos. Sólo pretendo saber qué fue de él y darle cristiana sepultura; resignación, tranquilidad y paz a mi espíritu de madre .
Era fines de diciembre de 1971, cuando me informaron que mi hijo de 20 años de edad había sido detenido junto a otros dos estudiantes amigos y se encontraban en la carceleta del Pari de la cuidad de Santa Cruz. Después de conseguir una autorización del Ministerio del Interior para poder verlo, me trasladé a ésa cuidad en enero de 1972. Toda mujer que es madre podrá imaginar la angustia que me acompañó en ése largo viaje.
Después de mucha espera y gracias a la orden que llevé del Ministerio del Interior me permitieron verlo advirtiéndome que sólo podía estar con él cinco minutos y que no debía hacerle preguntas. Esta y nuestras posteriores entrevistas eran supervisadas por un agente de la Dirección de Orden Político (D.O.P.) de Santa Cruz.
Contuve el llanto cuando lo vi pálido y demacrado, aunque él trataba de animarme diciendo que estaba bien y que no me preocupara.
Un día en el que hacía mucho calor, lo encontré con la camisa sin abrocharse totalmente y pude observar tremendas cicatrices de heridas producidas probablemente por latigazos hechos con alambre. Lancé un gemido…, nos separaron y lo enviaron a su celda.
Ante tanto dolor e impotencia, frente a las torturas que infringieron a José Carlos, acudí a la Cruz Roja y en compañía de la Sra. Gisela Brun, su presidenta, visitamos el Pari. El Sr. Elías Moreno jefe de la carceleta del Pari nos indicó que los tres habían sido conducidos a la Central de la Policía para un nuevo interrogatorio y que esperáramos su retorno. En el transcurso de la espera la Sra. Brun y yo pudimos penetrar a la celda donde lo tenían a José Carlos. Estaba vacía, una taza de café y un pedazo de pan a medio consumir fue lo último que vi de la presencia de mi hijo. Después vanas esperanzas, versiones diversas y contradictorias de algunos agentes: «que los llevaron al cruce del camino con Cochabamba ordenándoles que abandonen la ciudad de Santa Cruz…», «que los llevaron al Paraguay en un avión». Finalmente Ernesto Morant, jefe de la D.O.P. de ésa entonces, me dijo que los habían puesto en libertad por órdenes superiores.
Volví a La Paz, con alguna esperanza pero intranquila. No encontré a José Carlos. Acudí a todos los medios para averiguar por su paradero, hice una denuncia en la prensa; escribí una carta abierta a Monseñor Maurer; visité a los representantes de «Justicia y Paz»; fui varias veces al Ministerio del Interior durante la gestión del Coronel Adett Zamora. Sólo me pude entrevistar con el Subsecretario Antonio Guillermo Elío, quién me insistió amenazadoramente que lo habían puesto en libertad, sin embargo, nunca más supe de él.
Han pasado … años y ni mi hijo José Carlos ni los dos estudiantes que lo acompañaban en su detención han vuelto a aparecer. No cabe la menor duda de que fueron asesinados.
Por ello, después de tantos años de espera y amargura, suplico a quienes sepan algo sobre este caso, me den alguna información para ayudarme a encontrarlo, quiero tener de él no sólo su recuerdo, sino su presencia en unos restos que no harán daño a nadie, pero darán paz y sosiego a mi alma. Un dato, un lugar, una pista hará más humanos a los seres con quienes convivimos.
Enero 1996
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MUJER VALIENTE, DIOS LA BENDIGA SIEMPRE SEÑORA GLADYS OROZA DE SOLOM ROMERO